Tan temprano como a las nueve de la mañana del día siguiente, los Tai llegaron al hospital para visitar a la abuela Zhang. Solo con contarlos, al menos la mitad de ellos había venido.
Alix había bajado al vestíbulo para recogerlos y primero abrazó a la abuela Tai y después saludó al abuelo Tai. Estaba genuinamente emocionada de verlos.
Mo Qilu se apresuró a pegarse al lado de Alix como si fuera pegamento, enlazando sus brazos juntos en cuanto posó sus ojos sobre ella.
—Ahora parecemos una verdadera madre e hija —declaró—. Niña bonita, estoy tan triste de que no pudieras dormir en casa anoche. Estaba deseando tener una pijamada.
Li Aihuan también había venido y su cara era estoica como de costumbre. Cuando escuchó lo que dijo Mo Qilu, puso los ojos en blanco.
—No son adolescentes, ¿qué pijamada? —murmuró.
Mo Qilu giró la cabeza hacia atrás y le dijo a Aihuan: