—Todo el mundo tiene sus defectos —dijo Si Fuqing lánguidamente—. Tengo estándares altos para mis ídolos, y el Emperador Yin es uno de ellos.
Yu Xiheng murmuró en respuesta, su tono no revelaba ni placer ni desagrado —Ve a tomar un poco de sopa para calentarte.
—Jefe, eres tan bueno con tus empleados —Si Fuqing se dirigió a la cocina—. También te serviré un tazón.
El hombre asintió ligeramente.
Apoyándose en el sofá, con las piernas largas elegantemente estiradas, tocaba ligeramente con los dedos la taza de té. Su expresión estaba algo oscurecida por el vapor del té que se rizaba, pero sus ojos y cejas parecían aún más llamativos.
Yu Tang había estado escuchando a escondidas en la cocina.
Al ver entrar a Si Fuqing, se enderezó.
—Hmph, Qingqing, justo ahora mi tercer hermano estaba preguntando por ti —puso morros—. Pero no le dije nada.
Si Fuqing le dio una palmadita en el hombro —Buen trabajo.
Mientras tanto, Feng San, que había terminado sus tareas, entró desde fuera.
