En ese momento, el líder del grupo de trabajo ya había salido hacía algún tiempo.
Shangguan Yunqi miraba los papeles sobre la mesa.
Esas eran las declaraciones que el líder le había pedido que escribiera.
Las manos de Shangguan Yunqi temblaban, y no podía escribir ni una sola palabra.
Aun estaba en la sala del hospital.
Cada día, su salud era revisada.
Parecía que mientras estuviera viva, este asunto nunca terminaría.
Xia Bowen, ese desalmado bastardo, no era más que un perro traidor cuando se trataba de ver el beneficio sobre la lealtad.
No pronunció palabra en su propia defensa.
Incluso Xia Ming dijo que no había otra opción; lo que debía ser conocido ya era conocido, y era casi imposible desenredarse.
Incluso si realizabas un servicio meritorio, todavía sería cuestión de expiar tus pecados.
Xia Ming también le aconsejó que confesara la verdad, que reflexionara sobre sus errores y aceptara el castigo correspondiente.
Este asunto podría entonces pasar.