Meng Liangdong estaba reticente a irse, pero no pudo resistirse a la multitud, quien podía llevarlo a la taberna incluso levantándole los brazos. La plata de la venta de la tienda fue despilfarrada por estas personas en solo unos días. Una vez que supieron que Meng Liangdong realmente no tenía más plata, se volvieron indiferentes hacia él.
Por tanto, Meng Liangdong, quien había ingresado a la academia con grandes aspiraciones, fue finalmente derrotado por la realidad y regresó desconsolado, enrollando su ropa de cama. Quizás habiendo perdido completamente el corazón en la persecución académica, en su camino de vuelta, arrojó todos los libros que lo habían acompañado durante años al Río de la Ciudad Guardia, jurando que nunca volvería a leer ni a entretener la noción de enseñar de nuevo.
