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Sin embargo, en este momento, a Lin Jiazhong no le quedaban fuerzas para quejarse más, ya que el hedor de su hijo menor era tan abrumador que se filtraba por el carruaje. Lin Jiazhong sentía que si se quedaba allí mucho más tiempo, quizás no podría evitar vomitar.
Pero para entonces, Lin Yongle ya no reconocía a nadie, y a quienquiera que se acercara le lanzaba una patada con la pierna que no estaba lisiada. Sin otra salida, Lin Jiazhong hizo que Lin Yongcheng lo noqueara con un palo antes de darse por vencido.
Cuando la Señora Ma vio a su hijo desmayado, las lágrimas brotaron de nuevo, pero este no era momento para el dolor del corazón. El olor a heces y orina en su hijo era demasiado intenso, su ropa estaba tan destrozada que no tenía salvación, y en cuanto a las heridas en sus piernas, era incierto si alguna vez sanarían.
Lin Jiazhong, conteniendo las arcadas en su estómago, cargó a Lin Yongle hasta la habitación contigua con su hijo mayor.