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Al entrar y ver a un hombre en tal estado por primera vez en años, la Señora Ma también estaba aterrorizada. Dejó de llorar de golpe, se secó ferozmente las lágrimas con la manga, se sonó la nariz fuertemente y luego se acercó al carruaje para ayudar a su hijo a descender.
Pero antes de que su mano siquiera alcanzara a Lin Yongle, ¡fue rechazada hacia atrás por un pie maloliente!
—¡Piérdete! ¡Piérdete! No me toquen, que nadie me toque. ¡Aléjense de mí! ¡Ah, ah! ¡Todos ustedes, piérdanse! ¡Piérdete! —gritó Lin Yongle.
La Señora Ma se quedó petrificada, retrocediendo dos pasos, murmurando:
—Hijo mío, soy tu madre. ¿Cómo puedes decirle a tu madre que se pierda? Hijo mío, mira a tu madre. ¿Qué te ha pasado? ¿Cómo acabaste así?
Viendo a su hermano acurrucado en una bola dentro del carruaje, Lin Yongcheng se mordió el labio, se secó las lágrimas desbordantes de la esquina de sus ojos y dijo:
