Cassandra eligió un vestido blanco que parecía haber sido cosido con luz de estrellas y rayos de luna. Exudaba un aura de calidez y serenidad, un suave resplandor que calmaba a quien lo mirara, en este caso, su compañero. Brillaba lentamente bajo la luz, cambiando sutilmente con sus emociones—suave e invitador en su tierno estado de ánimo, radiante y deslumbrante cuando su pasión ardía intensamente.
Este vestido no era solo una prenda de vestir, sino un reflejo de su esencia: la belleza del amor en su forma más pura y radiante. La transformaba en una visión de esplendor divino, una encarnación viva del poder del amor para sanar, inspirar y perdurar.
Ella dio una vuelta para su compañero y preguntó con un brillo en sus ojos.
—¿Qué te parece?
—Impresionante y hermoso. —respondió él.