Pronto Cassandra estaba alimentando carne a los cinco leopardos de las nieves que le lanzaban miradas agradecidas como si ella fuera su salvadora.
Mientras los cuatro de sus compañeros la miraban asombrados, su compañero parecía un tanto disgustado, su dragón, por otro lado, estaba furioso.
—Ella es nuestra, ¿cómo es que ellos consiguen lamerla? ¿No puedo chamuscarlos? —Él ardía en la cabeza de Siroos.
—Ella estaría furiosa si hiciéramos eso. Puedes lamerla más tarde y quitarle ese olor ajeno —respondió Siroos, intentando contenerse.
Los leopardos permitieron que Aiko y Lotus se acercaran y los acariciaran también, pero gruñían feroces cada vez que alguno de los hombres intentaba aproximarse.
Especialmente Siroos. No les gustaba él, del mismo modo que él los detestaba.
Le temían mucho debido a su espíritu de dragón y esa mirada amenazante que daba, no ayudaba a su caso.
—Su pelaje es tan suave al tacto —ronroneó Lotus, revolviendo la cabeza de uno.