—¿Por qué me estabas tocando? —exigió Cassandra, poniéndose de todos los tonos de caoba pero manteniendo su voz baja.
—¿Lo estaba haciendo? Pero mis manos están aquí arriba y estaba ocupado comiendo —se encogió de hombros haciendo que ella resoplara. Al ver sus mejillas convertirse en tomates de molestia, Siroos dijo:
—Termina tu comida, necesito mostrarte algo —le dijo.
Lanzándole una última mirada fulminante, hizo lo que se le dijo pero la molestia no desapareció de su rostro.
Él la observó disimuladamente terminar el último de su pan plano y huevos y luego se levantó, ofreciéndole su mano.
—¡Ven! —pidió suavemente.
Cassandra, escéptica, colocó la suya en la de él y dejó su silla.
Dedos ágiles envolvieron unos suaves mientras la guiaba hacia adelante. Salieron del área común, de la mano.
Siroos la llevó por un pasillo diferente al que llevaba hacia los campos y ella lo notó al instante.
—¿No vamos en dirección equivocada? —preguntó Cassandra confundida.