Su corazón se estremeció. Anhelaba su toque una vez que él se había ido, llevándose su aroma que abría el apetito.
Cassandra miró el frasco de fresas durante un rato y luego lo abrazó contra su pecho. Deseaba creer que sus afectos eran verdaderos y aún así las dudas permanecían.
Las dudas de que solo le importara por su manada. Para mantenerla saludable y cuidada solo para que su manada pudiera prosperar.
Escocía, la realidad siempre lo hacía.
Con un suspiro, Cassandra dejó el frasco a un lado, habiendo perdido el apetito. Su pie chocó con la bolsa que él había dejado para ella y se preguntó qué habría traído.
Agarrando la cuerda que mantenía la bolsa cerrada, Cassandra la tiró y ensanchó la parte superior solo para mirar dentro.
Una caja de joyería plateada descansaba dentro, justo encima de un vestido rosa claro. Cassandra extrajo primero la caja de joyería.
Era pesada, incrustada con gemas púrpuras que brillaban bajo la luz de las velas. La caja era plana y rectangular.