—¡Ven! —Siroos le pidió suavemente a Cassandra. Su tono había cambiado completamente mientras extendía la mano.
Ella enderezó su vestido y se levantó de su asiento pero aún así no le dedicó una mirada. Tomó su mano en silencio y le permitió que la guiara.
Un calor abrasador emanaba de su mano, el cual parecía envolver a Cassandra en una tormenta de fuego. Cada vez que este terco varón entraba en contacto con su piel, ella se quemaba.
Su corazón quería una cosa, pero su cerebro advertía sobre otra, mientras ese maldito vínculo era lo peor. La arrastraba hacia él sin entender que él no sería suyo.
Sus Ancianos no se lo permitirían.
Su madre no se lo permitiría.
Los dioses no se lo permitirían.
¿Valía la pena la batalla?
Haylia también se había levantado y se adelantó a ellos. Necesitaba ordenar todo antes de que Siroos y Cassandra llegaran a la cabaña de piedra.
—¿Persiste tu enojo? —preguntó él de manera directa.