El oasis sagrado llamado Espejo Lunar se encontraba justo fuera de su morada. Estaba rodeado por tres lados de altas palmeras datileras que se perdían en el cielo. Proveían sombra y una barrera natural de hojas. Anidado entre ellas había un arbusto especial que solo florecía cada veinte años.
Más allá se extendían las tierras con campos de azafrán y el agua del oasis se utilizaba para fines de riego.
Caléndulas del desierto intercaladas con lirios adoquinaban el lado frontal con tonos contrastantes de amarillo y blanco contra el fondo de verde, tótems y cristales mágicos.
En el centro yacía una piscina circular de agua azul cristalina. Tan transparente que el fondo con pequeñas rocas era visible y brillaba al sol como si pequeñas hadas del desierto danzaran sobre él.
El agua estaba quieta, casi como un espejo, reflejando el cielo azul profundo. El sonido del agua lamiendo suavemente añadía a la atmósfera pacífica de este paraíso natural.