—Ella tomó su propia vida. Si ella muriera, la emperatriz no podría ser culpada —Yuwen Jing echó un vistazo a la persona tendida en el suelo, sus cejas frías y severas, los delgados bordes de sus labios apretados firmemente—. Sería mejor si estuviera muerta.
El Médico Imperial Liu, que había servido durante muchos años en el Hospital Imperial, había oído muchas cosas pero siempre se las guardaba para sí mismo.
Esta fue la primera vez que sintió un escalofrío en su cuerpo al escuchar las palabras de Su Majestad.
Los Emperadores siempre han sido despiadados; este dicho no era erróneo.
—Alguien, lleve a la Concubina Ye al Pabellón Bieyun —ordenó Yuwen Jing indiferente, retirando su mirada de Ye Shaohua—. Para que no traiga mala suerte a Huashang muriendo aquí.
El Pabellón Bieyun, aunque el nombre sonaba poético, todos los presentes sabían que era el Palacio Frío.
