—Hermana Mengmeng, Hermano Dabao, la próxima vez que suceda algo así, tienen que llamarnos —dijo el niño emocionado, masticando unos pastelillos.
—Sin problema, siempre y cuando seas obediente, siempre habrá pastelillos y dulces para ti... —Sanni movió su mano magnánimamente—. Pero, no puedes decir que yo te lo dije.
—¡El que suelte la sopa la va a pagar! —agregó Zhou Xiao—. Ni mamá ni papá pueden saber.
Los niños asintieron enérgicamente y luego salieron corriendo riendo, todos gritando sobre ir a ver el trasero del demonio.
Sanni le lanzó una mirada de aprobación a Zhou Xiao —¡No está mal!
Zhou Xiao hizo un puchero —Definitivamente mejor que ese niño enfermizo.
Sanni, que estaba a punto de irse a casa, se detuvo de repente. Luego se dio la vuelta, con los ojos bien abiertos, y miró fijamente a Zhou Xiao —Hermano Dabao, ¿qué quieres decir?