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Yang Peili exhaló profundamente, colocó los dos taeles de plata sobre el mostrador y luego se giró para marcharse.
—Señor, su cuenta —llamó el joven asistente de la tienda desde atrás.
Yang Peili, sin embargo, no miró atrás y continuó caminando.
El asistente de la tienda, sin otra opción, entregó la cuenta a Yang Ruxin, que seguía detrás.
Una sonrisa fugaz cruzó el rostro de Yang Ruxin. Le dolía perder el dinero, pero ante la presencia de extraños, no se atrevió a mostrar su disgusto, optando en cambio por expresar su insatisfacción de esta manera sutil.
Pero no importaba. Definitivamente, no dejaría el asunto así. Por lo menos, no permitiría que Xun Hui sufriera en vano. Como mínimo, lucharía por obtener algo de poder para su propia familia, como una separación.