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Aunque Sanni estaba llena de dudas, al final no preguntó más.
Debería haber estado feliz de regresar, pero Yang Ruxin había sentido que algo no estaba bien desde que dejó el pueblo. No podía precisar qué era hasta que llegó a mitad de camino, cerca de la pequeña colina, donde se dio cuenta de que Xiaolun, la serpiente verde que siempre estaba enrollada en su muñeca, no se encontraba en ninguna parte.
La pequeña criatura a menudo no se mostraba e incluso cuando la acompañaba, lo hacía muy secretamente, enroscada en su brazo donde nadie más podía verla. Pero ahora, Xiaolun se había ido sin despedirse. Aunque sabía que Xiaolun generalmente no encontraría peligro, le preocupaba más que la serpiente representara un peligro para otros.
—Hermana mayor, ¿qué pasa? —Sanni vio que Yang Ruxin se detuvo de repente y no pudo evitar fruncir el ceño.