Tang Shu se quedó atónita un momento antes de recordar el negocio cinematográfico.
Era su culpa, los últimos días habían sido tan gratificantes que se había descuidado por completo y había olvidado por completo su trabajo principal.
—Ehem... ¿cómo va la película?
—¿Ahora te acuerdas de preocuparte? ¿Tu teléfono es solo para decorar?
—Olvidé decirte, mi pueblo está en las montañas, apenas hay señal allá.
Tang Shu echó un vistazo a la torre de señal puramente negra que era muy conspicua afuera de la ventana y, sin sonrojarse ni quedarse sin aliento, soltó su excusa.
Mientras tanto, afuera de la puerta, el Padre Tang, que tenía un oído excepcionalmente bueno, levantó los párpados dudando mientras miraba la torre de señal con un toque de desdén.
Hablando del mejor receptor de señales de los tiempos modernos, ¡sabía que esos compañeros siempre bromistas suyos lo estaban engañando otra vez!
