Los pensamientos de Hu Yingying eran los mismos que los de Hu Yaoyao.
Una humana, un demonio, compartiendo el mismo cuerpo, dejando de lado las discusiones, siempre podían saber lo que la otra estaba pensando.
—Deja de llorar, ¿quieres? —Hu Yingying, cubriendo su rostro dolorosamente abofeteado, refunfuñó a Hu Xiaohong—. ¿Puedes ser agradable por una vez en un momento como este? De lo contrario, ambas vamos a sufrir.
El resentimiento en el tono de Hu Yingying era obvio.
Habiendo esperado que Su Mianmian sufriera, Hu Xiaohong estaba descontenta, y ahora también estaba siendo regañada por Hu Yingying.
Inmediatamente fingió estar asustada y, cerrando los ojos, lloró aún más fuerte que antes.
Zorra muerta, ¿piensa que puede disciplinarme fingiendo ser mi hermana? ¡Qué ilusa!
El llanto de Hu Xiaohong también inquietó a Ji Xin.
