Al día siguiente, los llantos de Kiana llenaron toda la casa. Se aferraba con fuerza a su mamá, negándose a soltarla. Las empleadas intentaron persuadirla, pero no escuchaba a nadie, ni siquiera a Zevian, a quien regañaron por ser inútil y mandaron lejos.
—Cariño, vamos a desayunar. Hablaremos de esto después —Evelyn intentó soltar suavemente a Kiana de sus brazos, pero la niña solo se aferró más fuerte, abrazando su cintura.
Avery, que estaba sentada frente a ellas, rodó los ojos. Evelyn la había llamado la noche anterior para ayudar a convencer a Kiana, así que había llegado temprano en la mañana. Pero la niña parecía incluso más obstinada que su padre. —Ella va allí por trabajo, Kiana. No por una fiesta, así que ya basta —dijo, con un tono de voz teñido de molestia.
—¡Entonces llévame contigo! —Kiana gruñó, mirando hacia arriba a su mamá. Suspiró suavemente, las lágrimas volviendo a correr por sus mejillas.