La mañana siguiente comenzó como de costumbre, con Kiana gruñendo por querer faltar a la escuela. Tenía docenas de razones por las que era necesario quedarse en casa hoy, pero su mamá no se dejaría engañar.
—Estudiaré más mañana, mamá. Por faa~ —la pequeña rogaba con un puchero. Parpadeó sus inocentes ojos y se revolvió en la cama de nuevo, sin querer levantarse. La noche anterior había sido muy divertida y quería ir a una fiesta hoy también.
—Tus exámenes están cerca, Kia. No puedes faltar a clases —respondió Evelyn con un tono serio. Levantando a Kiana para sentarla bien, intentó negociar:
— ¿Qué tal si vas a la escuela, y yo intentaré convencer a tu abuelo para que te deje faltar a tus clases particulares por hoy?