Pasado. Olivia
Ese día había tenido una pelea con Lara y ambas habíamos discutido sobre las estupideces que había estado parloteando toda la semana sobre cómo alguien la seguía y el miedo que eso le generaba, pues contaba que esa persona aparentemente tenía acceso directo a toda su vida personal. Algo normal tratándose de Lara, pues ella publicaba sin ningún miedo o pudor en sus redes sociales hasta lo que desayunaba por las mañanas, lo que atraía a muchos de esos sujetos raros obsesionados por lo que parece fácil pero fuera de su alcance.
Normalmente la secundaba, le seguía el juego y ambas disfrutábamos la atención detrás de la pantalla; nos reíamos cuando le llegaban fotografías de ella en la calle y ese tipo de cosas que pondrían a temblar a cualquiera, pero a Lara y a mí nos divertían... aunque siempre le divertían más a ella. Por esta misma razón, me parecía imposible aquel miedo que ella gritaba sentir, porque estaba tan harta de que siempre quisiera hablar de eso que simplemente ya no quise ver ni saber.
Al final, sea lo que sea que fuera a pasar, no era su culpa. Supuse que otra vez quería llamar mi atención contándome de vuelta esos temas "llamativos", pero al estar acostumbrada a que a ella la siguieran todo el tiempo, no me importó un carajo y luego menos cuando interpreté su "miedo" como exageración o un intento desesperado por atención.
Cómo podía norace en ese punto, nuestra amistad ya tendía de un hilo, donde ya simplemente ninguna de las dos nos soportábamos; yo, por desear desesperadamente que ella no fuera la luz que opaca un foco, y ella, por lo que realmente estaba sucediendo en su vida, que por obvias razones la tenía tensa.
Ignore toda señal, hasta las más obvias, cuando tomaba repentinamente mi mano con fuerza y se quedaba mirando a lo que, para mí, era la nada detrás de aquellos árboles y casas que parecían inofensivos.
Ese día, después de la pelea, decidí irme a mi casa, a pesar de sus súplicas para que me quedara solo una noche con ella; abrumada y harta de aquel juego, crucé la puerta, me libré de su agarre de muñeca y me fui.
Al llegar a mi casa, ignoré a mi madre, que me pedía amablemente que cenara, y me subí a mi cuarto para desmaquillarme; aún sintiéndome pesada, me metí a la ducha, y allí, mientras me bañaba, no noté las llamadas de Lara y los mensajes desesperados de mi amiga. Al salir, oí el celular y vi todo lo que pasaba.
Por suerte, los mensajes aún llegaban, uno tras otro, dándome el esfuerzo necesario para correr en su ayuda; salí en chort y camisón blanco, sin zapatos, directo a la casa de mi mejor amiga, que estaba a cuatro cuadras lejos de la mía; las piedras del piso penetraban mis talones y plantas de los pies, alentando mis pasos, y cuando ya estaba a unos pocos metros de la reja de madera de su patio, los mensajes cesaron, dejando un vacío de silencio y sonido que aturdió mis oídos, dejando solo el pitido de estos por la falta de aire y ruido.
Con una mano, abrí la reja que sabía que nunca estaba cerrada y caminé hacia las puertas de cristal que el patio tenía para pasar a la casa, por si llegaban a olvidarseles las llaves; caminé por el pasto, controlando mi respiración agitada que luchaba por no hacer ruido para poder ir algo más que no fuera el pitido de mi oído, y cuando por fin oí una respiración que no era la mía, los sensores de riego se entendieron, tirando agua a diestra y siniestra, apoderándose y opacando el poco ruido que había escuchado.
El agua empapó mi ropa veraniega y mojó aún más mi cabello, incluyendo las puertas de cristal. Sin importarme que hiciera ruido al intentar abrir aquellas puertas, tiré de la manija color blanco de estas y entré, recorriendo a mi paso las cortinas color rosa pastel que tenían estas. Las cortinas secaron mi rostro y, cuando por fin se apartaron de mi visión, ya estaba Lara en el suelo con un cuchillo en su estómago que le arrebataba la sangre de su interior y se apoderaba de su vida, junto con el hombre que aún sostenía el cuchillo clavado sobre ella y que parecía apreciar cómo lentamente Lara se iba.
El hombre tocaba su rostro con delicadeza, como si acariciara a un animal, y aún con una mano libre, acomodó su cabello que estaba alborotado y sin orden. En todo ese rato, ni siquiera se percató de mi presencia; continuó acariciando a Lara y, en el último momento, soltó el cuchillo que ya estaba sostenido por mi amiga y se acercó a su rostro tanto que plantó en sus labios, que perdían ese color rosa que tanto le gustaba a ella, un beso sutil. Al alejarse y mirarla, Lara solo pudo mover su rostro un poco para poder verme mientras caía una lágrima tras otra de esos hermosos ojos verdes que a mí me gustaba ver.
La tristeza me invadió y, pensando que aquel hombre me mataría, caí de rodillas frente a ellos, mirando a Lara arrepentida y entre las lágrimas que habían tardado mucho en salir, pero que por fin corrían por mis mejillas. Después de eso, noté cómo el hombre se levantó y caminó hacia mí, pero no quería dejar de ver a Lara, que me miraba confundida, dejándome ver que ni siquiera ella sabía qué pasaba.
El hombre tocó mi mentón y, con sutileza, hizo que lo mirara. Pues, al tener la mitad del rostro tapado, junto con su cabello, solo podía mirar el azul de sus ojos que me miraban enamorado. —Te ves hermosa, Liv— dijo, acomodando con su otra mano mi cabello empapado que se había quedado pegado en mis mejillas y boca. —Ella vivirá— continuó, volviendo a verla. Para después soltar mi rostro y sentarse al lado de Lara, que poco a poco ya cerraba sus ojos.
Al tenerlo ya a mi lado, mi cuerpo reaccionó, soltando ira y desesperación de golpe que se liberaron en un intento brusco de acercarme a mi amiga para abrazarla y hacerla despertar, pero el hombre detuvo mi movimiento, abrazándome tan rápido como me había levantado, sosteniéndome con fuerza contra su pecho. Forcejeé un poco, pero al final, dejé que me consolara con aquel abrazo casi asfixiante. —Cuando ella vuelva, yo volveré por ella— me susurró una vez que pude dejar de llorar.
Me soltó y, sin importarle un carajo, dejó a Lara y a mí en el suelo, ambas sin vida, y salió por las puertas de cristal.
Olivia/Lara (presente)
Abrí mis ojos y la luz que anteriormente me encandilaba aún estaba, pero definitivamente ya no brillaba igual. —Buenos días, Liv— dijo Osisael, giré mi rostro en dirección al otro sillón siguiendo el sonido de su voz, suponiendo que ahí se encontraba, y sí, ahí estaba, sentado con esos lentes que lo hacían ver inocente de todo pecado, mientras dibujaba en su libreta roja.
—¿Qué pasó?— articulé unas palabras vagas que milagrosamente él entendió.
—Te drogué con el té, Liv; es obvio— contestó, alejando de su rostro su libreta y volviéndola a acercar para borrar o mejorar algo de aquel dibujo que hacía.
—¿Para qué?— pregunté.
—Como advertencia— dijo, cerrando de una vez su libreta mientras miraba mi intento por reincorporarme y sentarme. Al ver que aún no podía levantarme, se levantó de su asiento y tomó con fuerza mi brazo cerca del hombro para tirar de el con firmeza y levantarme.
—¿De qué?— pregunté en un intento de hacerme la loca, pues ya sabía el motivo. Una vez sentada, volvió a su asiento, dejando en la mesa de cristal frente a ambos su libreta, justo en medio de esta. Dejándome ver, al seguir su movimiento, que aquella libreta no era de él, sino mía, y que posaba en sus pies mi mochila que anteriormente estaba al lado de la puerta y sillón donde yo me encontraba.
—¿Por qué viniste?— preguntó, cambiando de tema, inclinándose hacia adelante con curiosidad.
—Quería hablar— me limité a decir mientras trataba de enfocar el rostro borroso de Osisael.
El sonrió y, con la cabeza, negó, regresando su cuerpo al respaldo del sillón. —Liv, creo que ya te mostré que ya no necesitas mentir. En lo personal, odio las mentiras— dijo, llevando su mano al rostro para rascarse una mejilla, dejando a su paso una mancha rosa en ella. —Así que dime, sabiendo que corrías peligro, ¿por qué viniste?
Tragué saliva, sintiéndome aún mal, sutilmente intenté apoyarme en mis manos para levantarme por completo del sillón, pero cuando mis brazos tambalearon con el mínimo esfuerzo, supe que aún no podía correr.
—Por Emma— contesté, sabiendo que en parte la motivación era ella.
—¿Y?— dijo, sabiendo exactamente que eso era solo una parte de mi decisión. Casi como si pudiera leer mi mente.
Resignada a que ya no podría mentir, decidí simplemente soltarlo, sabiendo que seguro divagaría por el tema como un parásito. —Quería saber si sabías que yo no era Lara— solté finalmente, apretando después de eso mi mandíbula por la incomodidad que me había provocado decirlo en voz alta.
—¿Creíste que era yo, no?— preguntó.
Y no supe qué contestar, porque ni siquiera yo había pensado en eso, aunque después de esa pregunta, la sensación que siempre había estado en mi mente desde que lo había conocido era solo ahora real como si mi única motivación hubiera sido siempre saber si él era el asesino de Lara o no.
—No— dije, mintiendo.
El hombre asintió y se levantó, volviendo a sentarse a mi lado, pero esta vez más cerca que antes. —Mentira— susurró, llevando su mano izquierda hacia mi cabello, acariciándome tal como aquel hombre lo había hecho.
Horrorizada, con una mezcla de asco y rabia, quité su mano de un manotazo y me levanté del sillón de golpe, aunque no pude mantenerme de pie, pues caí tan rápido como me levanté hacia atrás, quedando en el suelo sentada, mirando hacia un Osisael que parecía deleitado.
—No soy él— dijo, volviendo a levantarse para volver a sentarse cerca de mis pies estirados. —Me tomé la libertad de leer el informe y con ellos tu declaración, donde mencionaste el apodo que te dijo esa noche, las caricias y aquella frase que da vueltas en mi cabeza. "cuando ella vuelva, yo volveré por ella". ¿Sabes tan siquiera qué es lo que te quiso decir, Liv?
—¡Deja de llamarme así!— grité con la fuerza de mi dolor que ahora solo quedaba en mi garganta y, lamentablemente, no en mi cuerpo.
—Esa fue la marca que dejó un asesino para ti, Liv. Voy a respetar eso— dijo. Y no pude evitar reflejar en mi rostro lo asqueada que estaba de aquellas palabras que otro loco me decía.—Mantente alejada de Emma o arriunare tu intento de atrapar al asesino de tu amiga —amenazo
Todo el esfuerzo que había puesto en convencer a todos que yo era Lara,Las fotografías que hacían que la cuenta de mi amiga aún estuviera activa, por si aquel hombre venía a buscarla, se irían al caño por un idiota que ni siquiera sabía qué quería.
—No lo harás— pedí.
—Lo haré— dijo. —Aquella Lara que aún sube fotografías en su cuenta de lo que desayuna y adónde va aré que la suspendan por falsificación de identidad, desapareciendo y volviendo a renacer aquel caso que ya había muerto con tu nombre y su vida.
Tomo tu rostro por las mejillas y, de rodillas, inclinó su torso hacia mí, acercando su rostro al mio quedando muy cerca de mi boca—. Aléjate y continúa buscando al asesino, Lara— susurró, tocando mis labios con los suyos sin llegar a pegarlos por completo, con los ojos cerrados. Cómo si me lo estuviera suplicando.
Alejó su rostro y abrió los ojos, viendo con una sonrisa sutil mi reacción que dejaba ver que yo ya no diría nada.
—Vendrás a las sesiones; si no quieres hablar, no hablaremos, pero te quiero aquí; esta es la única forma en que sé que nuestro trato continúa. ¿De acuerdo?— preguntó.
Asentí al igual que el.
se levantó, tomó mi mochila, la libreta de antes de la mesa de cristal y, mientras caminaba devuelta a mi, metió la libreta dentro de la mochila para después cerrarla y dejarla en mis piernas.
—Se acabó la sesión— dijo, pasando a un lado mío y saliendo de la habitación, tal como aquel hombre me había abandonado con el cuerpo sin vida de mi amiga.
Después de un momento en que repetía cada palabra en mi cabeza, sentí como ya tenía más fuerza en mi cuerpo, al menos ya lo suficiente como para pararme e irme. Aunque antes de levantarme, pude ver en el suelo aquella puerta chica debajo de la silla del escritorio de la que Matthew me había hablado.
Me levanté, me colgué mi mochila y caminé hacia el escritorio, moviendo de golpe la silla para arrodillarme y abrir la puerta. Al hacerlo, dentro de ella había periódicos que, al quitarlos, dejaban vacío el espacio de fondo negro del aparente cajon. Rendida, volví a tomar la puerta chiquita y, antes de cerrar, un borde extraño en una de las esquinas del fondo parecía no encajar.
Curiosa, no cerré la puerta, metí la mano dentro y, tomando de ese vacío o desencaje, tiré de él, sacando una carpeta negra. Cerré la puerta y, dejando aún todo el tiradero de periódicos, me levanté y puse la carpeta en el escritorio, decidida a leerla o verla.
Al abrir la carpeta, había fotografías de Emma y otras chicas que no conocía, todo un apartado con algunos documentos de su vida privada y, casi para terminar, había un apartado con mi nombre, con fotografías solo mías y aquel informe que Osisael me había dicho que había leído, junto con una foto mía en aquel parque en el que iba a calmar mi tristeza con un pan y dibujos que el había hecho del día en el que habían asesinado a mi amiga como si los estuviera imaginando, habían dibujos de cada cosa descrita del informe y hasta como me veía mojada por el agua de los sensores de aquel patio.