Jonás sintió que el mundo entero giraba a su alrededor, y antes de que pudiera darse cuenta, la luz cegadora desapareció. El lugar donde estaba parado no se parecía en nada a lo que conocía. El paisaje a su alrededor era desolador, lleno de ruinas y restos de lo que alguna vez fue una civilización.
—¿Dónde estoy? —murmuró Jonás, su voz apenas audible mientras daba un par de pasos inseguros. El aire olía a metal oxidado y carne en descomposición. Una sensación de desconcierto y temor lo recorrió de pies a cabeza.
Miró a su alrededor buscando alguna señal familiar, pero todo lo que encontró fueron escombros y edificios destruidos. No había rastros de vida, ni siquiera animales. Parecía estar completamente solo.
El silencio era perturbador, pero justo cuando estaba a punto de entrar en pánico, algo apareció ante sus ojos. Una interfaz flotante, brillante y etérea, surgió de la nada, suspendida en el aire como un holograma. Jonás parpadeó, tratando de asegurarse de que lo que veía no era producto de su imaginación.
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Sistema Activado
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Una voz mecánica resonó en su cabeza, clara y autoritaria, como si estuviera recibiendo instrucciones directamente de algún programa avanzado.
—Espera, espera, espera... —balbuceó Jonás—. ¿Esto es un maldito juego?
Frente a él, el sistema proyectaba una serie de opciones, y un mensaje claro se desplegó en la parte superior de la interfaz:
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Puntos disponibles: 1000
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Un cosquilleo de emoción recorrió el cuerpo de Jonás. ¡1000 puntos para empezar! El sistema era real, y con él, el poder de invocar cualquier cosa del universo de Warhammer estaba en sus manos.
—Esto no puede ser cierto, —susurró, pero la sonrisa que comenzaba a formarse en sus labios sugería lo contrario.
Comenzó a examinar la lista de opciones:
Astartes tácticos: 100 puntos
Astartes de asalto: 120 puntos
Adeptus Mechanicus: 300 puntos
Apotecarios: 150 puntos
Guardias Imperiales: 50 puntos
Y había más. Naves, tanques, armas... Jonás sentía que su cabeza iba a explotar de la emoción. Tenía el poder de invocar a los guerreros más poderosos de la galaxia.
—¿Soy yo el maldito Emperador? —murmuró, asombrado por la enormidad de lo que tenía ante él. Se le escapó una risa nerviosa, pero esta vez no era de miedo, sino de pura incredulidad.
Decidió que lo primero que haría sería invocar a un par de Astartes, los poderosos Marines Espaciales. Era lo lógico. Tenía que asegurarse de estar bien protegido.
Pero justo cuando iba a seleccionar la opción, un crujido en la distancia lo detuvo. Jonás se quedó congelado en el lugar, escuchando con atención. El sonido se acercaba, algo pesado y grotesco se movía entre las ruinas. Su respiración se aceleró.
—¿Qué demonios es eso...? —murmuró, mientras su corazón latía con fuerza.
Antes de que pudiera moverse, una figura apareció de entre los escombros. Era un mutante, una criatura deformada y horrenda, con músculos retorcidos y piel pálida. Los ojos de Jonás se abrieron de par en par.
—¡Oh no... no, no, no! —murmuró, retrocediendo.
El mutante lo había visto. Emitió un gruñido bajo, y con su cuerpo masivo y deforme, comenzó a avanzar rápidamente hacia él.
Continuemos con la segunda parte del capítulo 1, donde Jonás invoca a los Astartes justo a tiempo para enfrentar al mutante.
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La Invocación Salvadora
El mutante gruñía con fuerza, su cuerpo masivo y deforme avanzaba hacia Jonás con rapidez. El miedo lo paralizaba por un segundo, mientras la criatura se acercaba más y más. Podía sentir el sudor frío en su frente y el sonido de su corazón martilleando en sus oídos.
—¡No, no, no, no! —exclamó, casi sin pensar.
Jonás sabía que no tenía tiempo para correr, ni para pensar en lo que estaba sucediendo. Su mirada volvió hacia el sistema, aún flotando frente a él, con las opciones de invocación claramente visibles.
—¡Astartes! ¡Necesito Astartes! ¡Los tácticos mismos! —gritó mientras sus manos temblaban.
Con un rápido movimiento, seleccionó la opción para invocar dos Astartes. Se sintió como si hubiera pulsado un botón en un videojuego, pero esta vez, la realidad era mucho más intensa.
El aire a su alrededor vibró, y antes de que la monstruosidad pudiera lanzarse sobre él, dos figuras gigantescas aparecieron de la nada. Marines Espaciales, Astartes, cubiertos con su impresionante servoarmadura, cayeron del cielo con un estruendo metálico.
Los Astartes, con más de cinco metros de altura, bloquearon el camino del mutante justo a tiempo, haciendo que la criatura retrocediera por un instante, sorprendida por la aparición de esos gigantes de guerra.
Pero lo que realmente sorprendió a Jonás fue lo que sucedió a continuación.
Ambos Astartes, en un acto solemne, se arrodillaron ante él. Sus armaduras masivas hicieron eco en el suelo al impactar, y con la cabeza inclinada, reconocieron su lealtad suprema hacia Jonás.
—Maestro, ¿cuáles son sus órdenes? —preguntó uno de ellos, su voz profunda y resonante como el trueno.
Jonás parpadeó, asombrado por la escena ante él. Era real. Tenía el poder de invocar a los guerreros más temidos y respetados del universo.
¡La madre que os parió, no os arrodilles ahora matar la amenaza!—penso Jonás mirando asustado al mutante.
—¡Levantaos! —ordenó rápidamente, recobrando la compostura—. ¡Acabad con esa cosa!
Los Astartes se levantaron de inmediato, sus movimientos precisos y letales. Sin un segundo de duda, apuntaron sus bólteres hacia el mutante que aún gruñía, intentando comprender lo que había sucedido.
Los disparos resonaron como truenos mientras los bólteres de los Astartes vomitaban proyectiles explosivos con una precisión letal. El mutante no tuvo oportunidad. Los disparos lo golpearon con una fuerza devastadora, haciendo que su cuerpo se desgarrara y cayera al suelo en cuestión de segundos.
Jonás observaba todo, su corazón aún latiendo con fuerza, pero ahora por la emoción y no por el miedo. Había sido salvado en el último momento, y todo gracias a su rápida invocación.
—Eso... eso fue increíble, —susurró para sí mismo, apenas creyendo lo que acababa de ver.
Los Astartes giraron hacia él, sus visores brillando bajo la luz parpadeante del cielo sombrío.
—Área despejada, maestro. ¿Cuál es su siguiente orden?
Jonás sonrió, la adrenalina aún corriendo por su cuerpo.
—Lo hicisteis perfecto, —dijo, asintiendo con aprobación—. Esperad, el sistema...
Su mirada volvió a la interfaz, y para su sorpresa, apareció un nuevo mensaje.
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¡Felicidades por tu primera invocación! Recompensa: +100 puntos
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Y junto a eso, un mensaje adicional:
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Mutante eliminado. Recompensa: +2 puntos
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—¡Ja! —Jonás no pudo evitar reírse—. Así que también gano puntos por matar a estos bichos.
Ahora tenía 900 puntos, tras haber gastado 200 para invocar a los Astartes y recibir 100 de recompensa por la primera invocación, además de los 2 puntos por matar al mutante.
Miró a sus dos Astartes, su nueva fuerza de combate.
—Esto va a ser más fácil de lo que pensaba, —dijo para sí mismo con una sonrisa, mientras observaba el cuerpo destrozado del mutante.
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Reconociendo el Terreno
El viento soplaba suavemente entre las ruinas, llevando consigo el eco de la reciente batalla. El mutante estaba hecho pedazos, pero Jonás sabía que ese no sería el único desafío en este extraño mundo. A su lado, los dos Astartes permanecían inmóviles, esperando sus órdenes.
Jonás cruzó los brazos y comenzó a pensar. Necesitaba un plan, y parte de ese plan era encontrar un refugio seguro antes de que algo peor apareciera.
—Tú, —dijo, señalando a uno de los Astartes—, ve y despeja la zona. Asegúrate de que no haya más de esas... cosas por aquí. Y si encuentras un lugar adecuado para refugiarnos, infórmame.
El Astartes asintió, sus movimientos precisos y rápidos. Sin decir una palabra, se giró y comenzó a avanzar entre las ruinas con una eficiencia implacable. Su figura masiva desapareció tras los escombros en cuestión de segundos.
Jonás se quedó mirando al segundo Astartes, que permanecía junto a él como una fortaleza viviente. Se sentía extraño, estar al mando de una de las fuerzas más poderosas del universo. Pero no podía negar que la sensación de tener tanto poder a su disposición le gustaba.
—Bueno, —murmuró Jonás mientras pensaba en lo siguiente—, ¿qué más debería invocar? Miró la interfaz, considerando las opciones disponibles. Guardias Imperiales, Apotecarios, Adeptus Mechanicus… Las posibilidades eran infinitas, pero no quería apresurarse.
Por primera vez, se dio cuenta de que no había hablado realmente con los Astartes más allá de darles órdenes. Una idea le cruzó por la mente.
—¿Cómo te llamas? —le preguntó al Astartes que se quedaba a su lado.
El gigante giró la cabeza lentamente, sus ojos brillantes bajo el casco.
—Renuncié a mi nombre, maestro. Ya no necesito uno.
Jonás frunció el ceño por un segundo, luego recordó algo de los lore de Warhammer. Los Astartes, en algunos capítulos, renunciaban a sus nombres para servir solo a su causa. Asintió lentamente, como si estuviera entendiendo el código que seguían estos guerreros.
—Cierto, cierto... —dijo Jonás—, me había olvidado de eso.
El silencio volvió entre ellos, pero esta vez no era incómodo. Jonás comenzaba a aceptar su rol, a entender que ahora estaba a cargo de estos guerreros legendarios. Pero antes de que pudiera seguir pensando, algo llamó su atención.
El Astartes que estaba a su lado levantó una mano hacia su oído, como si estuviera recibiendo una transmisión a través de sus sistemas de comunicación interna. Permaneció en silencio durante unos segundos, luego se giró hacia Jonás.
—Maestro, —dijo con su voz profunda—, debemos movernos. Es hora de irnos.
—¿Ya? —preguntó Jonás, sorprendido—. Si solo han pasado 15 minutos…
—El área está despejada, —respondió el Astartes—. El otro guerrero ha localizado un refugio adecuado. Debemos trasladarnos allí de inmediato.
Jonás no pudo evitar una sonrisa. 15 minutos para despejar la zona y encontrar un refugio. Si todas sus misiones eran así de fáciles, pronto tendría el control absoluto de este lugar.
—Bien, entonces vámonos, —dijo Jonás con una renovada confianza—. Lidera el camino.
El Astartes asintió, y ambos comenzaron a avanzar hacia el refugio que el otro Astartes había asegurado. Jonás sentía que cada paso que daba lo acercaba más a la creación de su propio imperio. Ya no había miedo en su corazón, solo determinación y ambición.