Su traje blanco e impoluto brillaba bajo la luz del sol. Siendo seguido por dos matones de poca monta, un hombre de cabello rubio y ojos azules caminaba con tranquila seguridad por las calles de la pequeña italia, sus calles.
Sus zapatos de color blanco, con dos pequeñas manchas negras en la parte del talón, producían un fuerte golpe al caminar. La capa blanca que cubría su cuerpo aumentaba su ya alta estatura, sumandole un metro más al metro noventa que poseía. Sus manos cubiertas por unos elegantes guantes blanco que se veían impolutos, sostenían su bastón de madera con una blanca cabecera redonda. La camisa negra junto a su corbata blanca y el sombrero blanco con una franja negra en el centro terminaba de darle el tono mafioso que Alberto Facchio necesitaba para intimidar a los residentes de la pequeña italia.
A diferencia de los otros grandes jefes mafiosos, Facchio era un pez grande dentro de un charco. Sabía que su poder era irrisorio en comparación a los poderes de otros capos mafiosos, pero dentro de un pequeño vecindario de cinco calles compuestas por varios negocios y una iglesia, era más que suficiente para que Facchio pudiese tener buenos ingresos como para poder mantener a una pequeña pandilla compuesta de seis personas. Muy en el fondo, Facchio estaba interesado en hacer tratos con bandas de mediano poder para agrandar su figura y de esa manera cuando los grandes jefes de la mafia viniesen por su territorio, lograse hacer que lo miraran con respeto. Incluso podía darse el caso de que negociaran debido a que a los grande jefes podía convenirles que él mantuviese control de esa zona. Pero cada cosa a su tiempo. Lo que ahora importaba era el ir a pedirle el dinero de la protección al imbecil del verdulero, y por su bien que esta vez tuviese el dinero justo o de lo contrario no solo su negocio sería el que se viese afectado esta vez.