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Chapter 6 - El Lobo. parte 1

Me encontré jugando ajedrez con la anterior princesa de la noche, la que alguna vez rozó la tiranía. Cualquiera que no las conozca pensaría que las princesas son estrategas brillantes, dotadas de una sabiduría ancestral.

Y sin embargo, ahí estaba ella, congelada detrás del tablero, la mirada perdida entre sus piezas. Juraría que sudaba frío bajo su pelaje. Ya le había ganado varias veces, así que, por puro aburrimiento, le di ventaja, curioso por ver qué haría con ella. Pero no pensaba regalarle la partida.

Fue fácil de remontar. Demasiado fácil.

Era difícil de creer. Hace un milenio, peleé contra esta misma pony, y ahora estábamos aquí, frente a un tablero de ajedrez. Al menos ella no tenía la costumbre de sermonear como Twilight.

Más tarde, Starlight llegaría con botanas y otro juego de mesa. Parecía molesta, quizá celosa de que Luna avanzara más rápido que ella, pero no le presté atención.

Ahora que lo pienso… no he jugado con nadie más además de Hope.

Cierro los ojos un instante, y ahí está ella, como si el tiempo no hubiera pasado. Su risa, su calidez… la forma en que siempre encontraba la manera de hacerme sentir menos solo. Tal vez sí me quería. Tal vez no fui solo una opción conveniente.

Pero no.

La dulzura del recuerdo se vuelve agria. Sé cómo terminó. Sé lo que hizo cuando descubrió lo que soy.

Sacudo la cabeza. No sirve de nada volver ahí. Cuanto más revuelvo esos momentos, más amargos se vuelven.

—¡Jaque! —gritó Luna al mover su peón al otro lado del tablero.

—Luna, esto es ajedrez, no damas chinas —dijo Starlight.

Luna se encogió en su asiento al escucharla. Ahogué una risa antes de soltar, con sarcasmo:

—Al parecer, para ser realeza no es necesario tener el mínimo conocimiento militar. ¿No es así, Lunita?

—No todos podemos cometer golpes de estado —respondió, ofendida—. Y además, ¿con qué derecho me llamas Lunita?

Sonreí con sorna mientras Luna golpeaba la mesa de forma cómica. A pesar de todo, el ambiente era extrañamente agradable. Nadie pensaría que éramos tres excriminales, capaces, en su momento, de reducir Equestria a cenizas.

—En serio, ¿cómo lo hiciste? —susurró Starlight al oído de Luna—. Intenté todo lo que se me ocurrió y no se abría ni un poco.

—Tengo mis métodos —respondió con orgullo.

Seguimos jugando en aquella pequeña sala hasta que el sol se desvaneció en el horizonte. Después del ajedrez, en el que, por supuesto, Luna apestaba, Starlight trajo uno de esos juegos modernos con trampillas y figuritas de colores. Le dije que en mis tiempos usábamos la imaginación y no necesitábamos esas cosas. Luna se unió, diciendo que antes los potrillos pasaban el día afuera y jugaban con lo que fuera.

Starlight se burló de nosotros, llamándonos un par de ancianos.

Un chirrido sonó en la puerta antes de abrirse, revelando a Spike. Llevaba un montón de cajas de pizza y un bote lleno de piedras preciosas. Abrió los ojos con sorpresa; claramente no esperaba encontrarnos aquí.

—Oh, lo siento —dijo, dejando las botanas a un lado—. Normalmente nadie suele estar aquí.

—No hay problema, Spike. Puedes unirte a nosotros si quieres —invitó Starlight.

—No, es que ya tenía planes con alguien más y… —Se volteó hacia Luna—. Te lo digo por tu bien, deberías esconderte.

Luego se quedó inmóvil, y por un momento sentí que empezaba a sudar frío. ¿Los dragones podían sudar? No lo sé, pero parecía que sí.

Antes de que alguien pudiera decir algo más, la puerta se abrió de golpe. Entró una dragona de escamas carmesí con un mechón de un rosa más chillón, claramente de la misma edad que Spike.

Él intentó sacarla de la habitación apresuradamente, pero ella no se lo tomó en serio y se adentró sin dudarlo. Sus pupilas se dilataron al ver a Luna, y de pronto, soltó un grito agudo, como el de una potrilla emocionada.

—¡Luna! Oh, por Celestia, no esperaba encontrarte aquí. —Sacudió violentamente su garra en un saludo—. De haber sabido, me habría arreglado mejor.

—Joven dragona, no hay necesidad de formalidades. Además, todo amigo de Spike es amigo mío —respondió Luna con serenidad.

La dragona se emocionó aún más, casi al borde de las lágrimas de felicidad. Luna, visiblemente incómoda, intentó aligerar el ambiente.

Mientras tanto, Spike se escabulló hacia mí y susurró:

—Deberías aprovechar que está distraída para escapar —dijo, nervioso.

—Oh, sí, el gran y poderoso Spike tiene que salvar al tirano —bromeé en un tono monótono.

—Es en serio. No digas que no te lo advertí —insistió, mientras intentaba sacudirme con sus brazos de dragón adolescente.

La dragona rosa giró el cuello de forma inquietante en nuestra dirección, con los ojos perlados por la sorpresa. Caminó hacia nosotros con una calma casi antinatural, sin mostrar emoción alguna. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, quedó hocico a hocico conmigo y, con una garra temblorosa, tocó mi rostro como si no creyera que fuera real.

—¿Necesita algo, señorita? —gruñí, enseñando mis colmillos para que se alejara.

Ella alzó la mirada, y sus ojos brillaron con un destello extraño.

—Entonces… sí eres… el Rey Sombra —preguntó, incrédula.

Asentí con desdén.

El grito que soltó fue tan agudo que habría dejado sordos a los perros. Luego, sin pensarlo dos veces, se pellizcó con fuerza las escamas, como si necesitara asegurarse de que no estaba soñando.

—¡Tienes mil años, ¿verdad?! ¿Cómo era el mundo hace mil años? ¿Es cierto que el Imperio de Cristal es más avanzado en magia? Oh, ¿por qué tu cuerno es rojo? ¿Por qué tienes colmillos? ¿Es algún tipo de deformación causada por la magia oscura? ¿Es esa la razón por la que no tienes cutie mark, o sí tienes una? ¿Qué sería un cristal rojo? ¿Por qué tu cabello se mueve así? Se ve tan largo y sedoso… ¿Cómo es estar atrapado en el hielo por mil años? ¿Es cierto que tuviste un romance con Celestia? Mi amiga los shippea, aunque yo lo hago con Luna. ¿Sí tuvieron algo? —chillaba la dragona, cada vez más emocionada.

Mi mente empezó a dar vueltas ante la avalancha de preguntas. Apenas podía procesar la mitad de sus chillidos. Cuando logré volver en mí, la dragona estaba desmayada en el suelo.

Spike la atrapó con cuidado antes de que se desplomara.

—¡Mina! —exclamó, llevándola rápidamente al sillón.

—Parece que tienes una fan después de todo, Sombra —dijo Starlight con una sonrisa pícara.

—Tu novia es rara —bufé con suavidad.

—¡No es rara y no es mi novia! —protestó Spike, molesto.

Sonreí con malicia, pero antes de que pudiera soltar otro comentario, Luna me sorprendió con un golpe amistoso por la espalda. Apenas tuve tiempo de reaccionar cuando Starlight saltó y se colgó de mi cuello.

Mis músculos, tensos por costumbre, se relajaron. La rabia que suelo sentir en estas situaciones simplemente… no surgió. No fluyó por mi cuerpo como debería. En su lugar, una sensación extraña, fría y ajena, me invadió.

¿Qué me pasa?

Los días pasaron como los otros, con una extraña normalidad. Twilight no regresaba, y Starlight parecía no preocuparse demasiado. Seguía con mis actividades junto a ella, y Luna se había quedado a nuestro lado; era una yegua curiosa, distinta a lo que esperarías de una princesa.

Ella y Starlight eran de lo poco tolerable en este castillo, pero aun así, sentía una espina retorciéndose en mi interior. Si no actuaba pronto, sería más difícil enfrentarme a ellas por el trono.

Por eso los villanos no debemos tener amigos. Tarde o temprano, surgen dudas que nos carcomen.

Cuando recupere el Imperio de Cristal, ellas volverán a ser mis enemigas. Veré en sus ojos el mismo brillo de odio y miedo de siempre. No es como si estuviera acostumbrado a otra reacción.

Mi única amiga yace muerta. No le importó a nadie. ¿Por qué habría de importarme si este mundo termina hecho cenizas? No es como si este mundo no hubiera intentado matarme una y otra vez… incluso antes de que descubriera que mi propósito era la maldad.

¿Qué haré cuando logre mi cometido? No lo sé.

Lo que sí sé es que no liberaré a los Umbrum. Esos psicópatas me trajeron a este horrible lugar, y cuando sea rey, su libertad solo servirá para que sean torturados durante siglos.

Los ponis de cristal pagarán por lo que me hicieron a mí y a Hope. O verán su amada ciudad reducida a escombros.

¿Y después…? ¿Qué pasará después?

No importa lo que haga, al final acabaré muerto. No tengo aliados ni familia. Todo ser vivo sigue un camino que lo guía hacia la muerte… pero yo dudo si alguna vez estuve realmente vivo.

—¡¿Por qué, Amore?! —grité al cielo, con la voz cargada de rabia y desesperación—. ¿Por qué no me mataste cuando supiste lo que era? ¡Lo sabías y aun así me dejaste para sufrir! Me hiciste creer que podía ser libre… Solo me engañaste.

El temblor en mi voz amenazaba con romperse en algo más vulnerable. Antes de que las lágrimas lograran escapar de mis ojos, el eco de unos pasos resonó en el balcón.

—Ella creía que todo ser vivo era capaz de elegir su propio destino —dijo Luna, acercándose a mí.

Desvié la mirada hacia el horizonte.

—Ella jamás conoció a un ser como yo.

—Sombra, lo siento. Amore fue muy importante para Celestia y para mí; fue nuestra guía cuando Starswirl desapareció. Era impensable para mí no odiar a su asesino —dijo Luna con tristeza—. Pero ahora veo que ella no supo qué hacer contigo. Pensábamos que los Umbrum eran monstruos incurables.

Hice un ademán de fastidio, pero ella continuó:

—Te vi en tus recuerdos. Solo eras un niño… un niño que no tenía la culpa de sufrir por sus ancestros. De haberlo sabido antes, no habríamos descansado hasta encontrar una forma de aliviar tu sufrimiento.

—El "hubiera" no existe —repliqué con frialdad—. Ya acepté que soy un monstruo.

Luna guardó silencio por un momento antes de preguntar con voz serena:

—Sombra, ¿quién eres tú? ¿De verdad eres lo que los Umbrum te enseñaron a ser? ¿De verdad seguirás cumpliendo sus órdenes?

Cerré los ojos y exhalé lentamente.

—Soy algo que jamás debió existir. En este mundo no hay lugar para mí. Mis estrellas, las que deberían guiar mi destino… jamás han existido.

—Eso significa que eres libre para ser quien quieras ser. No tienes que seguir lo que los demás piensen de ti. —Luna sonrió. —Si decides hacerlo, te ayudaré a dejar atrás todo eso. Al fin podrás vivir como un poni más. Y si tengo que ir hasta el fin del mundo para hacerlo, lo haré.

Una sensación extraña recorrió mi espina dorsal, una alegría que no quería aceptar. Traté de mantener la calma, pero mi voz tembló un poco.

—¿Por qué haces esto por mí?

Luna me miró con sinceridad.

—Porque entre monstruos, debemos ayudarnos.

Shining y Twilight cabalgaron hacia las afueras del gélido norte, sintiéndose a kilómetros del Imperio de Cristal. Sus cascos resbalaban sobre la delgada capa de nieve que cubría el hielo traicionero. Estaban más lejos de lo que cualquier poni se había aventurado jamás.

—Un lobo de cristal… Ni en mis peores pesadillas imaginé algo así —gruñó Shining, molesto.

—Pensé que eran solo cuentos para asustar a potrillos traviesos. A estas alturas, ya nada debería sorprenderme —respondió Twilight.

—¿Hay algo en los registros antiguos sobre los lobos?

—Solo rumores y viejas leyendas. Ya sabes, esos relatos de ponis que aseguran que, bajo la luna llena, algunos se convierten en bestias. ¿Por qué los lobos serán tan populares en esas historias?

—Son grandes, fuertes y con sentidos más agudos que cualquier criatura. Claro que no tan grandes como este…

Una ráfaga helada agitó la oreja de Twilight. Entre las estalactitas de hielo, un bulto de pelaje se movió fugazmente. Sin darse cuenta, habían llegado a la boca de una cueva. La penumbra dentro del lugar era densa, pero en el fondo, un resplandor gélido dibujaba la silueta de una estructura de hielo. Twilight entrecerró los ojos, tratando de discernir mejor la forma, cuando algo la golpeó de lleno y la lanzó contra el suelo congelado.

La vista le falló por un instante, la luz se fragmentó en destellos imprecisos. Pero en medio de aquella nebulosa, distinguió unos colmillos colosales, el doble de largos que su cuerno. Unos ojos, negros como el vacío, la miraban sin emoción, como dos canicas inertes en la inmensidad. El hocico de la bestia se torció en una mueca amenazante, y su aliento escapó en nubes de vapor helado.

Era como mirar a un demonio a los ojos.

Su pelaje blanco, endurecido por estalagmitas de hielo, revelaba los poderosos músculos que ondulaban bajo la escarcha. Twilight sintió cómo el terror la atenazaba, cómo su cuerpo quería rendirse a la parálisis. Pero antes de que pudiera sucumbir, un resplandor azul interrumpió la escena: el escudo de su hermano la envolvió en un refugio efímero.

Twilight se aferró al lomo de Shining, batiendo sus alas con desesperación para escapar. No vio las traicioneras estalactitas ocultas en la penumbra. Un filo cruel rasgó su ala, arrancándole un grito ahogado. El dolor la recorrió como un relámpago, y aunque logró amortiguar la caída, solo pudieron estrellarse contra un grupo de rocas que, por el momento, eran su única defensa.

Pero no los protegerían para siempre.

—Tranquila, hermana —Shining la envolvió en un abrazo firme, su voz intentando transmitir calma—. Hice un llamado de ayuda a Starlight. Nos ayudará pronto… a menos que puedas teletransportarte.

Twilight intentó concentrarse, pero entre el miedo y el punzante dolor de su ala, hasta el hechizo más simple se volvía impensable. Con tristeza, negó en silencio. Shining la sostuvo con más fuerza contra su pecho mientras los envolvía en un campo de fuerza.

Las garras del lobo se hundieron en la delgada capa de hielo que los separaba. Su respiración, pesada y entrecortada, resonó en la cueva como una siniestra melodía del desastre.

Entonces, Twilight divisó una intensa luz azul. Por un momento, creyó que su mente la estaba abandonando, que su conciencia se disolvía en la nada. Pero luego, una voz clara y decidida la trajo de vuelta a la realidad.

—¡Aléjate de ella! —gritó Starlight, desatando un rayo celeste contra la bestia.

El ataque no pareció causarle un daño grave, pero fue suficiente para hacerla retroceder. Shining no perdió la oportunidad; sosteniendo a Twilight, salió de la cueva en una carrera frenética. Cuando finalmente dejaron atrás la oscuridad, el miedo y el alivio se mezclaron en sus pechos con tal intensidad que sintieron que sus corazones iban a estallar.

Saltaron el montículo de nieve y se apresuraron hasta Starlight, abrazándola con un alivio palpable. La sensación de haber escapado por poco los dejó sin aliento.

—Starlight… Si no hubieses llegado, no sé qué hubiera sido de nosotros —dijo Shining, aún pasmado.

—Hey, no es nada. Ningún monstruo es rival para… —Starlight interrumpió su propia fanfarronería en cuanto vio claramente a su exmentora—. ¡Twilight! Oh, por Celestia, tenemos que llevarte al hospital de inmediato.

—Solo es un rasguño —intentó restarle importancia, aunque su voz delataba el dolor que le atravesaba el ala como una navaja. El frío la envolvía con garras invisibles, reclamando su calor, su vida. Era aterrador.

Se pusieron en marcha hacia el Imperio de Cristal. Por fin, parecía que su aventura había terminado.

Pero entonces, un siseo inquietante retumbó en los oídos de Twilight. Su pelaje se erizó al instante. Por un momento, olvidó su herida.

Los llamados de sus amigos parecían lejanos, ahogados por el estruendo de la tierra temblando bajo sus cascos. El hielo crujió. Se abrió.

No hubo tiempo de reaccionar.

El suelo se desplomó bajo ella, y la oscuridad la tragó.

Cayó en picada hacia una laguna helada. El aire se escapó de sus pulmones en un grito ahogado. Intentó batir las alas, pero el dolor la paralizó. Sus amigos estaban demasiado lejos. Nadie alcanzaría a salvarla.

Sintió el abrazo gélido del agua envolverla por completo, una sensación que no le desearía ni a su peor enemigo. Su piel se erizó al instante, y un escalofrío recorrió su espalda mientras la corriente la arrastraba. A pesar del pánico que amenazaba con consumirla, reunió el valor para abrir los ojos, aferrándose a la tenue luz que titilaba en lo alto, marcándole el camino a la superficie.

Cada movimiento se volvía más pesado, como si su cuerpo se transformara en plomo. Sus fuerzas se desvanecían con cada segundo que pasaba. Luchó con desesperación, alzando una pata temblorosa hacia la luz, pero justo cuando le faltaban apenas unos centímetros para alcanzar el aire, un estremecimiento la paralizó. Su cuerpo dejó de responder.

Sintió cómo la gravedad volvía a reclamarla, arrastrándola lentamente de regreso a las profundidades. Entonces, algo la sujetó. Unas patas firmes la tomaron con brusquedad, impidiendo que siguiera hundiéndose.

La conciencia volvió a ella de golpe. Entre sombras y remolinos, distinguió un par de ojos escarlata. Incluso en la negrura del agua, brillaban con una intensidad hipnótica.

La mantenía sujeta en la orilla del lago, aún con el agua cubriéndolos a ambos. Twilight jadeó, su cuerpo temblando tanto por el frío como por la presencia del corcel que la sostenía. Frente a ella, Sombra se mantenía inmóvil, su expresión estoica e impenetrable, como si la escena no le provocara la más mínima emoción.

El aire gélido le oprimía el pecho, pero fue algo más lo que hizo que la sangre se le helara aún más en las venas. Sus ojos se dilataron como los de una presa atrapada bajo la mirada de su depredador.

Sombra abrió las fauces, y en su semblante se dibujó la misma mueca demoníaca de la criatura en su negro pelaje.

Cuando Twilight volvió a abrir los ojos, se encontró fuera del agua, su cuerpo tendido sobre la gélida orilla. Jadeó con fuerza, su aliento escapando en nubes temblorosas mientras intentaba llenar sus pulmones con el aire que le había sido arrebatado.

A su lado, Sombra permanecía impasible. Sin decir palabra, se sacudió con un movimiento brusco, esparciendo gotas que se estrellaron contra el hielo con un sonido seco. Luego, sin siquiera mirarla, se encaminó hacia la salida de la cueva.

Afuera, Starlight los esperaba.

Después de aquel percance, Starlight los teletransportó a las afueras del Imperio de Cristal. El viento helado los recibió de inmediato, arrastrando copos de nieve que se pegaban a sus crines. No podían perder tiempo: Twilight necesitaba atención médica antes de que la fiebre y el frío terminaran por debilitarla más.

Sombra, en cambio, parecía inmune a la gélida temperatura. Permanecía erguido, con la nieve acumulándose sobre su lomo oscuro, sin el menor temblor. A diferencia de los demás, no mostraba señales de incomodidad ni agotamiento.

Pero su presencia seguía siendo un problema. La actitud de Shining Armor lo dejaba claro: su hostilidad, aunque contenida, era palpable. Después de todo, lo que Sombra le había hecho a Cadence aún era una herida abierta para los ponis de cristal. Entrar al Imperio con él no era una opción.

—No pienso dejarte aquí solo —insistió Starlight, frunciendo el ceño.

—Hazlo de todos modos —respondió Sombra con indiferencia, dejándose caer sobre la nieve endurecida.

Twilight los miró con preocupación antes de dar un paso hacia el sendero iluminado que llevaba a la ciudad.

—Volveremos pronto —aseguró, antes de seguir adelante, desapareciendo junto a los demás entre la bruma helada.

—¿Cómo podemos dejarlo tan cerca del Imperio? —Shining Armor estaba visiblemente molesto, marco aún más la tensión en su voz.

—No hará nada, confía en mí —replicó Starlight con firmeza.

—En quien no confío es en él.

Shining resopló con frustración y echó a andar, acompañado de Starlight, quien seguía protestando en voz baja. Twilight caminó detrás de ellos, pero antes de adentrarse en el sendero iluminado, giró la cabeza hacia Sombra.

—Me salvaste la vida —murmuró. La ventisca se tragó sus palabras antes de que pudieran llegar a él.