Era otra noche de escapismo, de desconectarme de la realidad. Como de costumbre, me sumergía en mi novela favorita, esa historia de cultivo que tanto disfrutaba. Conocía cada detalle, cada giro predecible de la trama y, sin embargo, me cautivaba la historia de héroes y villanos, de hombres enfrentando peligros, acumulando poder, y conquistando heroínas. Me gustaba el protagonista, Qīng Fēng, pero a veces, en secreto, deseaba que algo lo pusiera en jaque, algo que hiciera tambalear su inquebrantable confianza.
El villano, Shà Xīng, era un ser despiadado, cruel y sin redención. Su odio hacia Qīng Fēng lo empujaba a cometer las atrocidades más despreciables, y aunque la trama lo condenaba desde el principio, le daba cierto toque de trágica profundidad. Me causaba algo de gracia que Shà Xīng compartiera mi nombre; después de todo, mi vida era todo lo opuesto. Yo era un lector promedio, alguien que trabajaba, volvía a casa y se refugiaba en los libros para escapar de la rutina.
Entonces sucedió algo inesperado. Mis dedos se paralizaron en la página, donde Shà Xīng enfrentaba a Qīng Fēng por primera vez. Las palabras comenzaron a desvanecerse, como tinta siendo absorbida por el papel, y las hojas parecían marchitarse en mis manos. Sentí un vértigo, una sensación que me hizo cerrar los ojos, mientras mi alrededor parecía sumergirse en oscuridad.
Cuando volví a abrir los ojos, estaba en una habitación desconocida, lúgubre, donde una tenue luz se colaba a través de una ventana sucia y rota. No reconocía el lugar. Me dolía todo el cuerpo, y al intentar levantarme, mis extremidades parecían pesadas, torpes, como si me hubiera metido en un cuerpo que no era el mío. Me arrastré hacia un espejo al otro lado de la habitación y mi reflejo me dejó sin aliento.
Era el rostro de Shà Xīng el que me devolvía la mirada. La piel áspera, las cicatrices en su rostro, la dureza en sus ojos. Me llevé las manos a la cara, sintiendo las cicatrices con los dedos temblorosos. La imagen del villano en el espejo era exactamente la que describía la novela. **¿Cómo era posible que estuviera en el cuerpo del villano?**
Intenté razonar, buscar respuestas, pero mi mente se llenaba de recuerdos y pensamientos ajenos, fragmentos de una vida marcada por la crueldad. Al recordar la trama de la historia, un terror helado me recorrió la columna. Shà Xīng estaba condenado a morir en manos de Qīng Fēng… y solo tenía tres días. Sabía que Qīng Fēng estaba decidido a acabar con él, y aunque el villano intentara redimirse o huir, su destino era inevitable.
Tragué saliva y respiré hondo. Necesitaba un plan. Tal vez, si lograba convencer a Qīng Fēng de que algo en mí había cambiado, que ya no era la misma persona, podría ganar tiempo. Sabía que era una posibilidad remota, pero era lo único que tenía. Qīng Fēng era terco, y su odio hacia Shà Xīng era profundo, pero no podía quedarme de brazos cruzados. Había leído suficiente sobre la historia como para saber dónde encontrarlo, así que decidí buscarlo y hablarle.
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El sol comenzaba a ocultarse cuando finalmente lo encontré. Qīng Fēng entrenaba en una explanada, en la base de la montaña. Lo observé a la distancia, maravillado por la precisión de sus movimientos. Parecía estar envuelto en una especie de aura de poder que vibraba con cada uno de sus movimientos. Por un momento, dudé de mi decisión de acercarme. **¿Cómo podría un hombre como Shà Xīng siquiera aspirar a enfrentarse a alguien tan fuerte como Qīng Fēng?** Mi corazón latía con fuerza, y un sudor frío cubría mi frente.
Qīng Fēng se percató de mi presencia y se giró hacia mí. La expresión en su rostro pasó rápidamente de la sorpresa al desprecio. Avanzó un paso, y su mirada era tan feroz que hizo que todo el coraje que había reunido se desmoronara en un instante.
—¿Qué estás haciendo aquí, Shà Xīng? —preguntó, su voz tan fría como su mirada.
Tragué saliva, sintiéndome pequeño ante él. Intenté no mostrar el miedo que me invadía, pero mi voz temblaba.
—Qīng Fēng… He venido a pedir disculpas —dije, sintiendo que cada palabra era una apuesta arriesgada—. Sé que no tienes razones para creerme, pero he cambiado. Quiero ayudarte.
Su expresión no cambió. Su mirada era dura, llena de desconfianza, y sabía que las palabras no serían suficientes. Necesitaba probarle que había cambiado, que mis intenciones eran sinceras.
—Sé dónde hay artefactos, tesoros escondidos que podrían ayudarte a ser más fuerte —le dije, tratando de sonar convincente—. Te diré dónde están todos, solo dame una oportunidad.
Por un momento, Qīng Fēng pareció interesado, pero luego su expresión se endureció de nuevo, y su mirada se tornó oscura.
—¿De verdad crees que soy tan estúpido, Shà Xīng? —dijo, avanzando hacia mí con un tono de voz afilado—. ¿Que olvidaré todo lo que has hecho, todos tus intentos de matarme, solo porque ahora dices que has cambiado?
Quise responder, pero las palabras se me atoraron en la garganta. Sabía que tenía razón. Su odio no iba a desaparecer de la noche a la mañana. Después de unos segundos que se sintieron eternos, Qīng Fēng se dio la vuelta y se alejó, dejándome en medio de la explanada, sintiéndome más solo que nunca.
La realidad se hacía cada vez más clara: acercarme a él era un suicidio. Si quería sobrevivir esos tres días, lo mejor sería mantenerme lo más alejado posible de él y de cualquier otra persona que pudiera reconocerme. Tal vez, solo tal vez, podría encontrar una salida, una forma de salvarme de este final trágico que se cernía sobre mí como una condena.
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Esa noche decidí adentrarme en el bosque, buscando tranquilidad, un lugar donde pudiera pensar con claridad y reflexionar sobre mis opciones. Sabía que no podía confiar en nadie, ni siquiera en mí mismo. **Estaba atrapado en el cuerpo de alguien despreciado por todos; cualquier encuentro podría ser fatal.**
Los árboles eran altos y oscuros, sus sombras proyectadas bajo la luz de la luna parecían retorcerse y moverse al compás del viento. Caminé entre ellos, tratando de despejar mi mente, pero el miedo y la desesperación me hacían difícil pensar con claridad. Me detuve junto a un árbol y cerré los ojos, buscando una calma que no llegaba. Todo en mi interior gritaba por una salida, pero en ese mundo ajeno, parecía no haber escape.
Un crujido me alertó. Abrí los ojos y me giré, intentando ver en la penumbra. **¿Había alguien más ahí?** Mi cuerpo se tensó de inmediato, y sentí un nudo en el estómago. El instinto me decía que debía correr, pero el miedo me paralizó. Antes de que pudiera reaccionar, un dolor agudo atravesó mi pecho.
Miré hacia abajo y vi la punta de una espada sobresaliendo de mi cuerpo, manchada de mi propia sangre. Sentí cómo el dolor me paralizaba, y mi respiración se hacía pesada. Giré la cabeza lentamente, y ahí estaba él. Qīng Fēng, con una expresión fría y llena de desprecio, sosteniendo el arma que me había atravesado.
Su voz fue un susurro helado.
—¿De verdad pensaste que iba a creer en tu estúpido arrepentimiento? —susurró, acercándose lo suficiente como para que pudiera ver el fuego de odio en sus ojos.
Intenté hablar, decir algo, pero el dolor me impidió articular palabra alguna. Mis piernas cedieron, y me derrumbé de rodillas, mientras la sangre empapaba el suelo a mi alrededor. Mi visión se nublaba, y sentí cómo el frío se apoderaba de mí, extendiéndose como una sombra, llevándose mis últimas fuerzas. **En esos momentos finales, pensé que tal vez todo había sido un sueño, una pesadilla absurda.**
**Quizá, al abrir los ojos, despertaría en mi cuarto, lejos de esta cruel fantasía.**
Pero la oscuridad fue absoluta.