En la tranquila oscuridad del bosque, mientras los adultos del clan se reunían en la gran sala, un grupo de niños se sentó alrededor de una hoguera más pequeña. Las llamas danzaban ante sus ojos curiosos mientras uno de ellos, con tono solemne, comenzó a relatar la historia del nacimiento que todos conocían bien.
—"Dicen que cuando nació, los ancianos del clan se reunieron en la gran sala," —empezó uno de los niños, su voz casi un susurro—. "Los más jóvenes danzaban en el patio central, alrededor de una gran hoguera, celebrando su llegada."
—"Sí," —intervino otro—, "se suponía que su nacimiento traería esperanza al clan, un nuevo guerrero para fortalecernos. Pero, ¿quién iba a pensar que ese bebé sería como una aguja en un pajar? No tenía nada especial."
Los otros niños asintieron, recordando lo que habían escuchado de sus padres.
—"No es fuerte," —añadió otro niño—, "ni bueno en magia. Apenas tiene senjutsu. Nada de lo que esperaban."
—"Por eso el clan decidió apartarlo," —continuó uno más, con un tono casi triste—. "Por culpa de él, el nombre de su familia cayó en la perdición. No era lo que esperaban... un don nadie."
—"Y aún así," —añadió el primer niño, mirando las llamas con una mezcla de duda y curiosidad—, "los grandes ancianos parecen esperar algo de él. No entiendo por qué."
Los niños guardaron silencio, observando cómo las llamas consumían los troncos, mientras las historias sobre el pequeño kitsune y su lugar en el clan continuaban llenando la noche. Era un cuento que habían oído muchas veces, pero que siempre dejaba una sombra de duda en sus jóvenes corazones.
De repente, la puerta de una de las casas se abrió de golpe, revelando a cinco jóvenes que, a pesar de su apariencia, eran los ancianos del clan. Se movieron en silencio, con una presencia que irradiaba autoridad. El líder, que se situaba en el centro del grupo, dio un paso adelante y, con voz firme, anunció:
—"Dentro de algunos años, cuando el pequeño Shin cumpla su mayoría de edad a los 15 años, se comprometerá con la hija del clan de Hoshizora. Además, participará en la celebración de la mayoría de edad en las demás aldeas."
El anuncio dejó a los presentes en un estado de shock. Sus rostros reflejaban sorpresa e incredulidad, que pronto se transformaron en ira. Murmullos se elevaron entre la multitud, y las miradas se cruzaron con preocupación.
Antes de que el descontento creciera, una anciana levantó la mano y habló con voz firme:
—"¡Tranquilícense! Desde hoy, nadie tiene permitido ponerle una mano al pequeño."
Los ancianos intercambiaron miradas, y uno de ellos susurró en voz baja:
—"Si ese mocoso hubiera mostrado su potencial, esto no habría sido necesario."
La proclamación de los ancianos provocó una ola de ira en la multitud. Varias voces se alzaron en protesta.
—"¡¿Qué se va a hacer?! A él no le interesan estas cosas," —exclamó uno de los ancianos, su voz cargada de frustración—. "¿No ven que el pueblo lo odia? ¿Cómo controlará el clan en el futuro?"
Otro anciano, más tranquilo pero con una expresión de preocupación, respondió:
—"Sí, pero debemos empezar a entrenarlo para el futuro. No hay otra opción."
El padre del pequeño Shin, que hasta entonces había permanecido en silencio, dio un paso adelante y, con confianza, dijo:
—"No se preocupen. Él podrá hacerlo."
Los demás ancianos lo miraron con escepticismo, pero no dijeron nada. Mientras tanto, los dos ancianos restantes se apresuraron a calmar a la multitud enardecida, sus palabras tratando de sofocar la creciente tensión.
Lejos del bullicio, un niño de 5 años observaba la escena desde lo alto de un árbol. Sus ojos de color rojo brillaban intensamente bajo la luz de la luna, y su cabello blanco contrastaba con la oscuridad de la noche. Cinco colas esponjosas se movían a su alrededor con gracia; dos de ellas se enrollaban alrededor de su cintura, una giraba en su mano, y las dos restantes revoloteaban a su lado como si tuvieran vida propia.
El pequeño Shin, desde lo alto del árbol, observaba cómo la multitud se agitaba en la distancia. La ira y el desprecio que sentía de los demás lo llenaban de frustración. No pudo evitar murmurar con desprecio:
—"Qué hipocresía... Si no quieren que gobierne el clan, ¿por qué no me desafían?"
La suave voz de su madre se escuchó detrás de él, calmada pero firme:
—"Porque todos saben que, si eres débil o no perteneces a uno de los clanes más importantes de la tribu, no tienen ninguna posibilidad de ganarte. Para ellos, desafiarte es imposible. Incluso el más débil de los nuestros podría destruir todo un batallón enemigo, mi pequeño."
Mientras hablaba, se movió detrás de él, y tres de sus colas se enredaron suavemente alrededor de su cuerpo, tratando de tranquilizarlo. El movimiento de las colas del niño, que antes giraban inquietas, comenzó a calmarse. Una de sus colas se posó alrededor de su cuello como una bufanda, mientras otra se entrelazó en uno de sus brazos, dándole una sensación de seguridad.
Así pasaron varios meses. En un páramo desolado, el pequeño Shin caminaba con una expresión de aburrimiento en su rostro. Sus colas estaban en su mayoría ocultas, dejando solo tres de ellas visibles: una se entrelazaba alrededor de su cuello como una bufanda, otra se envolvía en su brazo, y la tercera se anudaba alrededor de su cintura.
Cansado de su vagabundeo, Shin trepó a un árbol y, en su forma de zorro, se quedó dormido. Después de muchas horas, un ruido lo despertó. En sus pensamientos, murmuró con irritación:
—"Maldita sea, cállense ya."
El ruido persistía, acompañado de sollozos y el sonido de carne golpeando carne.
—"¡Aaa, solo déjenme dormir!"
Finalmente, un fuerte estruendo lo sacó completamente de su sueño. Abrió los ojos y vio una escena que captó su atención: una niña estaba golpeando a tres niños que yacían en el suelo. Ella tenía una sonrisa de satisfacción en su rostro, y sus manos estaban cubiertas de un líquido rojo que caía de sus dedos mientras ella gritaba:
—"¡Eso es todo, malditos! ¡Tanto estaban jodiendo que ahora que hago algo, salen corriendo! ¡Malditos imbéciles!"
La furia y la determinación en la niña sorprendieron a Shin, quien observaba la escena con una mezcla de curiosidad y asombro.
Shin cayó del árbol y, en el aire, se transformó en su forma de semi-humano. La niña, al verlo, dio una patada hacia atrás, pero Shin bloqueó el golpe con uno de sus brazos. Al caer al pasto, lo hizo con la gracia de una pluma. La niña lo miró con una expresión retadora, y Shin, al detener su golpe, se preparó para el siguiente ataque. Ella giró y le dio otra patada, la cual Shin bloqueó con el otro brazo. Mientras ella saltaba hacia atrás, pisó fuertemente el brazo de uno de los niños, quien gritó de dolor mientras se escuchaba el crujido de algo rompiéndose.
Esto no parecía importarles a los dos. La niña se lanzó hacia Shin, lanzando golpes y patadas, mientras él se dedicaba a esquivar y contraatacar. Finalmente, Shin la envió a volar con una patada en el abdomen, estrellándola contra un árbol. La niña se encogió de dolor mientras escupía sangre.
—"¡Eso fue suficiente!" —exclamó Shin, haciendo que la niña se pusiera de pie por el gran golpe. Mientras se levantaba, sus uñas comenzaron a crecer, afilándose como garras listas para atacar. y apuntando hacia él, se lanzó a atacarlo. Shin se defendió con el brazo envuelto en una de sus colas erizadas. La pelea continuó con la niña lanzando apuñaladas con sus manos desnudas, mientras Shin bloqueaba sus ataques con su brazo. Aprovechando la distracción de Shin, ella hizo una finta y finalmente pudo golpearlo en la mejilla. La sangre salió de la herida mientras él retrocedía.
Shin, con un dedo, se limpió la sangre de su mejilla y la llevó a su boca, saboreando el sabor metálico. Su mirada se mantenía fija en la niña, que ahora estaba concentrada, preparándose para pelear otra vez. Ella, sintiendo el calor rojo del niño en sus manos, también se llevó la sangre a la boca, disfrutando de su sabor mientras sus mejillas se sonrojaban.
De repente, se escuchóon pasos acercándose. Shin, alertado, escapó rápidamente. Aparecieron tres jóvenes que miraron el paisaje con sorpresa, notando la huida de Shin y la niña, que estaba roja y llena de intensidad por el sabor de la sangre del chico.
La niña intentó quitar la expresión de su rostro y marcharse, pero fue detenida por uno de los jóvenes. Él la señaló con una de sus colas hacia los tres cuerpos en el piso que se habían desmayado por la pérdida de sangre y el dolor sufrido. Sin decir palabra, ella solo levantó la mano y señaló la dirección por donde Shin había huido.
El joven siguió la dirección señalada por la niña con una mirada seria, sus ojos entrecerrados mientras intentaba captar cualquier rastro de Shin. Sin perder más tiempo, hizo un gesto a los otros dos jóvenes para que lo siguieran. Las colas de los tres se agitaron con impaciencia mientras se adentraban en el bosque, siguiendo la pista del joven Kitsune.
La niña, todavía jadeando por la reciente pelea, se quedó observando cómo los jóvenes se desvanecían entre los árboles. A pesar del dolor en su cuerpo y la sangre que aún sentía en sus manos, su mente estaba enfocada en algo más. Algo en el comportamiento de Shin la había intrigado, esa mezcla de indiferencia y poder latente que parecía emanar de él.
Mientras los tres jóvenes se alejaban en busca de Shin, ella se inclinó sobre los cuerpos desmayados de los otros niños, revisando sus heridas. Los sonidos del bosque llenaron el silencio mientras decidía qué hacer a continuación. Sabía que no podía quedarse mucho tiempo; los ancianos del clan seguramente se enterarían de lo sucedido y llegarían en cualquier momento. Con un último vistazo hacia la dirección por donde había huido Shin, la niña se levantó y comenzó a caminar lentamente hacia su hogar, sus pensamientos aún llenos del encuentro que acababa de vivir.
Sin embargo, antes de dar más de unos pocos pasos, una figura emergió de entre las sombras. Era uno de los ancianos del clan, su presencia imponente llenando el aire de tensión. Sus ojos, sabios y fríos, se clavaron en la niña, como si pudieran ver a través de ella. Sin esperar a que ella hablara, el anciano levantó una mano y dijo con voz grave:
—Sabemos lo que sucedió aquí. No intentes ocultarlo.
La niña se mantuvo en silencio, sus ojos desafiantes encontrándose con los del anciano. A pesar de la advertencia, no mostró miedo, solo una firmeza tranquila que hizo que el anciano la mirara con interés y desaprobación.
—¿De verdad crees que puedes desafiarme así? —preguntó el anciano, su tono frío.
La niña, con una expresión neutral, respondió:
—Solo actué en defensa propia. No es mi culpa que los otros fueran tan molestos.
El anciano frunció el ceño al ver las heridas en los cuerpos de los tres jóvenes desmayados en el suelo, evidenciando el reciente enfrentamiento. Con una mezcla de furia y determinación, usó sus siete colas para cargar a los jóvenes, elevándolos del suelo.
—Esto no quedará sin consecuencias —dijo el anciano con voz severa—. Recuerda bien esto, Sora. Esta ofensa no se quedará sin castigo. También recibirás otro castigo por inculpar a un miembro del clan Tsukiyomi.
Con esas palabras, el anciano desapareció en una ráfaga de viento, llevándose a los jóvenes con él. La niña, observando el aire vacío donde antes estaba el anciano, murmuró para sí misma:
—Ya sé dónde vives.
Una sonrisa de satisfacción cruzó su rostro mientras se daba la vuelta y se alejaba sin preocuparse por las amenazas del anciano. Su actitud desafiante y la satisfacción en su expresión reflejaban su desdén por las advertencias y su deseo de volver a encontrarse con el niño con el que había luchado.
Después de unas horas, nos encontramos en una residencia. Shin se encontraba de rodillas en el suelo, con la cabeza agachada en señal de respeto y vergüenza. La habitación estaba iluminada por la luz suave de las lámparas, creando un ambiente acogedor pero cargado de tensión.
Frente a él, estaba el padre de Shin, Akio Tsukiyomi, quien se erguía con una presencia imponente. Su figura musculosa y alta parecía dominar el espacio, y su porte elegante, junto con su mirada fija en Shin, reflejaban una autoridad indiscutible. Aunque su rostro permanecía impasible, una sombra de decepción se podía discernir en sus ojos. Su ropa, un conjunto tradicional de colores oscuros y ricos, acentuaba su estatura y su aura formidable.
A su lado, la madre de Shin, Akira Tsukiyomi, irradiaba una serenidad y tranquilidad que contrastaban con la intensidad de su esposo. Sus movimientos eran suaves y calculados, y su expresión serena transmitía una calma capaz de apaciguar cualquier tormenta emocional. Vestía una túnica de tonalidades más claras, que fluía con gracia a medida que se movía. Sus ojos, llenos de comprensión y preocupación, se posaban en su hijo con una mezcla de ternura y tristeza.
El padre, con voz grave y firme, rompió el silencio que llenaba la habitación:
—"Shin, ¿cómo pudiste llegar a esta situación? Sabemos que no buscaste conflicto, pero tus acciones han causado un gran desasosiego en el clan."
Shin levantó lentamente la mirada, encontrándose con la intensidad de los ojos de su padre. Aunque su voz temblaba ligeramente, respondió con sinceridad:
—"No era mi intención causar problemas. Solo estaba tratando de defenderme."
La madre de Shin, Akira, intervino con una voz suave pero firme, que parecía envolver a su hijo en un manto de calma:
—"Sabemos que a veces te enfrentas a situaciones difíciles, pero la violencia no siempre es la solución. Tienes que aprender a manejar estas situaciones con más cuidado."
Shin asintió, sintiendo el peso de las palabras de su madre. Sus ojos se llenaron de arrepentimiento mientras miraba a ambos, buscando entender la gravedad de la situación.
Shin salió del cuarto mientras la puerta se cerraba tras él. Suspiró profundamente, aliviado por haber dejado la tensa conversación atrás. Se quedó inmóvil por un momento, esperando hasta escuchar el sonido definitivo de la puerta cerrándose antes de moverse hacia adelante. Al llegar al patio, notó algo extraño: una cabeza asomaba desde el techo, mirándolo fijamente. Al principio, solo podía ver el rostro de la niña que lo había metido en problemas, sus ojos brillando con una mezcla de picardía y desafío. Estaba colgada del techo de una manera que solo su cabeza era visible, dándole una apariencia inquietante.
Sorprendido, Shin se quedó inmóvil, tratando de entender cómo había llegado allí y qué intentaba lograr. La niña, sin perder su expresión traviesa, lo observaba en silencio, como si estuviera esperando su reacción.
Con una voz seria, Shin le ordenó:
—Bájate.
La niña, aún colgada del techo, lo miró fijamente, sus ojos entrecerrados mientras una sonrisa juguetona se asomaba en sus labios. Por un instante, pareció disfrutar del control que ejercía sobre la situación, como si estuviera considerando ignorar la orden de Shin. Sin embargo, al ver la expresión firme y sin rastro de duda en su rostro, soltó un suspiro y decidió obedecer.
Con un movimiento ágil y silencioso, se dejó caer del techo, aterrizando suavemente frente a él. Al levantarse, la niña cruzó los brazos sobre su pecho, inclinando ligeramente la cabeza mientras lo observaba con curiosidad.
—Eres más mandón de lo que pareces —comentó con un tono burlón, intentando romper la tensión—. Pero no te preocupes, no estoy aquí para pelear... esta vez.
Shin, sin inmutarse por sus palabras, la observó detenidamente, intentando descifrar sus intenciones. Aunque la niña había causado problemas antes, había algo en su actitud que despertaba su curiosidad. Era como si estuviera esperando una reacción específica de él, como si hubiera algo más que quisiera de esa interacción.
—¿Entonces qué quieres? —preguntó Shin, manteniendo su tono firme, aunque con un toque de cautela.
La niña sonrió, dejando entrever que tenía un plan en mente. Sus ojos se iluminaron con una chispa de travesura mientras daba un paso hacia él.
—Quería ver si realmente eres tan interesante como dicen —respondió, con una mezcla de desafío y admiración en su voz—. No todos los días uno se encuentra con alguien que puede aguantar una pelea conmigo.
Shin la miró con seriedad, intentando entender si estaba siendo sincera o si solo jugaba con él. Pero la niña mantuvo su mirada, esperando a ver cómo respondería.
—No me gusta que jueguen conmigo —dijo Shin con frialdad, sus ojos entrecerrándose.
Ella se encogió de hombros, pero en su mirada había una chispa de respeto.
—Entonces no te preocupes —replicó la niña—. Juguemos juntos.
—¿Y qué es lo que quieres jugar? —preguntó Shin, su voz manteniendo un tono sereno y controlado.
La niña, con una sonrisa de desafío, echó a correr hacia el almacén. Shin, sin apresurarse ni mostrar ninguna emoción, comenzó a seguirla con paso firme y medido. La carrera hacia el almacén era rápida, pero su actitud no cambiaba: su rostro permanecía impasible, y sus movimientos eran fluidos y calculados.
Al llegar al almacén, la niña se detuvo frente a la puerta, que estaba entreabierta, y miró a Shin con expectación. Shin lo alcanzó y se detuvo a su lado, observando el edificio con una calma calculada.
—Así que este es tu juego —dijo Shin, su voz sin una pizca de emoción, pero con un claro entendimiento de la situación.
—Exactamente —respondió la niña con entusiasmo—. Dentro hay armas y objetos interesantes. Vamos a ver qué puedes encontrar y cómo los usas.
Shin asintió con una leve inclinación de cabeza, su expresión inmutable. Empujó la puerta con una suavidad calculada, dejando que se abriera completamente para revelar el interior del almacén, que estaba envuelto en penumbra y lleno de estantes con todo tipo de armas.
—No tengo intención de subestimar lo que pueda haber aquí —dijo Shin con tranquilidad—. Jugaré con el máximo respeto hacia el desafío.
La niña lo miró con un brillo de curiosidad en los ojos mientras entraba al almacén detrás de él. La puerta se cerró con un leve chasquido, y el silencio en el interior estaba cargado de la tensión de la competencia que ambos estaban a punto de emprender.
La niña se giró hacia Shin con una sonrisa amplia y un brillo de competitividad en sus ojos.
—El juego es simple —dijo, su voz llena de entusiasmo—. Cada uno se hará una arma a su preferencia con lo que encuentres aquí. Luego, pelearemos. El primero en ganar recibirá un favor del otro. Así continuaremos, hasta que decidamos detenernos.
Shin asintió con una tranquilidad inalterable, sus ojos analizando el contenido del almacén mientras entraban. El lugar estaba repleto de todo tipo de armas y herramientas. Desde espadas y arcos hasta dagas y mazas, el almacén ofrecía una amplia gama de opciones.
—Entendido —dijo Shin con calma—. Comenzaré a buscar mi arma.
La niña se dirigió hacia un estante cercano, buscando entre las diversas opciones disponibles. Su entusiasmo contrastaba con la calma serena de Shin, quien se movía con precisión y sin prisas, evaluando cada objeto con atención.
Después de unos minutos, Shin encontró una espada de diseño elegante con una empuñadura que parecía perfectamente equilibrada. La desenvainó y la examinó con detenimiento, sintiendo su peso y su balance. Finalmente, asintió satisfecho, sintiendo que esa sería su arma de elección.
La niña, por su parte, eligió una lanza con un acabado intrincado y afilado. La levantó con facilidad, probando su agilidad y el alcance del arma con algunos movimientos rápidos y precisos.
Ambos se colocaron en una posición de combate, listos para comenzar. La niña miró a Shin con una mezcla de desafío y expectación.
—¿Listo para empezar? —preguntó la niña con una sonrisa juguetona.
Con un rápido movimiento, la niña se lanzó hacia la puerta del almacén, saliendo al exterior con una agilidad sorprendente. Shin la siguió con paso firme, sin apresurarse, pero manteniendo una concentración imperturbable.
Ambos llegaron a una pradera abierta, donde el terreno llano ofrecía un amplio espacio para el combate. El viento soplaba suavemente, moviendo las altas hierbas que cubrían el campo. La luz del sol iluminaba el lugar, creando un ambiente claro y despejado para la confrontación que estaba a punto de comenzar.
La niña se detuvo en el centro de la pradera y se giró hacia Shin con una expresión desafiante.
—Aquí es perfecto —dijo, mientras se preparaba en una postura de combate—. Ahora, ¿estás listo para ver qué tan bien puedes manejar tu arma?
Shin se colocó en una postura de combate igualmente serena, la espada en su mano firmemente. Sus movimientos eran metódicos y precisos mientras ajustaba su grip y se preparaba para la pelea. Su mirada fija en la niña mostraba una calma controlada, sin dejar que el entusiasmo o la ansiedad afectaran su concentración.
—Estoy listo —dijo Shin con voz tranquila—. Comencemos.
La batalla comenzó con una explosión de movimiento. La niña se lanzó hacia adelante, su lanza danzando en el aire mientras atacaba con rapidez. Shin esquivó sus primeros golpes con movimientos fluidos, anticipando sus ataques y manteniendo una distancia segura.
La niña hizo un movimiento rápido, lanzando un golpe horizontal con la lanza que Shin bloqueó hábilmente con su espada. La fuerza del impacto resonó en el campo, pero Shin se mantuvo firme, sus ojos enfocados en su oponente.
Shin contraatacó con un espadazo rápido, cortando el aire con precisión. La niña intentó desviar el golpe con la lanza, pero no pudo evitar que el filo de la espada le rasgara la mano. Un leve cortecillo apareció en su piel, y ella emitió un pequeño gruñido de dolor.
—¡Aah! —exclamó, pero no se detuvo. Con una mirada decidida, continuó su ataque.
La niña hizo un giro rápido, aprovechando la distracción para lanzar una estocada hacia el rostro de Shin. Sus garras afiladas hicieron un rasguño en la mejilla del joven, dejando un surco rojo que se llenó de sangre. Shin retrocedió un paso, el dolor leve, pero visible en su rostro.
—No estás mal —dijo Shin con calma, limpiándose la sangre de la mejilla con el dorso de la mano. Su mirada era inmutable, a pesar de la herida.
—Tú tampoco estás tan mal —respondió la niña con una sonrisa desafiante, mientras sacudía la lanza para eliminar la sangre de la empuñadura.
Shin ajustó su postura y avanzó con determinación. La batalla se volvió más intensa, con la niña utilizando su agilidad para moverse rápidamente y lanzar ataques precisos, mientras Shin se movía con una elegancia controlada, respondiendo con contraataques certeros.
La niña intentó un ataque sorpresa, lanzando un golpe bajo con la lanza en un intento de derribar a Shin. Él saltó para evitar el golpe, girando en el aire y aterrizando con gracia. Sin perder el ritmo, giró la espada y realizó un corte descendente hacia la niña.
Ella bloqueó el golpe con la lanza, pero la fuerza del impacto la hizo retroceder. Aprovechando la oportunidad, Shin ejecutó una serie de movimientos rápidos y precisos, presionando a la niña con una serie de cortes y estocadas controladas.
La niña, a pesar de la presión, respondió con habilidad, esquivando y bloqueando los ataques con movimientos ágiles. La pelea continuó en un intercambio constante de golpes y maniobras, cada uno mostrando su destreza y resistencia en el combate.
Finalmente, con un movimiento inesperado, Shin realizó un giro rápido y un golpe preciso con la espada, desarmando a la niña. La lanza cayó al suelo, y la niña se quedó de pie, respirando pesadamente mientras miraba a Shin con respeto.
—Buen combate —dijo la niña, su sonrisa se transformó en una expresión de admiración.
Shin asintió, su rostro mostrando una leve sonrisa de satisfacción.
—Igualmente —respondió Shin—. Fue un desafío interesante.
La niña se acercó para recoger su lanza mientras Shin recuperaba su espada. Ambos se miraron con una mezcla de curiosidad y desafío, sabiendo que esta batalla había sido solo el comienzo de algo nuevo.
El campo estaba desordenado por la pelea, con la tierra removida y algunos rastros de sangre. La niña, con un pequeño rasguño en la mejilla, observó a Shin con una sonrisa traviesa, mientras él se limpiaba la sangre de su propia mejilla.
—¿Listo para otra ronda? —preguntó la niña, con un tono juguetón en la voz.
Shin, todavía con la espada en mano, la miró con una leve sonrisa que reflejaba su diversión.
—Tal vez en otro momento —respondió, sin mostrar demasiada emoción—. Ahora, ¿dónde está ese almacén de armas?
—¿Te interesa? —preguntó ella, con una sonrisa que mostraba su interés en continuar jugando.
Ambos se dieron la vuelta y empezaron a caminar hacia el almacén, riendo y hablando de la pelea. Aunque eran solo niños, el combate había creado un vínculo entre ellos, uno que prometía más aventuras y desafíos por venir.
Así, mientras se alejaban hacia el almacén, la batalla había marcado el inicio de una amistad que prometía ser tan emocionante como su primera pelea.
Cuando estaban dejando sus armas en los estantes del almacén, una voz grave resonó detrás de ellos:
—Así que fueron ustedes quienes robaron en el almacén.
Shin y la niña se dieron la vuelta sorprendidos y vieron a una joven de pie en la entrada. Shin la reconoció de inmediato como la tercera anciana de la aldea, su presencia imponía respeto y autoridad.
Sin pensarlo dos veces, Shin corrió hacia la salida, pero antes de que pudiera escapar, la joven anciana lo atrapó por el pie, haciéndolo colgar de cabeza en el aire.
—¿Qué...?! —exclamó Shin, tratando de liberarse mientras sus colas se agitaban descontroladamente.
La anciana miró a la niña con una expresión de desilusión.
—No pensé que le seguirías el juego a alguien como ella —dijo, su tono cargado de decepción—. Shin, esperaba más de ti. Y tú, Sora, ¿qué haces con uno de los altos mandos del clan?
Sora, con una mezcla de sorpresa y desdén, intentó mantener la calma mientras la anciana la observaba severamente.
—Solo estábamos jugando —dijo Sora, tratando de explicar—. No queríamos causar problemas.
La anciana frunció el ceño, y su mirada se volvió aún más dura.
—¿Jugar? ¿Con alguien del clan? Deben entender que las acciones tienen consecuencias. Y tú, Shin, deberías saber que hay formas más apropiadas de comportarse, incluso si eres solo un niño.
Mientras la anciana hablaba, la niña se acercó a Shin y lo ayudó a bajar del aire, devolviéndolo al suelo con cuidado.
—Lo siento —dijo Shin, sintiendo la presión de las palabras de la anciana—. Solo queríamos... experimentar un poco.
La anciana suspiró y miró a los dos niños con una mezcla de frustración y resignación.
—Regresen a sus casas. Este tipo de comportamiento no será tolerado. La próxima vez, piensen en las consecuencias antes de actuar.
Con eso, la anciana se dio la vuelta y se marchó, dejando a Shin y Sora en el almacén, sintiendo el peso de sus palabras y el malentendido de su aventura. La batalla y el juego habían llevado a una reprimenda inesperada.
—Así que tú también me vas a dejar solo por ser alguien de clase baja... —dijo, su tono lleno de tristeza y resignación.
Shin, notando su desánimo, intentó ofrecer consuelo.
—No me interesa ser la líder de mi clan, así que no te preocupes. Si no sabes con quién jugar, solo ven a mi cuarto. Es el que está al fondo a la derecha del patio. Creo que tú también lo viste.
Sora levantó la mirada, sorprendida por la oferta y el cambio de actitud de Shin. Un atisbo de esperanza brilló en sus ojos, mientras se recuperaba de la sorpresa.
—¿De verdad? —preguntó, su voz mostrando una mezcla de curiosidad y alivio.
Shin asintió, esperando que sus palabras le dieran algo de consuelo.
—Sí, de verdad —confirmó—. Si quieres, podemos encontrar maneras de jugar juntos.
Sora, aún con una expresión indecisa, finalmente sonrió levemente.
—Está bien. Iré a tu cuarto luego.
Ambos se dirigieron a sus respectivas direcciones, con la promesa de un nuevo comienzo en su relación. Sin embargo, Shin, aún con el rostro enrojecido por la incomodidad al invitar a Sora a su cuarto, se adentró en la noche sin notar que sus mejillas mostraban un leve rubor. Mientras tanto, Sora se dirigió hacia la dirección indicada, su mente llena de una mezcla de curiosidad y expectativa.
Mientras Shin se preparaba para su noche, escuchó un leve golpe en la ventana. Al girar la cabeza, vio la cabeza de Sora asomando por el cristal. Ella, con una expresión de timidez pero también de determinación, miraba hacia adentro.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Shin, sorprendido y algo avergonzado por la visita inesperada.
Sora, aún asomando por la ventana, respondió con una sonrisa tímida:
—Pensé que me olvidé de decirte algo importante... pero también me pareció una buena oportunidad para verte de nuevo.
Shin, con una mezcla de sorpresa y curiosidad, se acercó a la ventana y la abrió un poco más para permitirle entrar.
—¿Qué es lo que querías decirme? —preguntó, intentando mantener su serenidad.
Sora, con una expresión decidida, saltó suavemente al interior de la habitación. Al hacerlo, una ráfaga de viento acarició el rostro de Shin, haciendo que sus colas se movieran con suavidad.
—Solo quería asegurarme de que no dijeras nada sobre nuestra pelea —dijo Sora, con una mezcla de seriedad y un atisbo de juego en su voz—. No quiero que la gente piense que no sé lo que hago.
Shin la miró, aún un poco desconcertado, pero no pudo evitar una leve sonrisa.
—No te preocupes, no diré nada.
Sora se relajó un poco, y su sonrisa se amplió. Miró alrededor de la habitación, admirando el entorno tranquilo y ordenado.
—Así que este es tu cuarto... Es más bonito de lo que imaginé —dijo, moviendo su mirada curiosa.
Shin se ruborizó levemente, incómodo por la repentina invasión de su espacio privado, pero también intrigado por la visita de Sora. La atmósfera en la habitación cambió, de una tensión inesperada a una calma algo más relajada.
—Si quieres, puedes quedarte un rato —ofreció Shin, intentando ser amable a pesar de su incomodidad—. Parece que hemos tenido un día bastante agitado.
Sora asintió, sonriendo más ampliamente ahora.
—Me encantaría. Gracias por la invitación, Shin.
Mientras ambos se acomodaban en la habitación, un nuevo tipo de conexión comenzaba a formarse entre ellos. La batalla y las diferencias previas parecían desvanecerse en el aire tranquilo de la habitación, dando paso a una nueva y prometedora amistad.
Mientras Sora exploraba los utensilios en la habitación de Shin, sus tres colas se movían alegremente, reflejando su entusiasmo y curiosidad. Al notar que Shin estaba en su cama, absorto en la lectura de un libro, Sora sintió una ola de curiosidad. Se acercó lentamente, sin hacer ruido, hasta que estuvo a su lado en la cama.
Shin, al sentir la presencia cercana de Sora, levantó la vista de su libro y notó su cercanía. Su rostro se ruborizó levemente, y la incomodidad se hizo evidente en su expresión. Intentó mantener la compostura, pero no pudo evitar mirar a Sora, que ahora estaba observando el libro con interés.
Sora, sin apartar la vista del libro, comentó con una mezcla de curiosidad y picardía:
—Nunca te había visto leyendo algo así. ¿De qué trata?
Shin, aún sonrojado, intentó mantener la calma mientras explicaba:
—Es un libro sobre estrategias de combate. Me ayuda a entender mejor las técnicas y tácticas.
Sora lo miró con una expresión pensativa, claramente impresionada por su dedicación. Luego, se acomodó más cerca de él en la cama, sus colas moviéndose suavemente en un gesto de comodidad y familiaridad.
—Eso suena interesante —dijo, con un tono de admiración en su voz—. Aunque creo que prefiero los libros de historias emocionantes.
—¿Te gustan las historias emocionantes? —preguntó, intentando desviar la conversación hacia un terreno más cómodo.
Sora asintió, su sonrisa amplia.
—Sí, me encanta sumergirme en aventuras y descubrir nuevos mundos. Quizá un día pueda compartirte alguna de mis historias favoritas.
Shin asintió, sintiendo que la conversación estaba tomando un giro más agradable. La cercanía de Sora y su actitud relajada comenzaron a hacer que se sintiera más cómodo, a pesar de la inicial sorpresa y el rubor que había experimentado.
Mientras continuaban conversando, la atmósfera en la habitación se volvió más relajada. Los dos niños, a pesar de sus diferencias y el conflicto reciente, comenzaron a encontrar un terreno común en su conversación, estableciendo así el comienzo de una relación más cercana y amigable.
A medida que la charla fluía, Sora, agotada por el día y el esfuerzo físico, comenzó a inclinarse hacia adelante, luchando contra el sueño. Finalmente, no pudo resistir más y se quedó dormida en los brazos de Shin.
Shin, sorprendido y sonrojado por la cercanía repentina, se quedó inmóvil por un momento, sin saber cómo reaccionar. Con cuidado, comenzó a acomodarla en su regazo, asegurándose de que estuviera cómoda. Mientras lo hacía, su rostro seguía enrojecido, y sus pensamientos estaban enredados en la sorpresa y la incomodidad de la situación. La habitación, ahora tranquila, reflejaba un nuevo y delicado comienzo en su relación.
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