Tacón golpeó el suelo mientras Archi aumentaba su ritmo por minuto. Estaba empapado en sudor, respirando entrecortadamente y con fuerza, pero no dejó de correr, no cuando sabía que su madre estaba en peligro.
—Voy camino a ti, madre —jadeó.
Su casa estaba a unos metros de distancia, así que intentó llevarse al límite. Aumentó su ritmo una vez más.
—Yo sabía que dejarla atrás era una mala idea, no debería haber pensado en eso —dijo, arrepintiéndose de su acción—. Por favor diosa de la luna, mantenla segura, te lo suplico —apretó los dientes.
Corrió hasta que pudo tener una vista completa de su casa. —Ya casi llego —se aseguró a sí mismo.
Finalmente llegó a su casa, irrumpiendo por la puerta principal.
—¿Madre? —Miró alrededor, pero no obtuvo respuesta.
Un fuerte olor golpeó su nariz y frunció el ceño. No era un aroma familiar. —Alguien estuvo aquí... —tomó una respiración profunda—. Un montón de ellos —cerró sus puños.
—¡Pícaros!