—¿Hay alguien aquí? —preguntó Alfa Esteban a Dante, quien lo ignoró.
—Espera aquí —le dijo a su padre mientras se daba la vuelta y salía de la oficina. Se dirigió escaleras arriba, tomando los escalones de dos en dos.
Cuando llegó al piso superior, se pudo escuchar otro grito. Y esta vez, no cesaba.
Furioso, Dante caminó hasta el final del pasillo y empujó la puerta, pero no se movió.
Frustrado, hizo señas a la señorita Collins, que también había subido corriendo tras el primer grito. Ella le pasó la llave maestra y se hizo a un lado.
Dante introdujo la llave en la cerradura y empujó la puerta para abrirla.
—¿Pero estás loca o qué? —gritó a la mujer en la habitación.
—Dante. Dante, estás aquí —hablaba Gracie frenéticamente con sus ojos yéndose de un lado a otro.
Se acercó rápidamente a su lado y tomó su mano. —Tienes que ayudarme. Tienes que salvarme —suplicó.
Dante la miró con disgusto. ¿Siempre ha sido así?, pensó.