—Rosa, ¿tienes visitas cuando no estoy? —preguntó Zayne, ya que la cantidad de mantas no tenía sentido solo para dos mujeres.
—¡No! No traería a nadie a tu hogar. ¿A quién tengo para invitar aquí?
Rosa fue silenciada por Zayne al lanzarle una de las mantas sobre la cabeza. Rosa se quitó la manta de la cabeza y miró hacia abajo para no fulminarlo con la mirada. —Eso no estuvo bien. He estado dando mantas a los guardias en las puertas para que no se congelen hasta morir. Vuelven con un poco de tierra en el fondo.
—Debe haber mucho barro por las puertas. Estuvo lloviendo un poco anoche. ¿Qué usas para limpiar tus botas? ¿Zayne? —Rosa preguntó, tentada de mover su mano frente a su cara para captar su atención. —¿Me estás escuchando?
—Desafortunadamente, sí. Si te digo con qué se limpian las botas, ¿intentarías limpiarlas tú? ¿Limpiar las botas de los hombres que no han sido amables contigo? No te sorprendas ya que no fue difícil darse cuenta de que estaban siendo fríos —dijo Zayne.