En el campamento del soldado, Alejandro abrió otra carta enviada personalmente por la princesa. Las cartas eran cada vez más frecuentes y con cada nueva, él podía sentir su enojo por no estar en el palacio. Era como si ella lo estuviera esperando por alguna razón y se molestara porque él se estaba tomando su tiempo.
Alejandro colocó la carta sobre una vela encendida para quemarla. No tenía tiempo para sus juegos tontos o su capricho que necesitaba desaparecer. Quedaba una pequeña ventana de tiempo para encontrar a Rosa antes de que necesitara viajar al palacio.
Cuanto más pensaba en que podría no encontrarla, más se enfadaba con Matías por mantener en secreto su ubicación.
Alejandro se culpaba parcialmente a sí mismo por no recordar dónde estaba el burdel. Tan pronto como regresó al pueblo, debería haber sabido a dónde ir, pero su recuerdo de este lugar no era el mismo que hace ocho años.