Zayne comprándola hubiera sido su boleto único hacia la libertad. Era la única manera de dejar el burdel sin un guardia. Entonces, podría escaparse fácilmente antes de tener que cumplir cualquier deber.
—No estoy a la venta —repitió Zayne con tono burlón lo que ella había dicho antes—. No necesito comprar a nadie y no me gusta entrometerme en asuntos que no me conciernen.
—Querías que lo matara —protestó Rosa.
Él se encogió de hombros y miró sus dedos —Estaba aburrido. Nada en esta tonta iglesia es entretenido.
Rosa no podía entender al hombre frente a ella. Quizás era porque él venía de tierra extranjera.
Bajó la cabeza, dándose cuenta de lo tontas que debieron haber sonado sus palabras para él. Decir que no estaba en venta solo para luego dar la vuelta y pedirle que la comprase.
—Por favor olvida lo que dije. Disfruta de tu noche.
Rosa se dio la vuelta y regresó a su habitación. Ser atrapada una vez era una señal que no podía ignorar. Era mejor esperar hasta la mañana para conseguir agua. Esta vez fue el extranjero, la próxima podría ser Graham.
—La puerta está completamente abierta. ¿Por qué no aprovechas y escapas? —preguntó Zayne. Sabía que ella no quería estar aquí. No podía olvidar lo rápido que había dejado la habitación cuando los conoció a él y a Graham por primera vez.
Rosa sonrió. Solo las personas nuevas como él no entendían por qué no escapaba.
—Ten cuidado con donde andas y lo que dices aquí. En este establecimiento, siempre hay alguien observando. Buenas noches —Se despidió de él.
Aunque él no la había lastimado, Rosa sabía que las cosas cambiarían si se quedaba por mucho tiempo. Ahora tenía que tener más cuidado ya que Graham tenía hombres de tierra enemiga merodeando por el burdel.
Si las historias eran ciertas, estos hombres eran peores a los que estaba acostumbrada.
Zayne la observaba mientras se alejaba, el inútil cuchillo aún en su mano detrás de su espalda.
—Salgan.
—General —Uno de los hombres de Zayne salió del oscuro rincón—. Su carruaje está aquí, ¿o desea quedarse?
Zayne apartó la mirada de donde Rosa había desaparecido. Aunque la joven con el cuchillo lo había entretenido, estaba aburrido de nuevo.
—Vamos antes de que ofrezca más mujeres —dijo Zayne, aún molesto con la oferta de Graham de cualquier mujer que estuviera presente en la habitación—. Nos llaman bastardos, y aún así venden a los suyos.
—Debe ser cuidadoso. Beneficiaría a su rey tenerlo cautivo.
Zayne sonrió, le divertía pensar que alguien creyera que estos hombres borrachos podrían dominarlo y mantenerlo cautivo.
—No me hagas reír.
….
Al día siguiente, Rosa salió de su habitación temprano. Quería llegar a la cocina antes que las otras mujeres para conseguir agua y comida antes de que se acabara.
Lamentablemente, algunas de ellas ya estaban despiertas o tal vez no habían dormido en absoluto.
—Me hizo quedarme con él toda la noche. Actúa como si solo fuera suya. Mira el regalo. ¡Oh! Buenos días, Princesa Rosa. Señoras, debemos apartarnos para que ella use la tubería de agua.
Rosa ignoró la burla. Odiaba el apodo que le dieron por culpa de Graham. Su obsesión por ella no era nada bueno. Sabía que muchas deseaban ser ella, para no tener que atender clientes. Pero tampoco disfrutaba escuchando los enfermizos planes que Graham tenía para su futuro.
Colocó la jarra abajo y comenzó a llenarla de agua.
Silvia, una de las mujeres más cotizadas del burdel se acercó a Rosa.
—Dinos, Rosa. ¿Cuándo pasarás la noche en la habitación de Graham? ¿Cuánto más le rechazarás la oferta? Te golpearán si esperas demasiado. Si necesitas... —tocó el cabello de Rosa antes de acercarse más.
Le hubiera arrancado el cabello a Rosa si pudiera —Puedo enseñarte.
Rosa apartó la mano de Silvia.
—No me toques.
Encontraba a Silvia tan repugnante como a Graham. Le gustaba acosar a algunas de las mujeres también, justo como lo hacían los hombres. ¿Por qué Graham no podía prestarle atención a Silvia en su lugar? Ella lo deseaba.
Silvia se frotó el lugar donde Rosa la había golpeado. Disfrutaría cuando Rosa se rompiera como las demás. Si Rosa no tenía cuidado, ella la tendría antes que Graham.
—Deja de hacerte la vida difícil. ¡Entrégate a él! No te gustará cuando pierda la paciencia.
Silvia estaba celosa. Estaba más que lista para ser la mujer de Graham. Entonces, ¿por qué él perdía el tiempo con Rosa?
«Esos tontos borrachos nunca llegaron a su habitación», pensó Silvia.
Había enviado a algunos de sus admiradores al camino de Rosa la noche anterior. Si la arruinaban antes de que Graham pudiera, él perdería interés en ella. Rosa perdería su valor y se convertiría justo como las demás, usada por hombres que apenas podían pagar una botella.
Silvia envidiaba la oportunidad que tenía Rosa. Incluso podría llegar a ser la madame del burdel.
—Eres una tonta. Ahora él te quiere, así que simplemente haz lo que te dice. Eres su propiedad. Si sigues actuando así, perderá interés en ti.
—No sabía que te importaba tanto —dijo Rosa, casi sintiéndose conmovida.
Silvia frunció el ceño.
—No me importas. Estoy cansada de verte actuar como si valieras más de lo que eres. Negándole así. ¿Qué tienes de bueno que él te guarda para sí mismo y te consiente?
Rosa no tenía respuesta. Desde que Graham la vio por primera vez, tuvo un tipo de interés retorcido en ella. Afirmaba amarla, pero ¿qué clase de amor era ese?
—Eres bonita, pero no eres inteligente. Si no dejas entrar hombres en tu habitación, nunca pagarás lo que él te compró. Te quedarás aquí, para siempre —dijo Silvia mientras tiraba del cabello de Rosa.
Rosa continuó ignorándola, enojándola. Silvia empujó la jarra llena de agua de las manos de Rosa, riendo mientras se derramaba por el suelo. Mientras Rosa se inclinaba, Silvia pensó en patearla. Pensó en arruinar la bonita cara de Rosa.
Rosa recogió rápidamente la jarra, preocupada de que pudiera romperse. No tenía dinero para comprar una nueva o para repararla. Tampoco iba a pedírselo a Graham, quién sabe qué exigiría de ella.
—Se me resbaló la mano. Perdóname, Princesa Rosa —fingió tristeza Silvia.
—Tengo muchos regalos de mis admiradores. Puedo darte uno para empeñar por una jarra mejor. O, si me complaces, te compro una.
Rosa la ignoró. Había una pequeña grieta en la jarra pero afortunadamente no goteaba cuando la llenó de nuevo.
Silvia, molesta de que la ignoraran, continuó provocándola.
—Escuché que un guapo extranjero visitó anoche, trayendo algunos regalos raros. Yo nunca he estado con un extranjero, pero Rosa, ¿te has estado guardando porque quieres un hombre como ese extranjero?