Revoleé los ojos. Miguel sabía que era imposible, pero no quería decírmelo.
—Si no quieres decírmelo, entonces no lo hagas —pasé por delante de Miguel hacia el vestuario y empecé a escoger ropa.
Miguel se apoyó contra el armario y me miró. Quería verme cambiarme, pero no se lo permitiría. Cerré de golpe la puerta del vestidor frente a él.
—Será mejor que te apures. Vas a llegar tarde a clase —Miguel dijo desde afuera.
Agarré mi teléfono y le eché un vistazo. ¡Dios mío! Ya eran las 10:00. Mi clase era a las 10:30. No, ¿por qué le importaría a Miguel mi clase? Empecé a ponerme mi camisa y jeans.
Cuando abrí la puerta del armario, Miguel estaba de pie en el umbral.
—Te llevaré a clase hoy —dijo.
Lo miré con suspicacia. Miguel extendió sus manos y dijo:
—Has perdido mi confianza la última vez que escapaste. Esta vez te recogeré yo mismo.
No renunciaba a sus métodos de cuidado infantil. Lo miré fijamente, pero Miguel no se inmutó.