Miré por la ventana del coche camino al aeropuerto.
Todavía estaba enojada con Miguel por lo que había ocurrido esta mañana. Acepté las muchas peticiones irracionales de Miguel para hacer que se fuera sin problemas.
Me enojaba que Miguel fuera insaciable y yo por no tener principios. Mientras Miguel dijera la palabra, le daría el mundo entero.
Todavía no entendía por qué tenía tantas ganas de despertar a Miguel por la mañana.
Yo era quien no quería dejar mi manada, y también quien tenía miedo de ir a la manada de licántropos reales, pero era como si yo fuera quien lo promovía activamente, y a Miguel no le importaba.
Miguel estaba sentado a mi lado en una camisa blanca. Se veía muy relajado y estaba metiendo unas galletas de mantequilla en su boca. Se había perdido el desayuno porque se había despertado demasiado tarde. Era su culpa que solo pudiera comer galletas para llenar su estómago.