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Estas miradas parecían ser una especie de interrogatorio silencioso —¿Cómo podría yo, un hombre lobo ordinario, convertirme en la compañera del Príncipe Licántropo de la familia real?.
Inicialmente, este tipo de miradas me perturbaban. Pero como sucedía con frecuencia, podía actuar más libremente con Miguel en cualquier situación. Miguel y yo éramos compañeros destinados elegidos por la Diosa de la Luna, y yo era quien debería haber estado al lado de Miguel.
Algunos de ellos descubrieron mi pasado a través de algunas fuentes y que había sido rechazada por un heredero Alfa, lo que les hacía aún más difícil aceptar que yo pudiera estar al lado de Miguel. Pero nada de esto me afectaba. Aprendí a amarme y a no vivir con la molestia de que otros señalaran con el dedo.
—Sí, somos perfectos el uno para el otro —miré a Miguel, mi corazón lleno de una satisfacción infinita y posesividad.
Miguel sonrió, tomó mi mano y caminó a través de la multitud de curiosos.