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Una rosa de mentiras

Clairekiss_02
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Synopsis
¿Qué tienen en común una rosa y una mentira? Exacto. Ambas son peligrosas. La rosa es hermosa pero al tocarla solo conseguirás pincharte con sus espinas. Y la mentira, cruel y despiadada, construirá un castillo de burbujas e ilusiones que romperán tu corazón al estrellarse contra la cruda verdad. Catherina es vivaz y hábil, y dispuesta a todo por salir adelante se topa con la oportunidad de su vida, una que promete cambiarle la vida y a su familia, todo a través de una gran mentira. ¿Será posible convertirse en la nueva "Lady "Elizabeth", la favorita de la reina? ¿Será posible resistir a los encantos de un mundo construido con rubíes y esmeraldas, o cederá ante la gallardía de cierto príncipe y sus rosas rojas? ¿Quién eres realmente Catherina?
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Chapter 1 - I. Un corazón rojo

Los domingos son los mejores días de la semana. Al menos lo son para mí.

Puedo levantarme a las siete, como ningún otro día y preparar tarde el desayuno, aunque el día de hoy sería diferente.

Los huevos blancos esperan a cocinarse sobre la mesa, mientras soplo el fogón con intención de avivar las llamas.

Me levanté una hora antes por ellos, para ir a buscarlos al bosque. En realidad espero que esos convenzan a Gael, mi hermano mayor, de acompañarme al lado norte del pueblo, a esas tiendas nuevas y bonitas que han puesto hace poco.

Tengo ahorrados diez balecios, me habían costado juntarlos todo un año y ahora quiero comprar algo nuevo por fin. Además se acercan los festivales de año nuevo, y tenía que preparar los regalos para todos.

Los huevos se han hervido, y las tazas de te de belillo esperan humeantes sobre la mesa. Los panecillos secos estan acomodados sobre un delicado bordado amarillo, un adorno confeccionado por las hábiles manos de mi mamá.

Un chirrido me alerta de pronto. Un bostezo más, y es una cara apachurrada con unas manchas oscuras bajo unos grandes y vivos ojos cafés. El pelo castaño de mi hermano se ve revuelto, y el camisón gastado baila sobre su delgado cuerpo mientras camina hacia la mesa.

—Hola

Es lo único que dice hasta sentarse en una de las sillas y tomar un pedazo de pan seco.

Ha despertado de mal humor, cosa habitual en él.

—Hola

Aprovechando su apetito, procedo a ir en busca de mi hermano mayor.

La habitación de los chicos está al fondo de nuestra cabaña, pasando por el sombrío pasillo en los que se encuentran la alcoba de mamá y el nuestro, que compartimos mi hermana y yo.

Golpeo la puerta entreabierta con los nudillos. No hay respuesta.

La empujo. Descubro una pequeña montaña de ropa sobre la silla de madera que Derek suele usar para leer, y unos calcetines de diferente color regados por el suelo.

Me sorprende la cantidad de revistas apiladas en el diminuto mueble al fondo del cuarto. La fortuna de que una de ellas llegue a caer en nuestras manos es mínima. Imagino que esto debió de haberle llevado años a Derek.

Gael esta acostado boca abajo, con una almohadita gris al lado de su cabeza y las colchas cerúleas cubriéndole la mitad del cuerpo. Su camisón se ve mas colorido que el de Derek, y pudiera pasar por uno nuevo de no ser por el bordado alrededor del cuello: Una R. La inicial de papá.

Recogo la almohada y la lanzo sobre su cabeza.

—Oye dormilón, ya despierta.

Pero el señorito ni siquiera se mueve. ¿Por que duerme como una roca?

—Ey!

Golpeo la almohada contra él con mayor intensidad, pero solo consigo que se volteé dándome la espalda.

—Oyeeee tenemos que ir a las tiendas, lo prometiste Gael—insisto.

—Estoy cansado—responde con desgana cubriendose con la colcha.

—Gaeeeeeel—sacudo la colcha. Y cuando no responde, tomo de nuevo la almohada y golpeo sobre él. No me había levantado temprano por nada, él dijo que si hacía huevos para el desayuno iríamos a las tiendas. Lo prometió.

—¿Por qué eres tan molesta mocosa?

—Dijiste que iríamos Gael. Ya sabes que a Derek no le gusta ir y Ari es muy pequeña. Vaaaaamos. Porfis.

—Bieeeeen.

Se acomoda sobre la cama. El pelo café le cae sobre la cara. Papá diría que debía contárselo o podría verse como una chica, claro, si estuviera aquí.

—¿mamá ya despertó? –

Niego con la cabeza. Lo había olvidado con lo de las tiendas. Me dirijo a su habitación, pasando por el pasillo al fondo de la cabaña.

Ella ya ha despertado. Se había puesto su vestido azul y acomodado sus largas medias de lana que le llegaban hasta las rodillas. La pierna lastimada estaba cubierta por completo con una venda de esas que el médico nos había recomendado.

—hola mamá

Llego ante ella, tomo los zapatos duros y le ayudo a ponerse. Era esta quizás la parte más difícil en su rutina diaria, sobretodo cuando se tenía una pierna rota.

—Buenos días cariño—saluda poniendose de pie con dificultad —umm huele bien, ¿que será el desayuno?

Sus ojos cafés me buscan. Siempre he pensado que mamá es una de esas personas que siempre sonrien, a pesar de cualquier acontecimiento, y buscan lo positivo.

—Tienes que adivinar—respondo intentando replicar su tono.

Hoy es un gran día, lo presiento.

—¿Acaso tenemos huevos hervidos?

Río en respuesta. Quizás era el olor que llegaba hasta el cuarto, quizás era la manera en la que mamá leía las sorpresas. Quizás era todo lo que ella sabía, su experiencia, o quizás solo era que me conocía lo suficiente.

—¡Huevos!—Una voz chillona e infantil interrumpe. Esa es la voz de la más pequeña de la casa—¡Huevos! ¡huevos!

Conseguir huevos en la mañana es difícil. Mi secreto es algo que pocos saben, como Gael y Ada, y es que los consigo en la parte más menuda y honda del bosque.

La gente oye, inquiere, contempla. Las advertencias son claras. Nadie va allí antes del alba, ni cuando el sol se ha ocultado.

Los bosques oscuros son peligrosos. Los bosques oscuros son terroríficos. En los bosques oscuros habitan los místicos.

El problema aquí era que se trataba del único lugar en que podia encontrar huevos con seguridad.

Además, ir allí había sido parte de mi infancia. Solía despertar en las mañanas y arrastrar los pies siguiendo a papá con la esperanza de llevar algo delicioso a la mesa.

Aves, patos, conejos. Incluso una vez llevamos a un cerdo.

Ahora, años después, lo único que tenía era su recuerdo acompañadome en las aventuras que una vez fueron.

—¿Dónde los encontraste?—pregunta la voz de Derek una vez que todos nos sentamos a la mesa.

—En el bosque. Tuve suerte.

Miento. Siempre lo hago.

Gael me lanza una mirada acusadora. Mentirosa parece decir, aunque sus muecas son divertidas. Es esa mirada que me echa cuando hacemos travesuras y luego mentimos a mamá y a Derek. En tal caso, ella podría regañarnos y el otro solo acusarnos y vernos mal.

—Que curioso —replica el menor de los chicos—siempre tienes suerte.

—Es que ella siempre va al lago. El señor Frej dice que da buena suerte—completa Ari masticando con una sonrisa parte de un huevo.

—Solo son creencias absurdas y tontas—dice Derek volteando los ojos.

—¿No crees en la suerte?—le pregunta mamá. Sus manos rodean la taza de madera buscando su calor.

—Si. Pero más creo en las probabilidades. Y Cat parece pisar sobre ellas.

Miro de reojo a Gael. El voltea los ojos. Y estoy a punto a repetir su gesto.

—Ya basta cerebrito, harás marear a Ari—dice de pronto Gael cortando la conversación.

—Hoy es tu día de descanso ¿verdad?—pregunta mamá a mi hermano mayor después de limpiar los platos.

—Si aunque estaba pensando en ir a las tiendas del norte. Le prometi a Cat que iríamos hoy.

—¿Las tiendas del norte? ¿Acaso tienen dinero de sobra?—quiere saber Derek recogiendo unas lanzas de pesca para el día.

—Sí —le miento—unos ahorros. Son poquitos pero podría alcanzarnos para comprar algo.

—Vayan hijos—interviene mamá —pero asegúrense de volver temprano.

—Si mamá, volveremos antes del anochecer.

Y luego de eso Derek se va al lago, azotando la puerta. Su intención parece ser la de siempre. Traer pescado a casa. Mamá y Ari se sientan a la mesa y resignadas, proceden con el trabajo diario. Bordado. Es de esos trabajos con poco pago pero que uno puede hacerlo sentado y con poco esfuerzo físico. Era lo único que podía hacer mamá después del accidente.

Así que me meto en mi cuarto, mejor dicho a nuestro cuarto y busco bajo mi cama el pedazo de tela en el que habia envuelto mis ahorros. Dos monedas doradas de cinco balecios cada una. La mitad del sueldo mensual de mi hermano mayor pero es mi tesoro. Y me había costado mucho juntarlas.

Aliso mi vestido, mi favorito. Me gustaba por qué tenía colores, muchos. Y era suelto de la cintura. Y además tenía un bolsillo muy grande, en el que podía guardar muchas cosas, como pancitos para el día por si me daba hambre o flores del bosque para adornar la casa. Y por qué no, también guardaba tesoros divertidos, como pelotas de tela o frutos frescos para la cena.

Acomodo un mechón rojo que se me habia salido de la trenza y sonrió ante lo que iba a suceder. Íbamos a ir a las tiendas del norte. Quería ir hacía tanto tiempo. Desde el mes anterior, cuando la gente empezó a hablar de las nuevas tiendas. Decían que habían cosas increíbles, aunque todas eran muy costosas. Aún así quería ir a verlas, tan solo a verlas.

Gael también se ha colocado su chaleco de calle, uno color marrón y se puso sus zapatos nuevos. En el lado norte del pueblo la gente tiene más dinero y se visten siempre mejor que nosotros. La última vez que había ido una señora nos había confundido con mendigos así que esta vez íbamos a ir mucho mejores vestidos.

Más tarde ya salíamos de la casa.

Gael camina con las manos en los bolsillos y ve disimuladamente hacia un lado de la calle. Quizás busca a cierta chica de pelo castaño y ojos azules. Ada, la chica de sus sueños.

Ella es mi amiga. Es muy buena, pero su padre es malo. No quiere que su hija pasara tiempo con nosotros. Decía que hacíamos que perdiera su valioso tiempo.

Aun así me di cuenta que a ella le gustaba mi hermano. Los vi encontrándose en secreto en la mañana antes de que él vaya a trabajar y también como Gael escondía cartas que parecían poemas de amor.

No tuve que sospecharlo por mucho tiempo. Él mismo me lo contó cuando quiso que lo ayudara a escaparse con ella y que lo cubriera con mamá y Derek. Y lo hice. Después de todo Gael, más que mi hermano, era mi mejor amigo.

—¿Buscaras algo para Ada?—le pregunto mientras caminamos. Iba a ser una caminata larga, como una hora, si es que caminábamos sin detenernos.

—Shh—responde mirando alrededor con cautela—alguien podría oírte.

—Quién aquí iba a querer saber—señalo la calle, unas personas pasan alrededor sin mirar más allá de sus propias narices—¿le vas a regalar algo por año nuevo?

Mueve la cabeza asegurándose que nadie nos escuche antes de responder.

—He pensado en una joya, algo pequeño pero...

—¿Un anillo?

—Que...no. No lo sé. Puede ser. Que metiche eres.

—¿Crees que le pueden gustar las flores? Eso sería más barato.

—Le gustan las flores Mandarina —responde llamándome por el apodo que me había puesto Ari—pero esta vez quiero regalarle algo mejor.

—Mmm quizás un vestido. La señora Vania los hace por poco dinero. Mamá le podría pedir...

—No voy a decirle a mamá. Cat, ella me mataría si sabe de Ada.

Doy dos saltos adelante. Quizás en realidad lo que sucede es que Gael tiene miedo de ella. Pero ¿por qué? Si yo fuera él tendría miedo del papá de Ada.

—¿Por qué ?

Tarda en responder. Pero lo hace.

—A mamá no le gusta Ada. Dice que ella es como su papá y que será igual cuando se haga mayor.

—Pero eso no es verdad.

—Además no quiere tener nada en común con él.

Eso es entendible.

Lo demás no. Ada es linda con todos. Una vez me presto un libro de plantas porque tenía mucha curiosidad y otras veces la vi dando caramelos a los niños que podían comida en la calle. Ada no es como su papá.

Llegamos al norte luego. Hace mucha calor y he empezado a sudar. Pero tengo muchas ganas de ver las tiendas de las que tantos hablaban.

Hay menos gente caminando por las calles. Unos pocos se detienen estirando las manos en busca de ayuda. Sé muy bien que la policía esta más presente aquí que en el lado sur, donde casi nunca estan. Pos eso ocurren más asaltos y robos allá.

Una tienda atrae mi atención. Tiene un mostrador en el que puedo ver vestidos y piedritas brillosas pegadas a él. Se ven muy, muy elegantes. Ropa de ricos. Eso diría Derek.

¿Cuánto costarían? De seguro era más que los diez balecios que traía en mi bolsillo.

La puerta esta abierta de par en par. Unas pocas persona entran y se mueven en las diferentes mesas y mostradores admirando las cosas.

Jalo a Gael del brazo y entramos en la tienda.

Adentro hay muchísimas cosas, aunque ya no son vestidos. Son joyas. Parecen piedritas que brillan hermosas ante la luz, con cortes y ángulos poco usuales.

Hay collares, aretes, pulseras de todos los colores y tamaños. Sin embargo, hay algo que todas tienen en común: pasan por encima de los cincuenta balecios.

Sus precios estan bajo las mismas joyas, en unos papelitos blancos.

Gael parece detenerse de vez en cuando, mirando algo. ¿Habría traído dinero?

Quizás fue la tranquilidad del lugar lo que me lleva a esa esquina. Hay otro mostrador de vidrio pero esta abierto y dentro hay muy pocas joyas. Y allí hay algo que nunca antes había visto.

Es un collar. Uno solo pero se me hace el más hermoso del mundo.

Con unas piedritas rojas alrededor del cuello, muy pequeñas pero tan brillantes como el mismo sol, y una cadenita plateada que sostiene una piedra roja aún más grande en el centro.

Quizás es amor a primera vista.

Quizás fue eso lo que me llevó a acercarme a esa joya y desear tenerla en mi cuello.

—Valen sesenta balecios—dice la voz de Gael a mi lado.

Sesenta. Eso era meses de trabajo, meses en los que alguien más podría pagar por ella.

Saco mi pequeño atado de mi bolsillo. Eran solo diez. Necesitaba seis veces eso.

Gael busca en el suyo, pero sé muy bien que es imposible que tuviera cincuenta balecios ahí guardados.

Y así se acababa de nuevo un nuevo sueño. ¿Para que necesitaba un collar así? Después de todo podría usarlo unas pocas veces y luego tendría que guardarlo o sino alguien pensaría que teníamos dinero y nos lo robaría. Sí, es más sensato no comprarla.

Podríamos usar el dinero en algo mejor. Eso es lo correcto. Pero... ¿porque dolía dejarlo? Ciertamente, si tuviera el dinero suficiente todo sería diferente.

Quizás...

La mano de Gael jala mi brazo.

—Vamos Cat, hay que ver en otras tiendas.

Pero de alguna manera hay fuerza en su movimiento. ¿Acaso pensaba que iba a querer quedarme solo por el collar? ¿Quizás pensaba que podría intentar negociar con el vendedor?

Bueno sí, lo había pensado. Puedo trabajar aquí hasta pagarlo pero...hay cosas más importantes. No soy tan tonta.

El tirón de Gael me regresa al momento, y mis piernas empiezan a moverse antes de pensar en lo que estaba pasando.

—Date prisa—susurra jalando más aún hacia la puerta.

¿Para qué?

Sus pasos son rápidos. Abandonamos la tienda en cuestión de segundos.

¿Porque Gael estaba comportándose tan raro?

Pero un grito me indica que algo estaba mal.

—¡Ladrones! ¡Detenganlos!

Es el hombre de bigote de la tienda de la que acabábamos de salir. Y apunta en nuestra dirección. No puedo ver más porque piso mal y mi rodilla derecha impacta contra el suelo.

Gael me ha soltado y ha avanzado dos pasos hasta notarlo. Pero cuando voltea y veo su rostro, comprendo que se trata de nosotros y el collar.

Dos enormes tipos del tamaño de gorilas se acercan agresivos a nosotros y uno de ellos me toma del brazo. El otro va a por Gael, que se ha negado a seguir avanzando y ha regresado hacia mi.

Auch. El hombre gigante clava sus uñas en mi brazo derecho. El otro atrapa a mi hermano y le da un golpe en el estómago, por lo cual emige una queja y se dobla.

Perdón.

Han pasado muchos minutos y nosotros seguimos esperando aquí. Nunca antes he estado en una celda, y menos en el lado norte del pueblo.

Me siento culpable. ¿Porque he insistido en venir aquí? Si sabía que no teníamos dinero suficiente, ¿porque lo había hecho?

Maldito collar. Ojalá nunca lo hubiera visto para empezar.

¿Qué diria mamá cuando se enterase? ¿se decepcionaria mucho?

—Lo siento—susurra Gael a mi lado.

Pero en realidad la culpa es mía.

—Yo lo siento más —respondo bajando la cabeza. Hay mucho polvo en el suelo. ¿Cuándo había sido la última vez que habian barrido?

—Escucha Cat. Diremos la verdad. Iras a casa y les dirás a mamá y papá que se me presentó algo y que no podré ir. Esto no es justo para ti.

—Pero...

¿De qué esta hablando?

—Ya me oíste. No tuviste que ver. Yo robé el collar, no tu Catt.

—Pero yo te hice venir aquí, y yo...bueno era yo quien quería el collar.

Maldito collar.

—Pero yo lo robé. No discutas Cat. Ve a casa.—insiste. Sus ojos cafés se muestran arrepentidos y tristes, y sus manos sobre sus piernas parecen ansiosas.

—¡No! No lo haré. Yo también tengo la culpa. Y me quedaré. Quieras o no.

—¿Y quien va a decirle a mamá? ¿Por qué eres tan testaruda?

—Porque no es lo correcto dejarte aquí...además, quizás podemos encontrar una manera en la que nos dejen libre a los dos. Dos cabezas piensan más que una.

—Ushh—se queja —lo único que conseguirás es que nos castiguen a los dos, mandarina, solo ve a casa.

—Pues bien. Ambos tuvimos la culpa.

El policía regresa de su almuerzo. Mis estómago ruge al imaginar un delicioso platillo de pescado. Cielos, que hambre.

Es un hombre castaño, con unos cuarenta años por esas pocas canas que lucen en su pelo corto. O quizás cincuenta.

Se ve amargado. Tal vez no le gusta su trabajo.

¿Podría soltarnos? Con diecisiete balecios en las manos y ruegos seguramente podemos convencerlo. Aún es temprano.

Pero por más que llamamos una y otra vez, el nos ignora y finge no oírnos. De pronto se ha hecho de tarde.

El miedo empieza a meterse en mi mente. ¿Y si nos dejan años en prisión? ¿Y si mamá y Derek se preocupan?

Por fortuna aparece de repente el señor Leom Dorthem, el dueño de bigote y del negocio de las joyas.

Viste igual de bien que las demás personas en el norte, con una camisa de esas que siempre se ven como nuevas y unos pantalones azules de alguna tela que se nota suave a la distancia.

Ese hombre viene en dirección a nosotros. Gael se ha sentado al fondo, con las manos cubriendole la cabeza. Me contó que le había dejado de doler el estómago hace una hora más o menos, del golpe que le habían dado y que ahora sólo le duele la cabeza. Y yo decidi caminar de lado a lado, pues me canse de estar sentada.

—Par de bribones—insulta el señor Leom al llegar a nosotros—¿acaso creyeron que podían robar al Lord de Rodereck y no pagar las consecuencias?

¿A quien?

—Estoy muy seguro que les darán de seis meses a un año de prisión por esto. Yo me encargaré que así pase.

¿Un año en prisión? ¿Solo por un collar? No...no puede ser.

No. Es demasiado tiempo. No podemos quedarnos aquí. Gael tiene un trabajo difícil de conseguir y yo debo que ayudar a Derek a conseguir la comida. No puede ser. No. Por favor.

—Señor Dorthem espere—pide Gael levantándose y acercándose a los barrotes, donde el señor estaba—fue un error. Le pido disculpas. No fue nuestra intención. Por favor no lo haga...

—¿Un error? No me hagas reír. Pagarán caro haberse robado una joya tan preciada.

—Señor Leom—intervine —de verdad lo sentimos, no nos encierren tanto tiempo. Nuestra mamá está enferma y tenemos que volver. Por favor...

—No voy a escuchar nada de esto. Por fortuna el señor de Rodereck estará de paso y firmara su acusación. Y van a ir a prisión para que aprendan a no robar.

—No! Esperé señor Leom por f...

El hombre se va sin voltear atrás. No mucho después llegan otros policías con nuevos presos. Esos son mucho más grandes que otros hombres que hayamos visto, con cicatrices en sus brazos toscos y nudosos. Y el pelo lo tienen con grasa y en marañas, y sus dientes, los agujeros son notorios, y los poxos que hay son tan amarillos como las yemas de los huevos del desayuno. Pero, después de todo, su vestimenta esta en mejores condiciones que la nuestra.