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Chapter 11 - la niña y la anciana

El rey se incorporó a la batalla, pero yo ya no tenía fuerzas. Danis estaba tan fatigado que casi se desmayaba. De repente, se escucharon unos pasos que se acercaban lentamente. Apareció una niña de aproximadamente tres años, con cabello rubio y ojos verdes, vestida con un vestido blanco. A su lado estaba una anciana de unos sesenta años, con el cabello blanco y su elto., que llevaba una camiseta roja y pantalones cortos.

—Uff, viene más comida; Parece que tendré una buena cena —dijo el Rey Esqueleto, sonriendo.

En ese instante, la anciana desaparece y, de pronto, le dio una tremenda bofetada que desintegró al rey en un abrir y cerrar de ojos. Su corona cayó al suelo mientras yo me quedaba paralizado, atónesto. Habiamos Utilizamos todas nuestras fuerzas, y esa anc.iana lo vencio con un golpe en solitario.

—Qué acaba de ¿Hacer, anciana? Ese monstruo no dio mucha lucha. ¿Qué clase de ¿eres tú también?pregunté.

—Primero que nada, quien fue el diablo el que hizo explotar media montaña —respondió la anciana, visiblemente enojada.

—El Rey Esqueleto —digo.

—¡Mentira! Esa bestia tan débil no puede causar una explosión así —respondió la anciana, despreciándome con la mirada.

—Anciana —dijo la niña.

—¡No me llames anciana!

—Veo que ese niño ​ tiene una gran cantidad de energía; tiene más que tú —dijo la niña, señalándome.

—Ya veo; él lanzó una gran cantidad de energía y, al fusionarse con la energía del entorno, Provocó una explosión en cadena.

— ¿De qué están hablando estas dos locas? —dije, confundido.

—Tengo la misión de encontrarla anciana.

—¡No me llames anciana!

En ese momento, Danis se desmayó. La anciana dijo: —Corre, llévanos hacia arriba, niña. Justo entonces, la niña juntó sus manos y aparecimos en una casa. Llevamos a Danis ​ es una cama para curarlo; Había perdido mucha sangre y ya estaba vendado. La anciana comentó que había perdido demasiada sangre, y que tardaría una semana en recuperarse.

—Bien, niño, cuéntanos. qué haces aquí.

—No lo sé, la verdad; Tengo una misión de encontrarla. Él me dijo que usted me explicaría.

—Explicar ¿qué? Si ni siquiera te conozco.

—Ni yo mismo me conozco.

La expresión de la anciana cambió al escuchar esas palabras, como si recordara un pasado lejano, cuando un misterioso hombre ayudó a un niño que no sabía quién era. Esa será tu misión: arreglar tu vida, entrenarlo y convertirlo en un mercado de las bestias.

—¿Cómo te llamas, hijo? —preguntó.

—Dave —respondí.

—Está bien, descansa. Mañana continuaremos con nuestra charla.