Chereads / Hojas caídas / Chapter 31 - Capítulo 30: Superación

Chapter 31 - Capítulo 30: Superación

Axel

 

 

 

 

Verónica fue dada de alta a pocos días para su cumpleaños número veinticuatro. En su rostro seguían notándose algunos moretones, al igual que en parte de su cuerpo. Le costaba caminar con normalidad y llevaba varios vendajes.

Los médicos le habían recomendado mantener reposo durante un mes más y seguir un tratamiento para completar su recuperación. Esto no le gustaba del todo, ya que en su emoción, al salir del hospital, quería empezar de lleno con sus propósitos a nivel académico y profesional.

Ángela, por su parte, me propuso la idea de ofrecerle a Verónica que se mudase con nosotros, a pesar de que podía quedarse con el apartamento de Freddy. Ella, de igual manera, estuvo bajo nuestro cuidado durante el reposo, y esperamos el momento adecuado para hacerle la propuesta.

En mi caso, recuperé el tiempo que normalmente me sobraba, y mientras no tenía encargos de mis socios, me dedicaba al intento de pintar el árbol de las hojas caídas.

Verónica alegaba que era una pérdida de tiempo si realizar una obra se me hacía imposible. Aseguró que, cuando no podemos concretar un objetivo, lo mejor es dejarlo pasar y proponerse otros.

—Tienes que olvidar esa obsesión, Axel, si no puedes pintar el árbol, es porque no eres el elegido, no es tu destino —comentó Verónica con sorna, imitando a la profesora Trelawney de Harry Potter—. ¡Ah, mierda! —exclamó a hincar mal su pierna derecha, en la cual no terminaba de recuperarse de una lesión.

—Ajá, sigue…, sigue burlándote de mí —repliqué satisfecho.

Verónica me enseñó el dedo medio, a lo que yo hice un gesto de negación mientras contenía las ganas de reír.

—Por cierto, ¿qué quieres que hagamos para celebrar tu cumpleaños? Faltan solo tres días —le pregunté.

—La verdad, no me siento capaz de pedirles más de lo que ya han hecho por mí —respondió—, ya que estén cuidando de mí y velando por mi recuperación, es un gran regalo.

—Entiendo, pero no podemos pasar ese día por debajo de la mesa… Algo tenemos que hacer —insistí.

—Si insistes, mi querido Axel, entonces les pediré a ti y a Ángela que me dejen preparar el almuerzo ese día. Hace poco vi una receta en YouTube que me encantó… Así me podré sentir útil. Ustedes no me dejan hacer casi nada.

Quise negarme a su petición por recomendación de los médicos, quienes recalcaron la importancia del reposo en una visita que hicimos dos días antes al hospital.

—No digas eso, dedicas parte de tu tiempo a la jardinería en la azotea. El jardín se está embelleciendo gracias a ti —objeté.

—Pero ya quiero empezar a hacer más cosas, conforme pasan los días, me estoy sintiendo mejor, y no me gusta la idea de ser tratada como una niña a la que…

De repente tocaron a la puerta, lo cual nos extrañó, ya que no solíamos recibir visitas y Ángela tenía su propia llave. Verónica y yo nos miramos confundidos, aunque de igual manera fui a ver quién era. Al abrir, me encontré con un joven de elegante vestimenta, portaba un maletín y emanaba un olor a perfume tan fuerte que se me dificultó contener la tos.

—Buenos días, señor Lamar. Soy Isaías Gonzaga, abogado y representante legal de Freddy Tremaria —dijo al presentarse.

Yo lo miré confundido, y cuando giré hacia Verónica, noté que también mostraba confusión en su semblante.

—¿Puedo pasar? —preguntó con amabilidad.

—Sí, claro, adelante —respondí receloso.

Cuando lo invité a sentarse en un sillón de nuestra sala de estar, me asombró apreciar la jovialidad de su rostro. Tuve la certeza de que era menor que yo. Verónica se sentó a mi lado y se mostró nerviosa, como si fuese una adolescente cuyo atractivo del abogado la atrapase.

—¿Puedo ofrecerte algo? —pregunté con cortesía.

—Un café, si no es mucha molestia, señor Lamar —respondió él de igual manera.

—Axel —repliqué—, puedes llamarme Axel… ¿Tú quieres algo, Verónica? —le pregunté, quien seguía distraída con nuestra visita.

—Un café también, gracias —respondió con repentina seguridad, y hasta un poco de soberbia.

Fui a la cocina para servir tres tazas de café y colocarlas en una bandeja. No tardé ni dos minutos, pero al volver, Verónica e Isaías ya habían entablado una conversación que se tornó amistosa.

—Y dígame, señor Gonzaga —intervine—. ¿Cuál es el motivo de su visita?

—Puede llamarme por mi nombre también —respondió Isaías, aunque con un tono de voz forzado.

—¿Puedes creer que tiene veintinueve años? —me preguntó Verónica.

Yo no dije nada, apenas coloqué la bandeja en una mesita, y les acerqué una taza de café a cada uno.

—Bien, como ya mencioné, vengo en representación de Freddy Tremaria, quien está bajo arresto preventivo esperando la sentencia de su condena. Con su autorización, vine a informarles que confesó con detalles los hechos ocurridos en la tarde del 18 de diciembre, y se declaró culpable ante la acusación por intento de homicidio —reveló.

—¡Vaya! —exclamó Verónica, impresionada.

—Es una pena —musité mientras rascaba mi entrecejo.

—Además —continuó Isaías—, Freddy no presentó cargos en su contra, y me pidió personalmente que les entregase una carta en la que pretende manifestar sus disculpas, y me hiciese cargo de todos los trámites legales que me permiten poner a nombre de la señorita Cárdenas todas las posesiones materiales, inmobiliarias y monetarias de mi cliente.

—¿¡Qué!? —pregunté asombrado.

—¿Cómo piensa reiniciar su vida cuando salga de prisión? —preguntó Verónica, igual de asombrada.

—Freddy reconoce que su estancia en prisión será muy larga. Estimamos que sean veinte años por intento de homicidio, diez por agredir al personal de seguridad en la fiscalía y quince más por insultar al juez —respondió Isaías.

—Qué desgracia —musité.

—Presumo que es el castigo que él mismo se está infligiendo por lo que me hizo —comentó Verónica.

Isaías no tenía nada más que decir al respecto, por lo que nos entregó la carta y se levantó agradecido por el café. Luego estrechó mi mano y asintió amablemente a Verónica antes de despedirse.

—Disculpa, Isaías —dijo Verónica antes de que este se dirigiese conmigo a la puerta—, no debo acompañarte durante los trámites legales, ¿verdad?

—No se tiene que preocupar por eso, señorita —respondió—. Cada vez que tenga que firmar un documento, vendré a visitarla.

Verónica esbozó una sonrisa que me pareció que lo cautivó. Las orejas de Isaías enrojecieron y tuve que intervenir para que la situación no se tornase incómoda.

—Bueno, Isaías… Apreciamos que hayas venido. Muchas gracias por la información —dije.

—Ha sido un placer, tengan un buen día —dijo, echando un último vistazo hacia Verónica.

Tan pronto cerré la puerta, miré fijamente a una Verónica alegre, mucho más de lo habitual.

—¿Es en serio, Verónica? —pregunté.

—¿De qué hablas? —replicó ella simulando confusión.

—No soy tonto, Verónica, sé lo que vi —dije.

—Está muy guapo —confesó—, y me visitará cada vez que tenga que firmar algún documento.

—No puede ser que de todo lo que representó la visita de Isaías, solo eso te haya quedado en la mente.

—Yo presté atención a todo lo que dijo, y lamento mucho lo que enfrentará Freddy, pero ya no hay vuelta atrás. Tú mismo me dijiste que hay que seguir adelante.

—No me refiero a eso, tonta, sino al hecho de que ahora tendrás mucho dinero.

—Ah, bueno... eso, supongo que nos convendrá a largo plazo —hizo una pausa—, y creo que lo mejor será poner el apartamento y sus pertenencias en venta.

—¿Por qué? —pregunté asombrado.

—Porque pretendo desvincularme de lo que me relacione con Freddy… No tengo rencores contra él, pero no quiero tener nada que le pertenezca. Así que venderé todo e invertiré el dinero en cosas que valgan la pena.

—Entiendo… Aunque de momento, será mejor que nos centremos en el presente.

Por la tarde, después de que Ángela llegase de la universidad, y mientras almorzábamos, comentamos todo lo que había sucedido por la mañana. Aún no habíamos leído la carta que Freddy nos envió.

Queríamos que Ángela estuviese presente a la hora de leerla. Ella se mostró asombrada cuando supo que Verónica sería la propietaria de todos los bienes que Freddy poseía, e incluso le aconsejó que considerase bien su idea de venderlo todo, aunque no cambió de opinión.

Entonces, después de almorzar y limpiar, nos establecimos en la sala de estar para escuchar a Verónica, quien tenía el derecho de leer la carta de Freddy, aun cuando ambos éramos los destinatarios.

 

Querida Verónica, querido Axel.

No hay palabras para manifestar la frustración y vergüenza que siento por caer tan bajo y no tener la capacidad de controlarme. Me sienta mal saber que esto se pudo evitar si hubiese aprendido a enfrentar mis problemas… Sé que eso no es excusa para justificar lo que hice, pero estoy muy arrepentido por el daño que le causé a Verónica.

Axel, debo darte las gracias por lo que hiciste. No siento rencor hacia ti, tengo merecido todo el daño recibido, incluyendo la pérdida de mi brazo. Siendo honesto, hubiese preferido que me matases.

Debo decirles que mi estancia en prisión será larga, al menos es lo que presumo, pues hice todo lo posible porque así sea. Es lo que merezco, por eso les pido que no se preocupen por mí, aunque dudo que lo hagan, no tendrían por qué hacerlo.

Verónica. Lamento que te hayas topado conmigo, y sé que nuestra relación tuvo sus hermosos momentos, pero desde un principio, supe que lo nuestro tendría este tipo de debacles.

Lo que pasó fue que me enamoré de ti, y no pude alejarte a tiempo, y cuando me diste los momentos más felices de mi vida, se me dificultó pedirte que te fueses. 

Por eso, y todo el daño emocional y físico que te hice, te pido perdón.

Freddy Tremaria

 

♦♦♦

Con el paso de los días, y para que Verónica empezase a recuperar el ritmo y su condición física, visitábamos el asilo de vez en cuando.

Los abuelitos se emocionaban cuando nos veían rondando por los jardines, donde nos sentábamos a gusto a conversar con ellos y quejarnos del nuevo encargado. Lo único malo de esas visitas fue que nos enteramos de la muerte de la señora Oropeza, a quien no pudimos despedir por los problemas que estábamos enfrentando en el hospital.

Ángela también le dedicaba tiempo a Verónica en sus días libres, y solían irse de compras o paseaban en el Parque del Centro. Era una época maravillosa en la que no podíamos pedirle más a la vida porque simplemente lo teníamos todo.

A mediados de marzo, después de hacer una visita al asilo, nos topamos con Isaías en la recepción. Este se ruborizó al ver que Verónica mostraba un mejor aspecto, pues la verdad es que estaba radiante y hermosa, a un punto en el que teníamos que soportar todo tipo de piropos en la calle.

—Isaías, me da gusto verte —dije al saludarlo.

—Hola, buenas tardes… Había venido hace dos horas, pero el señor Agustín me dijo que estaban haciendo una diligencia —dijo.

—Ay, qué pena —intervino Verónica—, ¿estuviste dos horas esperándonos?

—No, claro que no… Aproveché ese tiempo para hacer unos pendientes —respondió.

—Qué bueno, en ese caso, subamos… Supongo que viniste por Verónica —insinué con cierta malicia.

A Isaías se le pusieron las orejas rojas; era evidente que le gustaba Verónica, aunque mantuvo su comportamiento decente y profesional.

—Vine para que firme unos documentos —dijo con fingida seriedad.

—¿Es necesario subir? O, ¿pueden proceder con la firma aquí mismo? —pregunté.

—Aquí mismo. No es necesario tanto protocolo —respondió.

Isaías sacó de su maletín unos documentos que colocó con sumo cuidado en el mostrador de granito de la recepción, probó su bolígrafo en otra hoja y se lo entregó a Verónica.

—¿Qué clase de documentos son estos? —preguntó ella antes de firmar.

—El título de propiedad del apartamento y del automóvil —respondió Isaías.

Verónica procedió con la firma y se quedó con los documentos originales, aunque me extrañó ver que también escribió algo en la hoja donde Isaías había probado su bolígrafo.

Minutos después, nos despedimos del joven abogado y subimos a nuestro apartamento, donde noté a Verónica más emocionada de lo normal mientras revisaba su celular; fue fácil intuir su emoción.

—¿Le diste tu número telefónico a Isaías? —pregunté.

Ella me miró asombrada, aunque mantuvo la calma e intentó negármelo.

—Solo veo un video gracioso —respondió.

—Bueno, espero que el «video gracioso» tenga en consideración que acabas de salir de una relación complicada —dije.

—Ay, no seas tonto, Axel… Solo le di mi número telefónico, ya me tomaré el tiempo de conocerlo —replicó con sorna.

—Se ve que es un buen tipo —dije.

Verónica esbozó una sonrisa y se fue emocionada a su habitación. Mientras que yo, fui a mi taller para trabajar en una obra a petición de uno de mis socios. Esperaba obtener una suma que me permitiese comprar un auto; ya bastante falta me hacía uno.

Incluso pensé en comprar el que Freddy le había dejado a Verónica, pero opté por uno más económico y menos lujoso.