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Chapter 23 - Capítulo 22: Cambio de personalidad

Axel

 

 

 

 

Verónica y yo, luego de obtener la autorización del señor Heredia, el propietario del edificio, utilizamos el depósito como taller de arte, donde dedicamos todas las noches del mes de noviembre a la pintura y escultura.

Ella demostró un talento increíble para la pintura, aunque más destacó a la hora de esculpir una pieza que me dejó impresionado.

Danza de lobos era una escultura que mostraba a dos lobos mirándose fijamente, una obra de grandes dimensiones que le llevó gran parte del mes darle forma.

El lobo grande, erguido e imponente, miraba desde un montículo hacia abajo a una pequeña loba que buscaba protección. La alusión era muy clara, nos quiso representar en nuestra hermandad.

Además, Verónica pintó un retrato paisajista del Río de las Flores rojas con ayuda de la descripción de la señora Aura, quien visitó nuestro improvisado taller de arte en un par de ocasiones. Sus dos primeras obras demostraron el gran talento que quería demostrar en la exposición del club Ítalo, la cual se llevaría a cabo el 18 de enero.

Yo, por mi parte, recurriendo a la misma técnica con la que realicé el retrato de Bianca, pinté tres obras a las cuales titulé: Amanecer, Joven llorando y Perros en el estanque.

El primero, inspirado en el panorama de la ventana de mi departamento y en el que se podían apreciar unos bellos amaneceres. El segundo, tomando como referencia a una chica que vimos llorar en el parque central. El tercero, recordando a los perros que persiguieron a Richard cuando estropeó mis dibujos a carboncillo.

Eran obras sencillas que me recordaban a La última sonata, obra que bien pude replicar con facilidad debido a la técnica que dominaba. La imagen de Miranda regresaba a mi mente cada vez que pensaba en esa pintura, pero me costaba creer que fuese ella su autora.

También solíamos recibir las visitas de Freddy, que además de mostrarse detallista con regalos para Verónica, nos ayudaba con las labores de limpieza al finalizar nuestras jornadas. Era evidente que su comportamiento había cambiado, mejorado, mejor dicho. Incluso se mostraba sereno cuando le reclamamos un par de torpezas que cometió mientras limpiábamos.

Freddy aún no se ganaba el cariño de Verónica, ni mucho menos nuestra confianza, pero era grato tenerlo con nosotros con su mejor versión. Por eso, poco nos costó retomar una amistad con él, en la que solíamos dar paseos en el parque central una que otra tarde, y almorzar en un restaurante fino en una ocasión.

Su caballerosidad, atención y amabilidad, además de esa serenidad que demostraba en los momentos en que la ira era justificada y en los que incluso Verónica y yo nos molestábamos, nos asombró bastante.

Tal fue el caso aquella vez en que un señor intentó estafarnos al ofrecernos, en una feria que se llevó a cabo en el parque central, un reproductor de música dañado como un producto nuevo; se negaba a devolvernos el dinero y casi lo golpeé por su grosera forma de ser.

—¡Cálmate, Axel! —exclamó Freddy—, estas no son maneras de resolver las cosas.

Fue el momento más irónico que tuve junto a Freddy. Incluso sonreí por la peculiar situación de que alguien con problemas con la ira fuese quien me retuviese para evitar un enfrentamiento con un estafador.

—Sí, será mejor que llamemos a los organizadores de la feria para que nos apoyen —sugirió Verónica, quien esbozaba una sonrisa burlona al ver la manera en que Freddy me retenía.

—Bien, está bien —dije—, ustedes vayan y yo me quedo vigilando a este ladrón.

—No, ve tú con Verónica —replicó Freddy—, yo me quedo vigilando al señor, no vaya a ser que te dé por golpearlo y te metas en problemas.

Al final del día, cuando nos despedimos de Freddy, nos causó gracia ese pequeño suceso. Así que Verónica y yo regresamos al departamento, y acordamos por esa noche tomar un merecido descanso de nuestras jornadas artísticas.

El mes de diciembre nos tomó desprevenidos, aunque por suerte, las vacaciones navideñas le permitieron a Verónica disponer de más tiempo para apoyarnos en el asilo con las decoraciones y la organización de una cena navideña.

Eran de las pocas épocas en que los buenos familiares de los abuelitos, los que no contaban con estabilidad económica y se vieron obligados a contar con el apoyo del señor Rodríguez, nos visitaban con frecuencia.

El ambiente en el asilo se tornaba familiar, y entre los que no recibían visitas, también se notaba la alegría por formar parte de una familia como la nuestra; porque eso nos considerábamos. La señora Oropeza era una de esas personas que nunca recibía una visita, y aunque en ocasiones se entristecía, tan pronto nos veía a Verónica y a mí, se contentaba y empezaba a consentirnos.

Era una señora muy amable que sabía historias increíbles, con quien resultaba imposible aburrirse gracias a la cantidad de vivencias que compartía con nosotros en forma de relatos. A veces, el señor Rodríguez nos regañaba porque pasábamos bastante tiempo escuchándola, en vez de dedicarnos a nuestras otras labores.

Así, diciembre se convirtió en un mes colorido y grato, en el que hasta Freddy estuvo de visita en el asilo y donó una cantidad considerable de dinero. Incluso lo abracé con euforia cuando me enteré, casi al punto de provocarle celos a Verónica, que fue contenida por la señora Aurora.

Gracias a esa donación, pudimos comprar las herramientas que nos permitieron dar inicio a las clases de pintura en enero.

Freddy también se ganó el cariño de los abuelitos, de la señora Aura e incluso del gruñón señor Rodríguez, pero con Verónica tuvo que hacer un esfuerzo enorme que iba más allá de los regalos materiales.

Fue así como empezó a demostrar su amor con acciones y hechos, con un trato exclusivo y apoyando las decisiones que consideraba correctas para el futuro académico y profesional de Verónica.

Aun así, Verónica no dio su brazo a torcer de un momento a otro, fue severa con Freddy en lo que a su cariño respecta. De igual manera, me pedía consejos para afrontar mejor el hecho de que su orgullo estaba perdiendo la batalla ante sus sentimientos.

Ella lo seguía amando, nunca dejó de hacerlo, ni siquiera después de que lo arrestasen, pero también se amaba a sí misma por sobre todas las cosas. Por eso le costaba aceptar que estaba sucumbiendo.

—Hay veces en que las segundas oportunidades nos permiten encontrar en las personas un tesoro que las lecciones les enseñan a relucir —dije una noche antes de dormir.

—Sí, puede ser cierto, pero aún no puedo sacarme la imagen de aquella noche, ¿sabes?… Me cuesta superar que él estaba dispuesto a hacerme más daño por una estupidez —replicó.

—Estás en tu derecho de dudar y rechazarlo, pero piénsalo muy bien antes de tomar una decisión, piensa, por sobre todas las cosas, en tu felicidad y bienestar.

—Lo sigo amando, Axel… Sabes que nunca he dejado de hacerlo, pero me amo más a mí… Aún persiste el temor de que vuelva a caer en el descontrol de su temperamento.

—Tómate tu tiempo, Verónica, apenas vas a cumplir veintitrés años… Tienes toda una vida por delante como para mortificarte por amor.

—Ese es el consejo que necesitaba. Aprecio que consideres como yo el tiempo, porque sé que si él me presiona, tú me apoyarás… Además, no sé si está demostrando un buen comportamiento solo para coger conmigo y luego seguir siendo la misma mierda de siempre.

—Pues, es una posibilidad. Por desgracia, los hombres somos capaces de muchas cosas con tal de… Bueno, tú sabes.

—¿Tú, cómo haces para aguantar tanto sin tener relaciones? Porque tengo entendido que eres soltero desde hace un buen tiempo.

Fue una pregunta que me tomó desprevenido. Tanto que me puse nervioso cuando recordé mis encuentros pasionales con Bianca.

—Pues, digamos que tengo muchísima voluntad —respondí.

En ese preciso momento, Verónica se giró hacia mí y desde arriba me miró fijo y con el ceño fruncido.

—Cuando estuve en Los Olivos, ¿aprovechaste tu tiempo a solas? —preguntó.

—No gano nada con mentirte, así que sí, lo aproveché bastante —respondí.

—Todos los hombres son iguales, en ese aspecto, claro. Ya con otras cosas, si podemos diferenciarlos… Pero me alegra, Axel, de verdad me alegra que hayas aprovechado tu tiempo a solas.

—¿Qué me dices de ti? —pregunté avergonzado.

—Igual, me reencontré con mi exnovio, con quien intenté retomar nuestra relación, pero no funcionó… Fueron encuentros pasionales y divinos. Por eso me quedé un mes más en Los Olivos —respondió.

Ya para acabar esa conversación, acordamos ir por la mañana al club Ítalo para notificarle al señor Di Natale que habíamos terminado nuestras obras. Nos dimos las buenas noches con cierta incomodidad, pues nunca habíamos tocado el tema de nuestras vidas sexuales.

Ciertamente, consideraba a Verónica una hermana menor, incluso la veía como a una niña inocente debido a su rostro angelical. Fue incómodo pensar en ella teniendo relaciones por mero placer.

♦♦♦

El club Ítalo se llenó de reconocidas personalidades de Ciudad Esperanza, así como también de varios diplomáticos de la embajada italiana. El lugar estaba decorado con referencias de ciudades famosas de Italia, y la mayoría de los presentes vestían de gala y demostraban un comportamiento soberbio.

Los artistas que estábamos exhibiendo posábamos para la prensa local junto a nuestras obras.

Éramos un grupo pequeño de artistas plásticos graduados del Instituto Nacional de Bellas Artes, salvo Verónica, que era la única que fungía como aprendiz.

Ella se robó más de un suspiro esa noche. Estaba bellísima y radiante con su vestido azul marino, parecía una princesa. Fueron muchos los caballeros que se acercaron para hacerse con su atención, aunque quien la impresionó fue Freddy.

Freddy recibió una invitación de nuestra parte, y esa noche lucía elegante con su esmoquin negro. En tono de broma, le dije que parecía un muñequito de torta.

Verónica, por su parte, se quedó sin palabras hasta que este se acercó y la saludó con un beso en su mejilla que la hizo enrojecer. Solo así rompió el silencio para saludarlo.

La noche estuvo de maravillas, con todos los aficionados preguntando por nuestras obras y sus respectivos procesos de creación, mientras que con mis colegas, me dedicaba a intercambiar opiniones y críticas constructivas.

El ambiente era agradable, y al señor Di Natale se le notaba muy contento con el evento, tanto que nos felicitó a Verónica y a mí efusivamente cuando se nos acercó.

—Muchachos, buenas noches y felicidades por sus maravillosas obras… Querida señorita Cárdenas, su escultura es una belleza que me encantaría tener en mi colección —comentó—. Es una noche espléndida y se pondrá mejor, ya lo verán.

—Buenas noches, señor Di Natale, gracias por sus palabras —dije con amabilidad.

—Un gusto saludarlo, señor, gracias por permitirme exhibir mis primeras obras —continuó Verónica.

El señor Di Natale asintió con cortesía y luego se quedó mirando a Freddy, quien no se alejó en ningún momento de Verónica.

—¿Y este joven, quién es? —preguntó el señor Di Natale.

—Mi novio, señor —respondió Verónica con total naturaleza.

Freddy y yo giramos hacia ella, asombrados con sus palabras, y luego nos miramos confundidos.

—Pues, mucho gusto, joven —dijo el señor Di Natale al tenderle la mano.

—El gusto es mío, señor... Freddy Tremaria, para servirle —respondió él correspondiendo con un apretón de manos.

Hubo un breve silencio por parte del señor Di Natale, aunque luego nos reveló a medias algo que no había mencionado a los demás artistas.

—Sepan, muchachos, que esta noche hay una sorpresa para los artistas. Se pasean por el salón de eventos de este club algunos coleccionistas respetados y adinerados de Ciudad Esperanza, así que muy atentos —dijo antes de darse la vuelta y seguir haciendo de buen anfitrión.

—¿Qué quiso decir? —preguntó Verónica cuando el señor Di Natale se alejó de nosotros.

—Que habrá una jornada de subastas… Miranda y yo estuvimos presentes en algunas antes de que nos pasase lo que nos pasó —respondí.

—¿Miranda? —preguntó Freddy, confundido.

—Sí, mi excuñada —respondió Verónica.

Yo la miré conmovido por la idea de que me considerase su hermano, aunque Freddy no comprendió.

—Axel, ¿saliste con una menor de edad? Eso es irresponsable de tu parte —replicó Freddy.

—No, idiota —respondí—. Miranda es mi exnovia. Verónica se expresó de esa manera porque me considera su hermano.

—Ah, ya, entiendo… Yo pensé que andabas con la ex del hermano menor de Verónica.

—Bueno, como sea —dije—, el punto es que habrá una jornada de subastas. Ya veremos qué obras seleccionan los pujadores, a menos que las seleccionen todas. Este tipo de eventos se solían llevar a cabo con frecuencia. Así se apoyaba a los artistas y se les impulsaba a seguir promoviendo el arte en la ciudad, pero como ya saben, la situación política y económica se fue a la mierda y se dejó de priorizar lo que hacemos.

—¡Vaya! No tenía idea de eso —dijo Freddy, impresionado.

—Hay muchas cosas que los millonarios ignoran —replicó Verónica.

Freddy esbozó una sonrisa cuando giró hacia ella, y en un acto de valentía, se acercó a Verónica para tomarla con delicadeza de la cintura y darle un romántico beso en los labios.

Los caballeros que antes se querían hacer con la atención de Verónica se mostraron alicaídos. Mientras que yo, me hice el distraído con un dejo de vergüenza, aunque me alegré de que la nueva versión de Freddy la reconquistase.