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Chapter 9 - Capítulo 8: Reflexiones

Miranda

 

 

 

 

Conforme pasaban los días, y David más datos relevantes me daba sobre artistas de siglos pasados, incluso algunos de cuya existencia yo desconocía, noté cómo crecía esa pasión que me impulsaba en meses anteriores a crear mis obras.

Esto me emocionó porque durante días creí que la llama de la inspiración se había extinto, pero seguía viva y, junto a ello, recuerdos hermosos con Axel en nuestro taller de arte.

Todos los días había un momento de reflexión, en el que me tomaba el tiempo de pensar en las posibles respuestas que le daría a Axel en caso de que me llamase.

También pensé en llamarlo yo a él, esto con la intención de pedirle perdón por la decisión precipitada que tomé, aunque en esa ocasión, se interpusieron las palabras de papá: no teníamos razones para perdonarnos.

El punto era que dar los primeros pasos hacia mi sanación emocional requería de una estabilidad mental que me costaba mantener.

Además, una de las cosas que también me costó afrontar, más allá de nuestra ruptura, fueron los problemas en los que Axel se vio envuelto.

Por momentos le reproché a la vida esos golpes de injusticia, pues así fue como lo consideré, sobre todo por saber que éramos buenas personas y creer que no merecíamos tan desagradables experiencias.

Sin embargo, en mi etapa reflexiva aprendí que la vida no se trata de merecimientos, sino de aceptar las circunstancias que esta te ponga en el camino; nadie es dueño de lo que pueda suceder en el futuro.

No fue fácil poner en práctica la aceptación, era una chica orgullosa, impulsiva y terca, incluso consideré una venganza contra los Mendoza si tuviese la oportunidad.

Por suerte, una mañana, mientras recordaba la manipulación del «pequeño mocoso», por lo cual estuve mal encarada en mi trabajo, David se detuvo frente a mí y me miró fijo a los ojos; me asombró que lo hiciese, ya que esto solía sacarlo de sus casillas o lo ponía nervioso.

—¿Por qué estás molesta? —preguntó.

Su pregunta me distrajo de los pensamientos, tal como la vez en que recordaba tontamente a Axel, pero en esa ocasión, quise ser cuidadosa a la hora de expresarme.

—¿Recuerdos de Axel? —insistió, le había hablado mucho de él.

—No precisamente —respondí.

—Entiendo, aunque no es bueno que contengas la ira, sería mejor que la dejes salir de una vez… Un artículo que leí hace algunos meses alega que la acumulación de la ira no solo es perjudicial para el que lo padece, sino que además para los que lo rodean… Nunca se sabe la forma en que puedas explotar y cómo va a afectar esto a quienes estén cerca de ti —explicó.

—Yo quisiera tener una mente privilegiada como la tuya para poder pensar en una forma de aceptar toda la mierda que he tenido que afrontar en los últimos meses —dije con molestia.

—Vas bien, sigue así, pero ¿sabes qué sería mejor? —hizo una pausa y se mantuvo pensativo—, que saques provecho de la ira y la expreses en el arte… Después de todo, eres artista plástico.

—Definitivamente, David —dije al lograr persuadir un poco la rabia—, me vendría bien que fueses mi mentor.

David esbozó una sonrisa, asintió y se marchó a su oficina. Cuánto gusto me dio que pasase en esos momentos para ayudarme a desprenderme de la rabia que sentía y que, además, me diese un excelente consejo que quería poner en práctica.

Seguir el consejo de David para expresar mi ira en el arte me permitió olvidar por instantes el pasado, pues en casa, no tenía nada para empezar a trabajar en mis obras, todas mis herramientas las había dejado con Axel. Así que se me ocurrió llamarlo y pedirle que me enviase todo a través de UPS, pero creí que al hacerlo, lo lastimaría con la idea de que estaba desprendiéndome de su vida.

Por ende, preferí comprar nuevas herramientas, tanto para la escultura como la pintura, y aunque no quería caer en la situación de pedirle dinero a papá, aproveché que estaba dispuesto a complacerme en todos mis caprichos; todo en pro del arte, a fin de cuentas.

Además, le pedí a mamá que me permitiese usar la habitación de huéspedes para convertirla en mi taller. Tardé varios días haciendo espacio y llevando la mayoría de los muebles al depósito, dejando solo un cómodo sofá y un estante.

Ambientar el que pasó a ser mi nuevo taller de arte me llevó dos días, luego de que llegasen las compras que hice a través de Amazon. Sentir una vez más en mis manos las espátulas, los vaciadores, los pinceles y las otras herramientas, avivaron mi pasión e inspiración.

De todos modos, y a pesar de tenerlo casi todo, tuve que abusar nuevamente de la confianza de papá y pedirle que redujese mi horario de trabajo hasta las dos de la tarde; aceptó de inmediato.

Así, contaba con el tiempo libre necesario y le dedicaba cuatro horas continuas a la elaboración de bocetos, ya que la inspiración no explotaba de lleno.

También dediqué parte de mi tiempo a la realización de un curso intensivo de tres meses en Administración y Finanzas, aprovechando que por las noches estaba libre. David fue mi tutor en algunas cosas que me costaban entender, y gracias a él tuve excelentes calificaciones.

Ahora, ¿por qué hice un curso de Administración y Finanzas?

Pues, sabía que tener conocimientos sobre ello sería de vital importancia en mis nuevos proyectos, ya que si bien no contaba con el tiempo para fundar una galería, sí que podía exponer mi arte en los eventos mensuales de Puerto Cristal.

Y así, gracias al arte, al curso y a los consejos y tutorías de David, aprendí a controlar mis emociones y desprenderme de todo lo malo que había en mi pasado cercano.

No solo eso, pues también me hice con el don de la aceptación.

Los sucesos que tanto me torturaron dejaron de ser demonios en mis pensamientos.

Lo tomaba todo como situaciones que simplemente tuvieron que ocurrir para darme la oportunidad de descubrir que sola también podía seguir adelante. De vez en cuando, solía pasear por la ciudad y me permitía reencontrarme con mi niñez y adolescencia, momentos que fueron increíbles para mí.

A veces salía con David a tomar un café a pesar de que no le gustaba estar en zonas tan concurridas, y en solo dos ocasiones acepté salir con un chico de mi curso; era apuesto y amable, pero no era Axel.

Lo único que me entristeció en ese entonces fue el hecho de tener un antecedente penal falso, lo cual estropeó parte de mis ideas para posibles proyectos.

En ningún museo y galería me dieron la oportunidad de exhibir una obra, y menos cuando en la Asociación de Escultores y la Delegación Nacional de Artistas Plásticos, me consideraban persona no grata.

♦♦♦

Una tarde calurosa, sentada en las escalinatas de la Plaza Central, mientras apreciaba el atardecer y degustaba un refrescante batido de coco, un anciano se sentó cerca de mí, muy agotado, a la vez que secaba el sudor de su frente con un pañuelo.

Yo lo miré un tanto preocupada, aparentaba tener por lo mínimo setenta años, así que me le acerqué y le ofrecí la mitad de mi batido.

—Gracias, querida… Eres muy amable —dijo. Su voz era fuerte y clara, me impresionó lo imponente que era.

—De nada —respondí impresionada.

—¿Sabías que los atardeceres actúan directamente sobre algunas áreas específicas de nuestro cerebro? —cuestionó, justo antes de despedirme.

—No, no lo sabía —respondí anonadada—, ¿por qué lo dice?

—Quiero creer que ha sido el atardecer lo que causó un efecto positivo en ti para darme tu batido —dijo.

—Bueno, ya me había refrescado… Además, debo cuidar mi figura —dije en tono de broma—. Perdone, pero, ¿es usted locutor?

—Alguna vez lo fui, como también fui presentador de eventos y un anunciante muy reconocido… Ahora, solo presto mi voz para comerciales locales —respondió.

—Ya decía que su voz se me hacía familiar, de seguro lo escuché en algún comercial en la radio… Ahora dígame, ¿cómo es posible que los atardeceres actúen en nuestro cerebro?

—En algunas partes del cerebro —aclaró—, las encargadas de procesar las emociones, concretamente las positivas.

—Suena interesante —dije.

—Ahora, también me gustaría decirte algo más —hizo una pausa y me miró a los ojos—. Lo que sea que te atormente, déjalo de lado y sigue adelante.

Sus palabras me asombraron y me molestaron al mismo tiempo. No me gustaba cuando alguien deducía que algo me preocupaba; en el caso de esa tarde, no saber nada de Axel.

—Perdone, pero, con todo respeto…

—No tengo ningún derecho a meterme en tu vida, lo sé —me interrumpió—, pero siempre he sido un rebelde sin causa, así que perdóname tú a mí.

Esbocé una sonrisa por la forma en que se tildó a sí mismo, y aunque no quería seguir hablando con él, no pude evitar decirle algo de mi realidad.

—Yo sigo luchando, pero es muy difícil con las contrariedades a las que me enfrento —dije.

—La vida en sí es difícil, querida… Pero a pesar de todo, y por muchas que sean nuestras desgracias, somos afortunados.

—¿A qué se refiere? —pregunté extrañada.

—Solo piénsalo… Nuestro paso por esta aventura tiene un tiempo límite de ochenta años, salvo excepciones. Si parte de eso lo inviertes en las contrariedades, te perderás de lo hermoso que es vivir… Aprovecha tu vida con pasión y sin arrepentimientos, no importa lo que intente detenerte. Así, cuando llegues a mi edad, podrás decir que cada segundo de tu existencia habrá valido la pena.

—Gracias, es un bonito consejo, pero, ¿por qué me lo dice a mí? —pregunté.

—No lo sé, tal vez sea el efecto del atardecer.

—¡Vaya! Aprecio que…

Me interrumpí a mí misma cuando el amable anciano intentó levantarse, así que le tendí la mano y le ayudé a ponerse de pie.

—¿Cuál es su edad, señor? —pregunté.

—Noventa y cinco años —respondió—, y recuérdalo, querida… No inviertas tanto tiempo en las contrariedades, sé rebelde y vive al máximo.

Hizo un ademán para despedirse de mí y yo correspondí asintiendo; estaba impresionada con su edad, su lucidez y lo bien que se conservaba.

«Tal vez ha vivido tanto por seguir su filosofía de vida», pensé mientras lo veía alejarse y empezaba a comprender, gracias a sus palabras, que yo era la dueña de mi vida, mis decisiones, mis victorias y mis derrotas.