Capítulo 13 — Dos níqueles asegurados
El paso lento fue dejado atrás. Ambos se apresuraron, decididos a encontrarse en medio del combate.
El ladrón lanzó un puño directo al rostro de Yang Feng, pero este lo esquivó con agilidad. Al mismo tiempo, contraatacó con otro golpe al mismo objetivo, aunque también fue esquivado. Rápidamente intentó levantar la pierna para lanzar una patada, pero fue bloqueado con la planta del pie. Otro puñetazo venía hacia su rostro, pero Yang Feng lo desvió con facilidad y respondió con una palmada al abdomen, dejando tras de sí una ráfaga de aire.
El ladrón giró su cuerpo como pudo y el ataque apenas lo rozó. Mientras giraba, lanzó un nuevo golpe, intentando sorprenderlo, pero Yang Feng lo anticipó: se agachó y, como un toro, embistió con el hombro. El ladrón fue arrojado varios pasos hacia atrás, tambaleándose.
Sin perder el ritmo, Yang Feng se lanzó hacia él y atacó con un rodillazo dirigido a la cabeza. El otro, juntando ambas manos, logró bloquearlo y, con fuerza, lo empujó hacia atrás. Yang Feng cayó a unos pasos de distancia. El ladrón contraatacó de inmediato: una patada al abdomen. Yang Feng, sin resistirse, se dejó llevar por el impulso del golpe, reduciendo el daño. En el proceso, golpeó con los codos la pierna del atacante, causando un dolor que se extendió por todo su cuerpo.
Sin mediar palabra, se encontraron nuevamente. Patadas, puñetazos y palmadas volaban en todas direcciones. Algunos ataques eran esquivados, otros bloqueados, pero siempre alguno llegaba a su destino. Yang Feng aprovechó una apertura y lanzó una patada lateral que estrelló al ladrón contra una pared. Sin darle tregua, le lanzó un ladrillo con un fuerte puntapié. El ladrón, al ver que se dirigía directo a su cara, giró y lo atrapó, devolviéndolo en el acto.
Yang Feng esquivó y el ladrillo terminó incrustado en la pared. Respondió con una nueva patada, pero el ladrón se apartó a tiempo. Aun así, el impacto dejó la pared temblando, lo que lo impresionó.
Sin dejarse dominar por el miedo, contraatacó con un puñetazo acompañado de una ráfaga de viento, que alcanzó a Yang Feng justo cuando había perdido el equilibrio. Fue lanzado varios pasos atrás. El ladrón intentó seguir con una patada, pero un potente puñetazo de Yang Feng la detuvo, lanzándolo hacia atrás esta vez.
Cuando el ladrón se levantó, una patada directa al rostro lo recibió. No pudo esquivarla y fue arrojado contra el suelo. Su nariz se había quebrado, y la tela que cubría parte de su rostro cayó, dejando escapar una bocanada de sangre.
Yang Feng observó al ladrón ensangrentado. Por primera vez, no dudó: ya no era el mismo débil de antes ni aquel que todos creían conocer.
—¿Es este bastardo el mismo de antes? —se preguntó el ladrón, tirado en el suelo.
Mientras tanto, el otro ladrón observaba atónito, sin comprender del todo lo que pasaba, hasta que el grito de su compañero lo sacó de su desconcierto.
—¡Ayúdame, bastardo! ¡Ese Yang Feng se hizo pasar por oveja! —gruñó con furia, intentando incorporarse.
Pero solo un ingenuo dejaría que eso ocurriera. Yang Feng se apresuró y le encestó un rodillazo en la nariz ya quebrada, provocando que el ladrón gritara de dolor y se lanzara a un lado, incapaz de levantarse.
Sin perder tiempo, Yang Feng se dirigió hacia el segundo ladrón, quien apenas reaccionaba. No logró quitarse la bolsa de la espalda, así que le tocó pelear con ella encima. Yang Feng inclinó su cuerpo y, con una patada ascendente, lo hizo volar por los aires. Aun así, el ladrón logró cubrirse con los brazos, mitigando el daño en el pecho, aunque el impacto lo dejó aturdido.
Al caer, se recompuso rápidamente, mostrando una sonrisa grotesca. No esperó el siguiente ataque: se lanzó hacia Yang Feng, estirando la mano con uñas largas como garras, intentando agarrarle la cara. Yang Feng, apenas sorprendido, dio un paso atrás y, sin perder impulso, volvió al frente con una patada directa al abdomen, haciendo que el ladrón cayera nuevamente.
—¿Eres tonto o qué? —preguntó con tono burlón.
No obtuvo respuesta. Como si no sintiera dolor alguno, el ladrón se abalanzó otra vez sobre Yang Feng, tomándolo por sorpresa. No lo golpeó, sino que lo sujetó con fuerza y lo levantó parcialmente del suelo. Nadie se esperaría lo que vino después: el primer ladrón, ya reincorporado, aprovechó la apertura y le propinó una patada en la cabeza.
Yang Feng no salió volando, pero quedó aturdido entre los brazos del segundo ladrón. Fue entonces cuando este, con una sonrisa cruel, estrelló su cuerpo contra el suelo con brutalidad.
Pero ¿quién esperaría que Yang Feng tuviera una sonrisa en el rostro? Rápidamente llevó sus piernas al pecho y las lanzó hacia arriba con toda su fuerza, golpeando de lleno al ladrón y mandándolo a volar. Sin perder tiempo, encogió nuevamente las piernas, tomó impulso y se puso de pie con agilidad.
Al girar, vio al otro ladrón acercándose por detrás e intentó propinarle una patada giratoria, pero esta fue detenida con un codazo. El ladrón inclinó su cuerpo y lanzó un puñetazo que impactó en el pecho de Yang Feng, lanzándolo directamente hacia su compañero. Este último no tuvo tiempo de reaccionar; apenas giró la cabeza antes de que Yang Feng, con todo el impulso, se estrellara contra él. El golpe fue seco, y aunque ambos retrocedieron tambaleándose, el ladrón soltó un quejido de dolor.
Yang Feng intentó seguir con una serie de palmadas, pero estas fueron repelidas con dificultad. Una de ellas incluso fue desviada con tal fuerza que lo hizo retroceder unos pasos. Pero no podía centrarse solo en ese ladrón, pues el otro ya estaba de nuevo a su espalda.
Ambos empezaron a girar alrededor de Yang Feng, atacándolo desde distintos ángulos. Pateaban, lanzaban puñetazos y buscaban una abertura. Aunque muchas veces Yang Feng lograba bloquear o esquivar los ataques, otros lograban impactarlo. Sin embargo, él no se limitaba a defenderse: golpeaba tanto como recibía, manteniéndose al mismo nivel que ellos.
De vez en cuando, los ladrones le lanzaban botellas de vidrio o ladrillos. Yang Feng apenas recibió una herida leve en la mejilla por uno de estos proyectiles, mientras que él, con gran agilidad, rompía botellas y estrellaba ladrillos contra sus cuerpos. La pelea ya parecía un enfrentamiento entre perros y gatos salvajes.
De pronto, encontró una abertura. A uno de los ladrones lo mandó volando con una potente patada lateral en la cabeza, haciéndolo estrellar contra una pared. Al otro lo empujó hacia adelante con ambas manos y, girando sobre sí mismo, le propinó tres patadas consecutivas en la cabeza. Finalmente, soltó un suspiro de cansancio.
La pelea no había terminado. El que había sido arrojado contra la pared logró reincorporarse, y desde un costado se lanzó contra Yang Feng, propinándole una patada al costado. El impacto lo hizo chocar violentamente contra otra pared.
Mientras estos peleaban, la multitud que venía detrás de los dos ladrones comenzaba a llegar, y al ver la escena frente a ellos, muchos se sorprendieron. Había ladrillos rotos, botellas hechas trizas, madera astillada, y las paredes estaban abolladas como si algo se hubiera estrellado violentamente contra ellas. En medio del caos estaban los tres combatientes: los tres vestían prendas oscuras. El que estaba apoyado contra la pared no parecía tan golpeado, el que permanecía de pie —aunque tambaleante— se veía ensangrentado y exhausto, y ni hablar del tercero, que yacía en el suelo. Aunque no estaba muerto, nadie se atrevía a decir con certeza que seguía completamente vivo.
—¿Pero qué pasó aquí? —preguntó el comerciante que había ofrecido los dos níqueles.
—¿No es ese Yang Feng, el débil?
—¿Débil? Entonces, ¿qué soy yo? —murmuró un hombre robusto con cabello solo a los lados de la cabeza, recogido en la parte trasera con un pequeño moño.
—Era un tigre que se hizo pasar por oveja —dijo una mujer de unos cuarenta años mientras dejaba caer al suelo un enorme mazo de madera que llevaba al hombro.
—Así que era un tigre... —susurraban entre murmullos todos los presentes.
Mientras hablaban, Yang Feng se reincorporó rápidamente y, con un puntapié, lanzó un ladrillo directo al ladrón. Este apenas alcanzó a colocar las manos al frente para detenerlo, pero al hacerlo, ya tenía encima a Yang Feng con una patada descendente. Al hacerlo agacharse por reflejo, Yang Feng lo tomó por la ropa y, con medio giro, lo lanzó hacia donde se encontraba el otro ladrón. Ambos terminaron cayendo uno junto al otro.
—Al fin se terminó. Gracias por hacerme crecer un poco más.
Luego de observarlos un momento y ver que ninguno se levantaba, Yang Feng se dio la vuelta y comenzó a caminar, lento pero constante, hacia la multitud. Su espalda erguida y presencia imponente hacían parecer que no estaba cansado, aunque de vez en cuando dejaba escapar un jadeo.
Hoy no parecía un demonio pequeño; no tenía tanta sangre encima y no había terminado tan mal.
Pero, tras dar unos cuantos pasos, uno de los ladrones comenzó a levantarse y se aproximaba sigilosamente.
Con el rostro contraído por la furia y cubierto de sangre, estaba decidido a lanzar un golpe sorpresa.
—¡Cuidado! —gritó alguien desde la multitud.
Yang Feng, al oírlo, giró con ligereza, elevándose por los aires y propinándole una fuerte patada en la cabeza al que se acercaba, haciéndolo estrellarse contra el suelo.
Antes, cuando los había observado, se había fijado cuidadosamente en la respiración de cada uno. Supo que uno aún tenía fuerzas para luchar. Al ver que no se levantaba, entendió que planeaba un ataque desesperado de último momento.
Los rostros de asombro entre la multitud ya no podían ocultarse. Habían visto una agilidad y fuerza aterradora por parte de aquel a quien llamaban débil. Pero mientras todos permanecían boquiabiertos, Yang Feng por fin llegó ante ellos.
—Dos níqueles —dijo, extendiendo la mano hacia el comerciante.
Este, aunque aturdido, rápidamente los sacó y se los entregó.
—Un placer hacer negocios con usted —dijo Yang Feng, dibujando una leve sonrisa.
Siguió su camino, y a su paso, la gente se apartaba. Aún no podían creer lo que veían.
Yang Feng dejó atrás la escena y se incorporó a la calle principal. Nuevamente se veía a personas apuradas por llegar a la plaza central. Algunas le lanzaban una mirada fugaz, otras nada. Nadie se detenía a observarlo. De pronto, una anciana que empujaba un carrito de madera con productos, usando sus débiles manos, lo miró y se detuvo.
Era la abuela Zhen, quien le había regalado la hogaza de pan a Jie Lin.
—Joven, ¿se encuentra bien?
Yang Feng, al verla, le regaló una leve sonrisa y le respondió:
—Disculpe que la detenga, ¿podría tratarme esta herida en la cabeza, si no es mucha molestia?
La anciana, con gentileza, lo ayudó. Sacó unas gasas que tenía guardadas en una de las gavetas del carrito, junto con un líquido para limpiar heridas. Tras un rato, por fin había terminado.
—Debe cuidarse, joven. Si me disculpa, seguiré mi camino. Que el Santo Inmortal lo acompañe.
Pero antes de que se fuera, Yang Feng la detuvo una vez más.
—Esto es por su amabilidad —dijo, entregándole un níquel.
La anciana, al ver la moneda, se sorprendió y le dijo que no lo había ayudado esperando algo a cambio. Pero no se imaginaba que las palabras del chico la harían aceptarlo:
—Usted tiene su negocio. Podría decir que ya es vieja y que debería guardar esto para mí. Pero en el fondo de su corazón, aún quiere vivir. No importa la edad, si tenemos el deseo de vivir, debemos comer y cuidarnos bien. Si no acepta este níquel, no podrá hacerlo. Tómelo y viva. Su mirada está llena de determinación; la edad no es excusa para dejar de luchar por la vida.
Asombrada por sus palabras, la anciana aceptó el níquel y se marchó.
Yang Feng revisó sus bolsillos: solo le quedaban dos níqueles y seis peniques.
Miró a lo lejos a la anciana y soltó una mirada de alivio.
Se quedó un momento en el lugar hasta que el mareo pasó. Luego, con pasos lentos y los hombros firmes, volvió a caminar hacia la plaza central.
Continuará.