Atareada corriendo todo el día, Rong Shengsheng, jadeando por el aire, llevaba un montón de objetos varios escaleras abajo, solo para repentinamente encontrarse con un rostro familiar que la miraba con una mirada siniestra.
Rong Wanwan casi trituró sus dientes de plata de rabia, sus ojos ardían mientras señalaba la nariz de Rong Shengsheng y la maldijo —¿No te habían despedido? ¿Por qué sigues aquí?
—¡Ya entiendo, es porque te niegas descaradamente a irte!
—¿Crees que solo por actuar así, mi prometido te va a mantener cerca?
—¡Ni lo sueñes! ¡Lárgate de aquí ahora mismo! ¡O llamaré a seguridad para que te echen!
Cuanto más enojada se ponía Rong Wanwan, más enérgica se volvía, lanzando la pila de posesiones de las manos de Rong Shengsheng al suelo, sus ojos desorbitados de furia, como un demonio que había salido del infierno.
