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Después de decir eso, Rong Shengsheng quería darse una bofetada. ¿Qué clase de excusa tan pobre era esa? Ni ella misma podía creerla, entonces, ¿cómo podría hacerlo Li Hanxian?
¿Acaso lo tomaba por un tonto?
El hombre no habló, pero se apoyó en la pared con los brazos cruzados, su mirada tranquila bajó, aparentemente perdido en sus pensamientos.
A medida que el tiempo transcurría segundo a segundo, la pequeña habitación alquilada se volvía cada vez más silenciosa. El aire se sentía tenso, como si una baja presión se cerniera en su interior.
Rong Shengsheng estaba asustada, apretando fuertemente sus manos, con la cabeza cada vez más inclinada como si deseara poder enterrarla en el suelo.