Julián estaba en su mansión desayunando con su hija.
Emma jugueteaba con su comida, tarareando una melodía que tocó una fibra profunda dentro de Julián. Era la misma canción de cuna que su difunta esposa solía cantarle a Emma a la hora de dormir, un dulce y amargo recordatorio del amor que ambos habían perdido.
Se alegraba de que Emma se sintiera mejor que hace unos días. Había estado ocupado los últimos días liberando su agenda para poder pasar tiempo con ella. Había asistido a su reunión de la Asociación de Padres y Maestros, y se había ido de vacaciones de fin de semana con ella que solo duraron dos días.
Ella ya no se quejaba del poco tiempo que él pasaba con ella, mientras él siempre se presentara, significaba mucho para ella.
De repente, oyeron pasos de alguien. Sus cabezas se giraron al unísono solo para encontrar a Alex, el amigo de Julián, evaluando su comida.
Cuando Emma lo vio, dejó rápidamente su comida para saltar a sus brazos.
—¡Tío Alex! —exclamó ella.