—¡MALDITA SEA! —Robert maldijo mientras miraba su mano que había sido apuñalada por la silla en la que estaba sentado. —¿ESTÁS LOCA? La sangre fluía de sus manos como agua.
Como si la primera puñalada no fuera suficiente, Anastasia arrancó el cuchillo y lo clavó de nuevo en la mano de Robert. Su grito agonizante resonó por la habitación, su rostro ahora surcado de lágrimas mientras el dolor lo abrumaba.
—¿Y tú Robert? ¿Estás disfrutando esto? —Anastasia le preguntó, con una sonrisa fría estirándose en sus labios. —¿Qué? ¿Lo estás disfrutando tanto que ya no puedes hablar?
Un hilo de miedo caía de sus ojos, pero se sonó la nariz para contener el resto antes de convertirse en un desastre lloroso frente al monstruo que siempre acechaba debajo de su cama.