Ezequiel apretó el puño enojado.
—Hagas lo que hagas, nunca sabrás cómo es ella. Anastasia está sana y salva en algún lugar lejos de aquí. Solo necesitas firmar los papeles, y yo la traeré de vuelta contigo. Es así de simple —agregó Robert, limpiando la sangre de su labio con el dorso de la mano. Se sentó vacilante en la silla, precavido de recibir otro golpe de Ezequiel.
Ezequiel se burló.
—Es bueno que hayas venido aquí —dijo—. Y esto —agarró los papeles de la propiedad sobre el escritorio de su padre—. Puedes olvidarte de adquirir la mitad de los bienes de mi familia porque eso nunca va a suceder. ¡Fuera! —Ezequiel se los lanzó en la cara a Robert, enfureciendo a este último quien apretó los dientes en silencio, pero no se molestó en contraatacar.
Que tuviera que salir de la oficina sin necesidad de guardaespaldas o incluso policías que lo sacaran arrastrándolo era un milagro.
No querría tentar su suerte más de lo que ya había hecho.