Esta es mi historia: avisándote que de normal, no tiene nada.
 Mis padres murieron en un accidente automovilÃstico cuando yo tenÃa ocho años de edad, dejándonos solas a mi hermana Elisa y a mi.
Nuestros padres, tenÃan muchas deudas, por lo que tras su muerte, los prestamistas se llevaron todo; dejándonos literalmente, en la calle.
Debido a que éramos menores, huérfanas y sin un lugar o familiares al que pudiéramos acudir, nos llevaron a un orfanato. Y allà fue, donde empezó el verdadero calvario de nuestras vidas.
En ese lugar, no era solo el gris de las paredes agrietadas, o la humedad y el moho que se esparcÃa por las esquinas lo único inquietante; sino, las caras sombrÃas de las monjas. Los gritos provenientes de una habitación que desde afuera se veÃa oscura. Y los aterradores estruendos que, a media noche, nos hacÃa temblar de miedo.
Pero todo eso solo era una pequeña parte de lo que era vivir ahÃ.
En ese lugar, habÃa preferencia con los niños más grandes. El resto, debÃa acostumbrarse al maltrato que tanto esos mismos niños, como las monjas les daban.
AllÃ, no existÃa la educación o la higiene; las monjas se encargaban de mantenernos a raya, tratándonos como cerdos en un cochinero.
Si alguno hacÃa algo mal, o decÃa alguna "mentira"era encerrado en el cuarto de las ratas. Una pequeña alacena en la que las arañas caminaban sobre nuestras cabezas, mientras los ratones andaban en los pies. O como una vez, en la que me encerraron por haberme negado a recoger el vómito de uno de los niños con mis propias manos.
Ese dÃa, una serpiente se posó sobre mis hombros, y yo sin poder moverme, me quedé ahà toda la noche hasta que me sacaron en la mañana siguiente.
Recuerdo que me oriné del miedo y no hablé por una semana.
Aquel orfanato estaba en un lugar alejado de la ciudad, por lo que escapar jamás fue una opción que nos garantizara la vida. Para mÃ, era horrible estar allÃ, pero para mi hermana, era mucho más que una maldición.
Mi hermana era hermosa. Su cabello rubio y sus ojos azules brillantes, daban la impresión de que era una princesa. Sin embargo, cuando llegamos a ese lugar, ella, perdió el brillo de su mirada e incluso, jamás volvió a emitir una palabra.
Desde el primer dÃa, a nosotras nos llevaron a diferentes habitaciones, por lo que no la veÃa siempre. Y cuando lo hacÃa, notaba el desgaste en su piel desnutrida y las órbitas marcadas al rededor de sus ojos. La cabeza baja y el miedo ante el más mÃnimo de contacto fÃsico.
Hasta que un dÃa, la encontré tirada en el piso de uno de los baños. Un charco de sangre la rodeaba, mientras sus ojos abiertos y vacÃos, apuntaban al techo.
Muerta.
No pueden imaginar lo que sentà en ese momento.
No tiene explicación.
Me habÃa dolido la muerte de mis padres, pero... la muerte de Elisa, me habÃa destruido el alma.
Tuve que sobrevivir con el peso de su muerte, sin saber: "¿quién y cómo lo hizo? ¿Por qué? ¿Por qué a mi hermana?"
Desde ese dÃa, yo, me escondÃa tras la sombra de otros para que la muerte que habÃa encontrado a mi hermana, no me encontrase a mÃ.
De repente, empecé a notar que muchos de los niños habÃan desapareciendo. Nadie sabÃa a dónde se iban, o qué se los llevaba.
Y tanto tú, querido lector, como yo, sabemos, que nadie va a adoptar a un niño en medio de la madrugada.
Llevaba ocho años en ese infierno, con el miedo soplándome en la nuca cada noche, logrando que dormir, fuera imposible.
Y una de las pocas noches en la que el sueño me atrapó, sucedió lo que tan aterrada me tenÃa.
Sentà como alguien me cubrió la boca, mientras me levantaba en sus brazos seguido por alguien más. Escuchaba las risas divertidas de aquellos que me llevaban a la fuerza, mientras traté de hacer que me soltaran.
Una vez en el baño, cerraron la puerta y encendieron la luz que apenas alumbraba lo suficiente para no tropezar.
Eran dos de los niños más grandes. De esos que eran protegidos por las monjas.
En mi tiempo en el orfanato, descubrÃ, que las monjas vendÃan a los niños. Y no, no eran adopciones, porque jamás nadie que adopte a un niño, lo meterá al maletero de un auto junto a otros tres. O como esa vez, en que una de las niñas fue vendida a un hombre gordo y grande, que antes de llevársela; se encerró con ella en una de las habitaciones. Y después de media hora, la niña salió temblando y con los ojos abiertos como si hubiera visto a un muerto.
También, que esos niños más grandes protegidos por las monjas, eran los que ellas utilizaban para saciar ciertas necesidades. Lo supe, porque una vez me encerraron el cuarto de castigo, y la monja Gerga, una de las más viejas, y con mal aliento: olvidó que yo estaba encerrada allÃ. Pude ver por un espacio entre la puerta, como ella hacÃa cosas horribles con uno de los niños más grandes.
Y uno de esos niños, estaba frente a mÃ, encerrado en el baño conmigo.
Mis piernas empezaron a temblar. El corazón se me querÃa salir por el pecho, y en lo único que pensaba era: "¿Asà fue cómo hicieron con Elisa?"
Los niños se abalanzaron sobre mi, y entre risas y empujones, me tiraron al suelo.
Empecé a gritar y a moverme tanto como pude, pero uno de ellos, me metio un trapo en la boca, y me sostuvo con fuerza. Mientras que el otro, trataba de quitarme el vestido delgado de color blanco.
—Solo levántale el vestido idiota —le ordenó uno al otro.
—No, yo quiero verle los pechos —contestó.
Debido a la fuerza que hice, sentà cansancio y debilidad. SentÃa las lágrimas brotar de mis ojos hasta mis orejas. Mientras entre gritos ahogados por el trapo en mi boca, pedia que me dejarán ir.
El muchacho, torpe y sin paciencia, me soltó las manos y se subió sobre mÃ, empujando a su compañero con fuerza.
—Mira como se hace —señaló, y empezó a besarme el cuello mientras levantaba el vestido por debajo de él.
Sentà una corriente de desesperación, asco y miedo recorrer mis adentros.
—Y los pechos, quiero ver los pechos —insistió el otro.
El que estaba sobre mÃ, levantó el vestido hasta mi pecho y me miró con extrañes.
—Está plana —bufó
Y yo, notando su distracción, solo pude pensar en levantar una rodilla y pegarle en la entrepierna, y asà lo hice. Él se retorció de dolor y cayó a mi lado, mientras se ponÃa rojo haciendo una mueca extraña.
Corrà para salir por la puerta, pero el otro niño la bloqueó. Entonces miré atrás y, vi la ventana.
"Una ventana, una salida" No pensé en qué tan abajo estaba el suelo. Ni si me romperÃa los huesos al caer; o quizás si iba a morir. Porque dentro de mà sabÃa, que preferÃa morir e ir con mi hermana, que dejar que esos animales me pusieran un dedo encima.
Corrà hasta el borde de la ventanilla y sin pensarlo...
Me lancé.