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Hechos de Avaricia: Bodas de mal augurio

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Synopsis

Chapter 1 - Algo más grande que un cadáver

Algo más grande que un cadáver

Kintra es una nación fuerte en todos los aspectos, ubicada en el continente de Hidraga. Aunque importa más de lo que exporta, sus relaciones políticas y comerciales son estables. Es una isla relativamente pequeña en comparación con otras, pero no tiene nada que envidiarles. Su nivel de combate es de los más altos en el continente, con una cuantiosa cantidad de magos y guerreros que la hacen temida. Está regida por un Rey al que poco le importa la moral u opinión de otros, y se dedica a cumplir sus objetivos, sean apoyados o no. La dinastía Arwel, que porta una daga bañada en oro y sangre como emblema, gobierna desde hace generaciones.

El rey se levantó, como era su costumbre, en las altas horas de la madrugada para ir al baño. Desde la ventana, vio a tres niños caminando bajo la luz tenue de la luna. Los reconoció al instante: Rid Zahareon, con sus características alas, Deired de Harpor, con su rebelde cabello castaño y ondulado, y Ormen Polraith, a quien todos llamaban simplemente Orm, con sus grandes orejas y rostro delgado.

Rid, que siempre aparentaba ser mayor de lo que era, llevaba una pala. Orm, más reservado, sostenía una pequeña daga, y Deired empujaba un carretillo con esfuerzo. El Rey los ignoró y continuó hacia su destino, sus pensamientos ya ocupados en otros asuntos.

Los chicos se dirigían hacia el Árbol Mago, un árbol legendario en el bosque de Kintra. Según la leyenda, el árbol otorgaba poderes místicos a todo aquel que lo tocara, aunque su magia se había agotado hace mucho tiempo. La realidad era que no el árbol, sino las runas enterradas debajo de él, otorgaban poderes mágicos. Sin embargo, el apodo del Árbol Mago se quedó para siempre.

—No veo la necesidad de esto, solo ocuparemos una runa después de todo —dijo Deired, agitando el carretillo con desánimo.

—¡El plan es encontrar muchas para venderlas y ser millonarios! No es tan complicado de entender —replicó Rid, aleteando sus alas para desplazarse con facilidad. Cada cierto tiempo, lanzaba su pala hacia arriba y volaba de prisa para atraparla.

—Si fuese tan fácil, todos tendrían poderes como hace varios años —Deired no estaba animado ni mucho menos—. ¡Deja de lanzar la pala o se caerá, Rid!

—Si tuvieras alas me entenderías, ¿no, Orm?

—No tengo alas, controlo metales. Y Deired tiene razón, no hay runas bajo el Árbol Mago, al menos ya no.

El bosque de Kintra era tétrico de noche, con una densidad que podría perder a cualquiera con mala orientación. Un búho ululaba desde la distancia, un sonido que siempre estaba presente en el bosque. Nadie sabía por qué el búho nunca se iba, y sus ruidos espantaban a los que se atrevían a entrar.

—Ese maldito búho no se calla, cuando vengo solo es igual. Tal vez sea por mí, piensa que soy un pájaro y se confunde con tanta belleza... —bromeó Rid.

—¿Vienes aquí a menudo? ¿A qué? —preguntó Orm, arqueando una ceja.

—Aparentemente a cortejar con el búho… —Deired intentó ignorar los espeluznantes sonidos con humor, aunque estaba aterrorizado. Habían planeado entrar al bosque desde hace varios días, pero lo postergaron por pura pereza.

Al poco rato, llegaron hasta el árbol. No era llamativo; lo que lo diferenciaba del resto era una cruz hecha con un cuchillo en su tronco. Rid empezó a cavar con determinación, mientras sus amigos se concentraban en el búho que estaba parado justo frente a ellos, empujando una manzana hacia ellos mientras volvía a ulular.

—¿Qué carajos? —murmuró Deired mientras se acercaba poco a poco al búho, que retrocedió lentamente sin salir huyendo. Al desplegar sus alas para volar a baja altura, Deired corrió para perseguirlo, deseando quitárselo de encima de una vez por todas. Orm sabía que Deired gritaría si se encontraba con algo que lo asustara, así que lo siguió también. Rid estaba inmerso en su excavación para notar que se habían ido.

Deired, con la adrenalina corriendo por sus venas, avanzaba rápidamente, esquivando árboles con agilidad. Orm, por otro lado, tropezó con un bache, sintiendo un dolor agudo cuando el mango de la daga golpeó su estómago. A pesar del dolor, siguió adelante, decidido a no perder de vista a su amigo. Deired se detuvo de golpe cuando el búho empezó a arañar la tierra frenéticamente, sus ojos brillando con una extraña inteligencia, como si quisiera mostrarles algo oculto bajo la superficie.

La tierra estaba húmeda por la reciente lluvia, facilitando la excavación de Deired, quien empezó a quitar la tierra con sus manos. Orm llegó al rato y encontró a su amigo petrificado frente a un pequeño agujero no muy profundo que había hecho.

—¿Deired? ¿Qué es esto? —preguntó Orm con voz temblorosa al ver una cara esquelética en el agujero.

—Solo lo encontré... el búho me indicó que lo hiciera. ¿Dónde estuviste este tiempo? Creí que me seguías.

—Te seguía. Me tropecé y el mango de la daga hizo de las suyas.

—¿La desenterramos? —Deired dejó de ver el cadáver para centrarse en su amigo.

—No sé qué decirte —Orm fue interrumpido por Rid, que llegó con una sonrisa. Los dos lo miraron sin saber cómo decirle lo que habían encontrado, pero no fue necesario, Rid lo notó al instante. Sin muchos escrúpulos, enterró la pala y empezó a cavar. No hubo ni una sola palabra en el proceso, solo querían comprender qué pasaba. El búho se posó en el hombro de Deired, sin emitir ni un ruido.

El trabajo terminó y los chicos vieron una escena tétrica y curiosa.

—¿Una runa? —se preguntó Orm—. El cadáver tiene una runa, debe ser la que le pertenecía antes de morir —la runa, como todas, estaba tallada en una piedra con un símbolo de un idioma que se creía extinto.

—Todo esto es muy raro, se supone que está prohibido enterrar difuntos aquí. El último muerto fue el Rey Relgack y después se prohibió como muestra de santidad —dijo Rid.

—Deberíamos informarle a alguien... —susurró Deired.

—Sí, deberíamos —Rid extendió su mano y apuntó hacia la runa, bastante concentrado. Después de diez segundos, a la piedra le salieron alas controladas por el joven. Aleteó de forma sutil y se posó frente a Deired—. ¡Pero antes, obtén poderes de una vez por todas!

—Lo haré si Orm está de acuerdo. No quiero manchar lo que queda de un difunto. ¿Y si es lo que queda de valor para un ser querido de este cadáver?

—Los seres queridos de esa cosa no deben saber de la existencia de esta runa. Alguien mató a esta persona y la enterró aquí. Un funeral se habría dado a conocer, y más si fue en este bosque. Claro que le diremos a alguien, pero si respetas su memoria, no tendrás nunca ningún poder. De por sí, el muerto no lo usará más —Rid se mostró frío, algo que sorprendió a sus amigos, ya que normalmente era alegre y soñador.

—Es cierto que no es la forma en la que yo lo habría dicho, pero sí, el cadáver no la ocupará más —Orm volteó a ver a su amigo, no del todo seguro, pero terminó por concretarlo.

Al tocar la runa, una extraña aura negra rodeó el cuerpo de Deired, cubriéndolo completamente hasta que empezó a desvanecerse y a acoplarse a su cuerpo. Cuando un humano común obtiene poderes de una runa, se le llama Aulitor. Ellos saben qué poder adquieren al instante.

—Vámonos de aquí, hicimos más de lo que veníamos a hacer —les dijo Deired. Sus amigos le miraron con desconfianza, querían que demostrara su nuevo poder—. Será sorpresa hasta que lo pueda usar. El entorno no me favorece.

—Me gustaría irme, pero ¿qué hacemos con el esqueleto? —preguntó Orm.

—Váyanse ustedes —dictó Rid—. Yo me encargo de esto.

Deired y Orm se retiraron del lugar con prisa. Había pasado mucho más de una hora, lo que estimaban durarían en su aventura, y ya casi salía el sol.

Rid no estaba solo, el búho le hacía compañía en silencio.

—Gracias por dejarle esa runa a mi amigo, aunque habría sido más fácil haberme dejado llevársela —Rid estaba agotado, y toda la tierra que excavó la tenía que poner en su lugar—. Más tarde informaremos a alguien, aunque no sé cómo omit

irte en la historia. Supongo que diré que cavamos aquí por mera casualidad...

Mientras Rid volvía a cubrir la tumba improvisada, una punzada aguda se clavó en su sien. Cerró los ojos con fuerza, y cuando los abrió, ya no estaba en el bosque, sino de pie en medio de un Kintra irreconocible. Las calles que una vez conocía estaban ahora desoladas, las estructuras que simbolizaban su grandeza y poder, reducidas a escombros humeantes.

El cielo estaba teñido de un rojo sangre, y las llamas danzaban vorazmente sobre lo que quedaba de la ciudad. El calor era sofocante, y el aire, un torbellino de cenizas y desesperación. Entre el caos, Rid buscó alguna señal de vida, algún indicio de quiénes eran los responsables de tal destrucción, pero las figuras que se movían entre las llamas eran sombras, meros susurros de lo que alguna vez fueron seres humanos.

Y entonces, lo vio. Desde el corazón de lo que fue el castillo de la familia real, un árbol morado gigantesco se alzaba, imponente, sus ramas extendiéndose hacia el cielo como si quisieran alcanzar algo más allá de las nubes de humo. Sus raíces se entrelazaban con los escombros, y en su tronco, las cicatrices de la guerra se curaban con cada brote nuevo.

La visión se desvaneció tan rápido como había llegado, dejando a Rid de vuelta en el bosque, con la pala en la mano y el sudor frío recorriéndole la espalda. El búho, testigo silencioso de su tormento, lo miraba fijamente, como si compartiera un secreto que solo ellos dos podían entender.