Era la última oportunidad, posiblemente la única que la Alianza tenía para poder colonizar aquel árido planeta. Tras varias décadas de prueba y error, la Doctora Emilia Thompson finalmente tenía el medio para poder terraformar y multiplicar el agua, como si de peces se tratara, en aquel enorme desierto sin fin. Aquel planeta amarillo opaco parecía ser el último lugar en toda la galaxia de la cual alguna civilización interplanetaria se preocuparía por ocupar. El nefasto Imperio Kantiano no estaba interesado en él y tampoco los mercaderes de la galaxia Carmesí. La Alianza era la única que había prestado su atención a dicho sitio y eso se debía a que sus lideres pensaban que ningún planeta debía ser ignorado, sin excepción alguna. No poseía recursos, tampoco era un punto estratégico a nivel militar y mucho menos daba la impresión de ser un sitio que valiera la pena en gastar recursos o vidas humanas y extraterrestres en dicho sitio. Pero ese era el punto. El Imperio Kantiano solo pensaba en sus propios beneficios y los Mercaderes solo pensaban en las ganancias que un lugar les ofreciera y nada más, sin embargo, La Alianza no pensaba en el dinero o en los recursos sino en los beneficios de poder habitar un nuevo planeta. Toda colonia era una oportunidad de oro en muchos sentidos: En sentido científico se podía descubrir algo nuevo en ese desierto gigantesco, en sentido de supervivencia se podía tener un nuevo hogar al que ir si algún planeta o colonia espacial era invadido por los Kantianos u otra especie peligrosa y en nivel de avance, era un logro el poder tener un nuevo mundo al cual agregar a su colección. La Alianza veía grandeza en todos y El planeta desértico no era una excepción.
El problema de aquella empresa consistía en que el planeta era inhabitable para los humanos. El entorno hostil junto a las enormes temperaturas y la falta de agua hacían que todo intento de habitarlo fuese imposible, a menos qué...
Emilia tenía la solución, un compuesto salino proveniente del planeta Aqua que podía convertir cualquier cosa en un elemento líquido. Las sales liquidas del planeta Aqua podían llevarse a uno de los pocos oasis existentes del planeta desértico y ser rociadas a su alrededor. Emilia suponía que una gran cantidad de sales podrían crear un lago si eran rociadas en una zona desértica, pero si eran rociadas en una zona ya acuática, podrían recrear la fórmula de hidrogeno y por ende multiplicarse por diez, creando de un Oasis todo un océano que abarcara una cuarta parte de aquel planeta. Sí eso ocurría entonces el ecosistema del planeta indudablemente cambiaría y la vegetación se multiplicaría pudiendo cambiar de manera radical la temperatura junto a su capacidad de ser habitado. Era una idea arriesgada cuyo resultado era incierto, pero valía la pena y Emilia sería capaz de llevarlo a cabo.
Por desgracia no todo era perfecto en este mundo y aquella hermosa mujer de piel blanca, cabello rubio atado, piernas largas cuya musculatura era resaltada por su minifalda negra, mientras que su camisa blanca con rayas azules resaltaba su pronunciado escote debía de ser escoltada por la última persona que quería ver en su vida. Caminando con celeridad hacia donde se encontraba la nave, haciendo que sus zapatos negros con tacones produjeran un fuerte sonido al pasar por los metálicos pasillos de aquella base estelar, Amelia rogaba internamente no encontrarse con ella. Deteniéndose en el umbral de la puerta, se acomodó los pequeños anteojos de marco fino que cubrían sus ojos azules mientras se cruzó de brazos. Largando un fuerte quejido, Amelia se encontró con su antigua colega en el sector científico que la veía con alegre malicia.
De cabellos dorados y ojos del mismo color, Zero-One se acomodó en el costado del umbral mientras esbozaba una sonrisa maliciosa. Con un tono sarcástico, Zero-One la saludó:
- Hola "hermana" tanto tiempo sin vernos- abriendo sus ojos mientras la miraba con severidad, añadió- ¿Cómo se encuentra Bob? Oí que fue papá hace poco, una pena que ninguna de las dos fuese la madre del pequeño ¿Verdad?