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Eco de las sombras

YuriMigurdia
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Chapter 1 - Prólogo

El rey me ha enviado a una expedición a un pueblo cercano, supimos que varios pueblos rurales estaban

siendo masacrados por monstruos enviados por la sombra eterna, así que preparamos un batallón, entre

ellos sacerdotes y caballeros. También esta mi compañero Rathok Voromee. Es un soldado competente y

capaz, aunque a veces me asusta su frialdad e indiferencia.

-

Torm, es hora de irnos. Dijo Rathok con tono serio.

-

Entendido. Respondí.

Luego de cabalgar por 2 horas llegamos, el pueblo se extendía frente a nosotros como una herida abierta en el mundo. No era el tipo de lugar al que uno quisiera regresar después de haber visto lo que habíamos

visto. Los gritos y lamentos se mezclaban con el incesante goteo de la lluvia, cada gota una caricia helada en nuestra piel. La neblina grisácea y el humo se alzaban como espectros sobre las ruinas, difuminando

las sombras de cuerpos esparcidos.

Rathok y yo avanzamos con pasos apresurados, cada uno de nosotros en un estado de alerta y

desesperación. El olor a sangre era tan penetrante que casi podías saborearlo en la lengua, un clamor siniestro que nos empujaba hacia adelante. La escena que encontramos no estaba ni en nuestras peores pesadillas.

Una mujer, con el rostro pintado por el terror y la determinación, estaba rodeada de no muertos. Ellos, implacables y torpes en sus movimientos, la acorralaban con espadas y garfios manchados de sangre. Ella se defendía con lo que podía, pero cada vez que un filo atravesaba su carne, el grito desgarrador que emitía nos cortaba el aliento. Sus ojos se encontraron brevemente con los míos, llenos de una

desesperación que nunca olvidaré. Intentó gritarnos, pero el sonido se ahogó en un estertor mientras caía al suelo, su vida desbordándose con la sangre.

Nos lanzamos al frenesí de la batalla, pero nuestras armas no eran suficientes para salvarla. Para cuando llegamos a su lado, el daño ya estaba hecho. La mujer, una figura yacente en un charco de su propia

sangre, se había ido. Solo quedaba su hija, un pequeño ser en estado de shock, escondida entre los restos de lo que alguna vez fue su hogar.

Los ojos de la niña estaban vacíos, un espejo roto de la tragedia que había presenciado. Los pueblerinos que quedaban, unos pocos sobrevivientes, estaban en estado de shock, sus rostros una mezcla de horror y resignación. La escena era una cruel y dura realidad que retumbaba en cada rincón del pueblo.

Rathok se movió hacia los sobrevivientes, tratando de ofrecer algún tipo de consuelo o ayuda, pero no había palabras que pudieran borrar el horror que acabábamos de presenciar. Yo me arrodillé junto a la

niña, intentando comunicarle con mi mirada el dolor que compartía. Pero las palabras estaban de más, y la cruel realidad de nuestro mundo nos golpeaba con fuerza.

Después de agrupar a los primeros sobrevivientes, nos dividimos para buscar a más personas. Los sacerdotes se quedaron con los sobrevivientes, brindando ayuda espiritual y sanando a los heridos,

mientras dos soldados se quedaron como guardias. El pueblo devastado se extendía ante nosotros como un laberinto de sombras y ruinas. Los gemidos de los moribundos y el crujido de las estructuras

colapsadas creaban sonidos macabros que resonaban en el aire espeso.

Rathok y yo caminamos entre los escombros, nuestros pasos resonando como golpes en un ataúd vacío.

La lluvia seguía cayendo, cada gota un recordatorio frío y cruel de la tragedia que nos rodeaba. De repente, Rathok se detuvo y me miró con una expresión que no supe descifrar, sus ojos oscuros reflejando

algo más que simple cansancio.

-

—Hay sobrevivientes —dijo, su voz baja y grave, apenas audible sobre el ruido del caos. Pero

hay demasiados no muertos cerca. No tenemos tiempo.

Mi corazón se aceleró, una mezcla de esperanza y temor. No podía dejar que más inocentes murieran. No

después de lo que acabábamos de presenciar.

-

—Tenemos que salvarlos —dije con tono firme, mi voz temblando ligeramente de frustración y determinación.

Rathok me miró con escepticismo, sus labios curvándose en una mueca amarga.

—Es un riesgo demasiado grande. No vale la pena.

Sentí una oleada de rabia y desesperación, pero intenté mantener la calma.

-

—¿De qué hablas? Es nuestro deber salvarlos. Rathok soltó un suspiro pesado, su mirada fría.

—Lo sé, pero míralos. No pueden ni moverse del miedo. Nos van a estorbar. Además, esto no eslo que vinimos a hacer y lo sabes.

Me quedé sin palabras, el peso de su argumento aplastándome. Rathok era el capitán. Desobedecer no era una opción, pero el dolor en mi corazón era insoportable. Todo lo que pude hacer fue mirar con horror

cómo los monstruos se acercaban lentamente a la cabaña donde los sobrevivientes se escondían.

De repente, los gritos desgarradores de una niña rompieron el silencio, y fue entonces cuando Rathok sonrió de forma perturbadora.

—Prepárate para pelear. Iremos a ayudarlos. Es lo que querías.

La forma en que sonrió era extraña, pero no tuve tiempo de pensar en eso. Rathok y yo corrimos hacia la cabaña en ruinas, las llamas y los gemidos de los no muertos creando un escenario sangriento.

Irrumpimos en el interior, desenvainando nuestras espadas con precisión. Los cuerpos descompuestos de

los monstruos cayeron al suelo en un espasmo final mientras nuestra furia se desataba sobre ellos. La lucha fue breve, pero la sensación de muerte persistía en el aire, impregnando cada rincón con su

presencia oscura.

El silencio volvió a caer sobre la casa, roto solo por el sollozo desesperado de la niña acurrucada en un rincón, temblando de miedo junto a los cuerpos de su familia. Rathok se acercó a ella con una suavidad

inusitada, su voz transformándose en un susurro tranquilizador.

-

—Todo está bien ahora, pequeña. Ya no hay nada que temer —dijo, arrodillándose a su lado y extendiendo una mano hacia ella.

Observé la escena con una mezcla de alivio y recelo. Conocía a Rathok demasiado bien para confiar en su repentina ternura. Sus intenciones, siempre ocultas detrás de una máscara de autoridad, eran tan oscuras

como la noche que nos rodeaba.

La niña, aún llorando, se aferró a su brazo, buscando consuelo en el primer adulto que le mostraba compasión. Pero yo sabía que en este mundo sombrío, la compasión podía ser tan peligrosa como cualquier espada.

Miré a Rathok, mi superior y mentor, y sentí un nudo formarse en mi estómago. No podía dejar de pensar en los horrores que él podría haber planeado para esa niña inocente. Y en ese momento, me pregunté

cuántas veces habíamos sido los héroes y cuántas veces habíamos sido los monstruos.

Rathok se puso de pie, su mirada dura como siempre.

-

—Torm, tú llévala con los demás sobrevivientes —dijo, su voz recuperando el tono autoritario habitual—. Yo me haré cargo de la misión principal.

Asentí, aunque la curiosidad y el recelo se agitaban dentro de mí. ¿Cuál era exactamente esa "misión principal" que Rathok siempre mencionaba pero nunca explicaba? Sin embargo, no era el momento para preguntas. Me incliné hacia la niña y le extendí la mano.

-

—Ven, pequeña —le dije con suavidad—. Vamos a llevarte a un lugar seguro.

Ella asintió débilmente, sus ojos grandes y llenos de lágrimas. La levanté con cuidado, notando lo ligera que era, casi como si el terror y la tristeza la hubieran vaciado de toda sustancia. Comencé a caminar

hacia el grupo de sobrevivientes, sintiendo su cuerpo temblar en mis brazos.

-

—¿Cómo te llamas? —le pregunté, intentando distraerla de la horrenda realidad que nos rodeaba.

-

—Renna —respondió en un susurro apenas audible.

-

—Es un nombre bonito —dije, forzando una sonrisa que no sentía—. ¿Cuántos años tienes, Renna?

—Once —contestó, su voz quebrándose con la palabra.

Un dolor profundo y agudo atravesó mi corazón. Ella era solo una niña, atrapada en un mundo de pesadillas. Sabía en el fondo lo que le esperaba, y la impotencia me corroía por dentro. No podía hacer

nada para cambiar su destino, y eso me llenaba de un vacío insoportable.

Finalmente, llegamos al grupo de sobrevivientes. Los sacerdotes estaban ocupados brindando consuelo y

curando a los heridos. Me acerqué a uno de ellos, un hombre de rostro cansado pero amable.

-

—Esta niña necesita atención —le dije, entregando a Renna con cuidado.

El sacerdote asintió y comenzó a examinar a Renna, murmurando palabras de consuelo. Me aparté,

observando cómo la cuidaban, pero manteniéndome a una distancia segura. No quería familiarizarme más

con ella. La culpa y la tristeza ya eran demasiado pesadas. No podía permitir que esos sentimientos me debilitaran aún más.

Mientras los sacerdotes atendían a Renna, sentí una mezcla de alivio y desesperación. Hacíamos lo que podíamos, pero el mundo seguía siendo un lugar oscuro y despiadado. Y en ese momento, decidí

mantenerme firme y distante, evitando formar vínculos que solo me causarían más dolor. Porque sabía que, al final, no podía salvar a todos.

Rathok llegó después de unos minutos, su presencia imponente silenciando el murmullo de los

sobrevivientes. Levantó la voz, su tono autoritario resonando en el aire frío y húmedo.

-

—Es hora de irnos. Tomen a los que puedan caminar, y a los que no, déjenlos. No podemos permitirnos el lujo de arriesgar a todo el grupo.

Los ojos de los ancianos, que no podían caminar, se llenaron de terror y desesperación. Algunos intentaron levantarse, solo para colapsar de nuevo, sus cuerpos demasiado débiles. La escena era desgarradora: rostros arrugados y llenos de miedo, murmurando oraciones silenciosas mientras nos alejábamos. Sentí una punzada de culpa, pero sabía que desafiar a Rathok solo traería más problemas.

La marcha fue lenta y dolorosa. Durante dos horas y media, caminamos a través del terreno devastado, el cielo nublado cubriéndonos como un manto sombrío. Finalmente, llegamos al asentamiento principal, un lugar que se suponía debía ser nuestro refugio seguro.

Los soldados se dispersaron rápidamente, ansiosos por descansar. Los afectados fueron llevados a una capilla cercana, donde los sacerdotes se apresuraron a atenderlos. Sin embargo, Renna fue apartada del grupo por orden directa de Rathok.

—Báñenla y envíenla a mi habitación. Ordenó Rathok, su voz fría e implacable.

Sentí un nudo en el estómago al escuchar esas palabras. Era obvio el infierno que le esperaba a Renna. La impotencia me invadió de nuevo, pero esta vez, el peso era abrumador. Quería intervenir, hacer algo, pero sabía que enfrentarse a Rathok era inútil y peligroso.

Con los oídos sordos a los lamentos y susurros, me dirigí a mi propia habitación. Intenté bloquear los pensamientos oscuros que invadían mi mente, pero la imagen de Renna, aterrorizada y sola, se negaba a

desvanecerse. Me tumbé en la cama, cerrando los ojos con fuerza, intentando encontrar algo de paz en un mundo que parecía no tenerla.

Sabía que al día siguiente, las cicatrices de nuestras acciones se harían más profundas, pero por esa noche, solo podía intentar dormir, esperando que la oscuridad del sueño fuera más amable que la realidad

despiadada que nos rodeaba.