Después de escuchar el comentario de Rafael, Gerald estalló en una risa incontenible, sus ojos se fijaron en el camarón que yacía en la mesa frente a él. Luego miró de nuevo a Rafael, cuyo rostro se había vuelto tan rojo como un tomate. A Gerald le costaba creer que el usualmente arrogante y orgulloso Rafael había llegado a un punto de tal vergüenza que realmente se estaba sonrojando.
Antes de que Rafael pudiera inventar una excusa, Luke intervino, todavía riendo —Está bien, está bien, yo me encargaré del camarón. Me preocupa que antes de que siquiera uno llegue al plato de Hera, todos terminarán de alguna manera en el lado del señor Troy.
—¿No es algo bueno? No tengo que preocuparme por alcanzar los camarones cuando el señor Briley prácticamente me los está enviando —agregó Gerald con una sonrisa, dándose cuenta de cuánto disfrutaba burlándose de Rafael.